viernes, 30 de enero de 2015

Capítulo 5.


Veo que Luisana sale como una rata asustada y nos deja solos, estoy echa una furia, al escuchar que Santos y Asdrubal tuvieron un encuentro nada amistoso creí explotar. Esto es demasiado. 
Santos tiene moretones en la cara, labio y ceja rota. Mi amor, pobrecillo..., si no fuera tan cabezón.

—Lo que hiciste fue algo estúpido.—Le digo tratando de sonar calmada. Obvio no puedo.
—Vaya, te enteraste...—Murmura. 
—¡Como no me enteraría! ¡Todo el pueblo lo sabe!—Grito histérica.
—Pueblo tenía que ser.—Dice en un murmuro.
Yo salgo y voy a la cocina y lo dejo con la cara llena de confusión. 
—Casilda ¿Como estás?—Le pregunto a la mujer que trabaja.—El señor hizo una idiotez y ahora tiene la cara magullada, ¿Tienes algún maletín que pueda usar? 
—Bárbarita, claro que lo tengo, espera.—La espero y luego sale con un maletín blanco con la típica cruz roja en medio. 
—Gracias.—Y salgo.
No soporto verlo así de lastimado. 
—No te me acerques con eso.—Me gruñe como niño pequeño. Lo ignoro.—Bárbara eso arderá, y dolerá.—Se queja y hace pucheros. 
Lo amo, pero es un crío. 
—Quédate quieto.
Intento limpiar con cuidado las heridas, no son nada simple rasguños pero se notan.
—¿Disfrutas viendo como sufro?—Pregunta revolviéndose. 
—Un poco.—Dijo con una sonrisa. Santos me toma de la cintura y me sienta en su regazo, yo sigo limpiando. Santos me da un pequeño beso que me sorprende, yo sigo como si nada limpiando pero me da otro, y otro... hasta que me da uno que me deja sin aliento, como era típico, sus besos me dejaban fuera de combate, aunque sigo enojada.


—Para, tengo que seguir.—Soné como convincente pero sirvió para alejarlo.
Una vez listo, fruncí el ceño. Su cara hermosa estaba toda amoratada, mataré a Asdrubal. 
—Explica.—Santos frunce el ceño confundido.—Porque hiciste eso.—Le señalé con la barbilla la cara.
—Tu ex novio me provocó...,  empezó hablar de ti, de mi, de nosotros.—Dijo apretando los puños. 
—Tengo que irme, debo ir con mi padre.—Me levanto y el conmigo.—Vendré esta noche.
—Puedo ir yo.—Susurra atrayéndome hacia él.—Te amo.—Aun no me acostumbro a esas palabras, cada vez que las dice me vuelvo gelatina, Bambi recién nacido.
—Te amo.—Le beso. Deseo quedarme con el. Pero tengo algo que hacer.
Santos como todo buen caballero me acompaño hasta mi caballo.

Salí disparada, me encantaba la libertad que sentía al estar en caballo, me sentía como si volaba.

Llegó al pueblo y las miradas de todos están en mi, ya estoy acostumbrada a esto. Cuando se anunció mi compromiso con Asdrubal fui la comidilla del pueblo por meses, aun más cuando se enteraron de que se canceló, nadie supo el porque hasta ahora.
Cuando llegó al muelle lo veo, Asdrubal está hablando con uno de los hombres de mi padre, se le ve peor que Santos, el doctorcito pega bien. Me ve llegar, se despide de los hombres y me recibe con una sonrisa.
—Cielo, ¿Qué hay?—Dice relajado.
—Se lo que hiciste, ¡Todo el pueblo lo sabe!—Grité atrayendo miradas de los demás que pasaban. Asdrubal me tiro del brazo y me arrastro hasta el barco.
—Veo que ya tu Santos te llevó el chisme.—Dijo apretando el puño.
—Por Dios, Asdrubal..., vivimos en un pueblo. Me hubiera enterado de todas formas.
—Si, pero no quería que ese sujeto te envenenara la mente. Te apuesto a que dijo que yo empece la pelea, poco hombre que no es sincero.—Dice y yo no se si creer o no. No.
—Eres un completo idiota. No te acerques a Santos. Déjanos en paz.
—No, no por que tu tienes que estar conmigo.—Dice acercándose a mi.
—Deja de decir es estupidez, escúchame bien: Lo amo. Lo que sentí por ti, no le llega a los talones a lo que siento por él. Déjanos tranquilos.
—Me acusas a mi de engañarte y el tiene a una pequeña zorra en casa, bien Bárbara.
Odié que nombrara a la estúpida esa. No sabía como Santos la soportaba.
—Lo tuyo es diferente, Santos no se acuesta con ella.
—Pero lo hizo.—De repente quería vomitar. 
—Te sugiero que no vayas por ese camino.—Le amenacé.
—Bárbara, amor..., recuerda que nosotros eramos perfectos... ¿No te hacen falta mis caricias?
—La verdad..., no.—Respondí sin ninguna duda.
—Ese hombre te ha hechizado.—Gritó furioso.
—No, ese hombre me ha enamorado. Ya no te amo, Asdrubal..., Lo hice, incluso cuando nos separamos..., pero es un amor dañino, enfermizo. Malo para mi bienestar.—Y dicho esto salí del barco, cuando me alejé lo suficiente divise entre la gente a mi padre. Aunque no era difícil el hombre medía más de 1.90 por favor. Me acerco a él y me siento aún más pequeña, bueno..., con todos me siento pequeñas, Santos, Asdrubal pero no viene al caso.
—Quien le haya dado esa  golpiza a Asdrubal tiene una buena derecha.—Dice sarcástico.
   
—La verdad es que si.—Digo nerviosa. No he hablado mucho de Santos con mi padre, siempre rehuyo a el tema.
—Este tipo de comportamientos no lo tolero, Bárbara. Que mi hija esté otra vez en la boca del pueblo no lo soporto.
—No volverá a pasar.—Titubeo.
—Claro que no.—Responde con voz fría. 
Mi padre muy poco me mostraba el amor, pero era muy sobre protector.
—En serio, además Asdrubal empezó.
—No importa quien empezó, cariño... solo dile que no vuelva a pasar.—Dijo en voz más suave. 
Hablamos un rato en un café, bueno la que tomaba café era yo, él tomaba cerveza. 
—Quiero conocerlo.—Suelta de pronto, y yo casi me atraganto con el café.
—¿Qué?
—Quiero conocer a Santos Luzardo.—Repite entornando los ojos.
—No lo sé...
—Tráelo mañana a cenar al Miedo.—Dice mientras se levanta—Me tengo que ir, nos vemos mañana en la cena.—Y se va. 

OH-POR-DIOS.

Voy directa al Miedo. 

Cuando llego me encuentro con Eustaquia, esta al ver mi cara sabe que pasa algo. Me hace tomar asiento en uno de los muebles, y luego va por un trago. 
—Cuéntame, que es lo que pasa ahora.—Ella me mira con sus ojos oscuros amables.
—Santos y Asdrubal tuvieron una pelea, vieras las caras nuevas que ahora tienen..., mi padre ahora lo sabe y quiere conocer a Santos. Y lo peor es que Santos tiene bajo su techo a una princesa del chiquero.—Gruño.—La vieras vieja, es..., insoportable.—Digo mientras bebo mi copa.
—Ambos tienen los celos a mil. Pero mi niña no vez que se hacen daño. ¿Qué si tu padre lo quiere conocer? Antón es un terco, pero aceptará al doctor. Con lo de esa mujer, cuidado. Bárbara ahora más que nunca tienes que ser civilizada.
—¿Tan civilizada como ellos? ¡Casi se matan y tengo que ser yo la civilizada!—Grito nerviosa.

—Bárbara, tu no eres igual que ellos.—Me regaña.
—Juro por Dios que si me la encuentro, vieja y me hace algún comentario fue lo último que dijo.—Amenazo.
—¡Niña terca!—Dice levantando las manos—No te quejes de tu padre cuando tu eres igual que él.
—Iré al pueblo, tengo que buscar alambres para medir las tierras que dividen Altamira y el Miedo.—Me levanto.
—Un momento, usted no ha comido señorita.—Me detiene y yo tuerzo el gesto.
—No tengo hambre, pero prometo que comeré algo en el pueblo.
—Después te enfermas por comer chatarra en el pueblo—Y sin decir nada más se va. 

Por primera vez me fijo en las maletas que hay en la sala, seguramente de mi padre. 


De mis raíces se poco, solo que mamá era una india.
Mi padre no volvió a tener esposa, ni hijos desde que ella murió —Eso no le quita lo zorro

Voy hasta una de las señoras que se encargan de la limpieza de la hacienda y le pido que las acomode en una habitación. 

Salgo en busca de mi caballo, como siempre que me monto me pregunto entre ir y no ir a Altamira. Extraño a el pelele. 

Voy caminando y llamo a algunos de mis peones para que me ayuden a cargar con las cosas para la cerca, una vez ya montada me encuentro con el mayor de los imbéciles, ni siquiera recuerdo como fue que terminé acostándome con él. Balbino Paiba.
—No sabía que te gustaran los doctorcillos.—Dice acercándose a mi.
—Y yo que tu podías ser tan idiota.—Le digo levantando la ceja.
—Son la comidilla del pueblo. ''Santos Luzardo y Asdrubal Cayetano se pelean por el amor de Bárbara Guaimarán''.—Se burla.
—Vete a freír esparrago, Paiba.—Obvio no tengo un buen día. 
—No sabes como tomar una broma, dulce.
Odiaba que me llamará dulce.
Gruño y me doy la media vuelta y me voy. Lo oigo llamarme pero no le hago caso. 

Estoy concentrada en mis pensamientos...
¿Como mi vida tubo este cambio? Hace unos días ni siquiera estaba en mis planes enamorarme, no pensaba en el futuro, vivía el hoy. Pero ahora estoy cagada de miedo de que esto se arruine, después de Santos, dudo mucho que haya alguien, estoy enamorada hasta las trancas y eso me asusta. 
¿Qué pasa si mi padre no lo acepta? Por más que ame a Santos, amo más a mi papá. ¿Será siempre así? ¿Habrá siempre alguien que se nos interpongan? ¿Por qué no nos dejan vivir nuestro amor tranquilos? Tengo muchas preguntas y definitivamente pocas respuestas. 
Siento que alguien me toma del brazo y me jala, como sea Balbino le parto la cara. Pero no es él, ¿Qué diablos? Luisana Requena está frente de mi con su cara de mala leche que quiere que yo me intimide pero me causa risa.
—¿Se te ofrece algo?—Sonrió. 
—Si, ¡Qué te alejes de Santos!—Grita. Y me río. 
—No lo haré, princesa del chiquero.—Le digo antes su cara de incredulidad.
—Es mío, él se iba a casar conmigo.—La sonrisa se me borra de la cara, eso no lo sabia. 
Luzardo, eres hombre muerto. —Solo tuvimos una pequeña pelea, por eso entiendo que ahora esté contigo, pero luego volverá a mi. Es a mi a quien realmente ama.
—Acéptalo, eres muy poca cosa para que Santos te ame. Aprende a hacer mujer, y luego hablas conmigo. Entre Santos y yo hay amor, algo que el nunca te dio.—Y al decir eso recibo una cachetada de ella. ¡Se acabo! ¡A la mierda la civilización! 
En un rápido movimiento la tomo del cabello y la recuesto de la pared, ella me clava las uñas en ambos brazos, caemos al suelo y rodamos. Siento que alguien me toma por ambos brazos y me alza con facilidad, al ver quien es me encuentro con la cara sonriente de Felix Luzardo. Me pone en el suelo aun con la sonrisa y sacudiendo la cabeza.
Ayuda a Luisana y ahora frunce el ceño.
—Te traje para que conocieras no para que cometas estupideces, María Nieves te llevará a Altamira, ve a la camioneta.—Gruñe severamente. Iré enserio en pensar que estúpida si no le hace caso ante ese tono de voz. Ella lo hace sin rechinar. Felix se voltea dándome la cara y otra vez sonríe.
—Vaya que eres una fiera.—Ríe.
—Calla.—Le digo riendo. 
—¿Te ha echo daño?—Me pregunta mirando fijamente.
—No, rasguños.—Me encojo de hombros.
—¿Ya comiste?—Me pregunta sonriendo. 
—No.
—Excelente, ¿vamos,Doña Bárbara?
—¿Doña Bárbara?—Pregunto riendo.—Me gusta.

Llegamos a un restaurante y nos sentamos en una mesa apartada, pedimos las comidas y esperamos.
—Sabes que lo que dijo Luisana no es verdad ¿Cierto?—Pregunta mientras bebe agua.
—¿Como sabes lo que dijo?—Pregunto extrañada.
—Las escuche, sabía que Luisana te había visto.—Me explica.
—¿Y no nos paraste? ¿Dejaste que esa mujer y yo nos peleáramos? —Pregunté tratando de ocultar mi sonrisa.
—Se veía tan sexy...—Dijo riendo.—Y al final lo hice.—Ambos reímos.
—Gracias por la ayuda, tenía miedo de salir herida.—Dije sarcástica.
—Mi hermano te ama...—Dice sonriendo sincero.
—Y yo a él.—Digo asintiendo.
—Nunca lo había visto de esa forma, siempre era seriedad, trabajo. Un circulo vicioso.
—Es fácil quererlo, solo tiene que dejarse.—Digo al pensar en el gruñón que estará por botar fuego por la boca al enterarse. Aunque la princesa del chiquero no me haya pegado muy fuerte debo decir que su anillo si, tengo sangre en la nariz y me niego a limpiarla, dolerá. 
  
 Comemos entre risas y anécdotas. Cuando ambos tenemos que volver nos dependimos con un abrazo.
—¿Vienen mañana a comer al Miedo?—Le ofrezco sabiendo que para Santos le será más fácil si ellos están.
—Encantados.—Dice sonriendo. 
Ese hombre siempre sonríe.

Llego al Miedo, Eustaquia que está limpiando al verme abre los ojos exageradamente grandes. 

—¿Bárbarita, qué te paso?—Pregunta.
—Civilización, eso fue lo que me paso.
—¿Qué hiciste?—Me mira mal.
—¡Fui civilizada!—Digo.
—Mejor no pregunto nada, en el despacho hay alguien quien te sacará esa información.
—¿Ah?—No entendí.
—Ve al despacho.—Me manda. 
Cuando abro la puerta del despacho me encuentro a un Santos ceñudo, que al verme resopla y golpea con el puño el escritorio. 
—¿Estás bien?—Pregunta primero. 
—Bien, ¿y tu?—Cierro la puerta. 
—¿¡Tienes idea de lo que es llegar a la hacienda y encontrar a Luisana en un mar de lagrimas y escuchar por todo los peones que ''Mi novia agredió por celos a mi ex''!? 
—En primer lugar, ¿¡CELOS!?—Grité.—Y si, se lo que se siente porque ¡Eso fue lo que hiciste tu!—Le recrimino y parece apenado pero después se recompone y sigue ceñudo.—Te dejas comprar por cualquier mentira que te diga la muñeca de porcelana, te dejas dominar.—En un paso me toma de la cintura y me pega de la pared.
—Estás celosa de Luisana, te corroe los celos, mi amor.—Dice cerca de mis labios.
—Igual a ti, estás como un loco al imaginarme con Asdrubal.—Aprieta su amarre.
—Diablos, si.—Gruñe y me aprieta más a él.—Yo lo admito, ahora tu.



—¿Debo admitir que me siento celosa porque tu novia pija está en tu casa? ¿Qué se hace pasar por tu prometida? ¿Y empieza una pelea y no es capaz de terminarla? ¡Maldición estoy que exploto de celos!—Grito, Santos me besa feroz pero se separa demasiado pronto para mi gusto.
—No lo vuelvas hacer.—Respira agitado.—Casi exploto al pensar que te pudo pasar algo...
Me vuelve a besar y esta vez soy yo la que se separa.
—Así me sentí yo ayer.
—Perdón.—Susurra.
—Perdón.
Nos besamos descontrolados, agitados y cansados por todo este alboroto. Le quito la camisa a Santos y el hace lo mismo con la mía.
Me carga y me lleva hasta el escritorio.
¿Qué es lo que tienen los escritorios...? 
Santos busca el botón de mis pantalones y los baja, estoy en ropa interior encima del escritorio. Me besa el cuello las clavículas y entre los pechos y yo me estremezco ante su contacto. Veo que se baja los pantalones y de un tirón rompe mi ropa interior. Santos se introduce en mi yo me retuerzo.
—Te amo.—Le digo.
—Te amo.—Me besa mientras se sigue moviendo en mi interior.

Trato de recomponerme lo mejor que puedo, arreglo mi cabello mientras que Santos se pone el cinturón, al verlo veo que tiene una sonrisa de pillo en el rostro.

—¿Tomas un café conmigo, Doña?—Me pregunta. 
—Como no, doctor.—Se levanta y me besa. 
—Dilo.—Me pide, y se exactamente lo que quiere oír.
—Te amo.—Le digo viendo esos ojos que me encantan. 
—Otra vez.
—Te amo.—Digo mientras le beso.
Salimos y pedimos que nos lleven café al jardín. 
—Me imagino..., los jardines de Altamira llenos de niños, corriendo y riendo.—Dice mientras mira el jardín pensativo. 
Me tenso y me pongo alerta.
Me encantan los niños, pero no he pensando en tener míos propios, claro que la idea de tener hijos con Santos me atrae. Lo amo y si quiere tener un hijo lo tenemos y sino por mi me basta. 
Hablamos y reímos de cosas sin importancias, observamos las hojas volar por causa del viento. 
Habían pasado dos semanas y yo estaba enamorada hasta las trancas, estaba loca por ese abogado gruñón que trajo felicidad a mi vida.
—Enana, es mejor que pasemos.—Dice en tono de broma. Que a mi no me hace gracia. 
—¡NO SOY ENANA!—Le grito. Santos ríe.
—Como quieras pequeña.—Me roba un corto beso en los labios y sonríe arrogante.
—Abogaducho.—Murmuro entre dientes y paso delante de él. Santos me propina un azote que me hace saltar y quejar. 
—Ves, no es bonito.—Me río y luego el me acompaña en risas.
Entramos en casa y subimos a la habitación, Santos empieza a besarme el cuello y...


Estamos acostados en mi cama tratando de recomponer nuestras agitadas respiraciones, le beso el cuello y el me acaricia la espalda. Recuero la invitación que le hizo mi padre, aun no le he dicho nada a él. 
—Santos...
—Mmm...—Murmura.
—Mi padre quiere conocerte, me ha dicho que te traiga mañana a cenar...—Digo con rapidez.
—¿¡Qué!?—De un salto se levanta de la cama y me mira con los ojos abiertos como platos. 
Ahora tengo miedo de haber estropeado esto y de que se vaya...


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domingo, 25 de enero de 2015

Capítulo 4.



Me pongo tenso. Gonzalo tiene el ceño fruncido y no a saltado a decir nada al respecto, ningún comentario estúpido de su parte, y eso es lo que me preocupa.
Al entrar al despacho quiero romper todo lo que este ante mi camino al ver a Luisana Requena en mi silla. ¿Qué coño hace esta aquí?
—¿Se puede saber qué estás haciendo aquí?—Le pregunto cortante.
—Santos, mi amor...—Dice con una sonrisa en el rostro mientras camina hacia mi.—Te extrañé tanto.—Se acerca a mi más de lo necesario, yo me alejo de ella bruscamente. 
—No me interesa, te hice una pregunta ¿Qué demonios haces aquí?—Maldición, no quiero saber como se pondrá cierta castaña de ojos azules al ver aquí a Luisana. 
—Tu padre me mandó, dice que los necesita aya en casa, dijo que yo podría convencerte.

MI-ER-DA.
—Pues que equivocado está. Luisana, lamento que te hayan echo venir aquí a perder el tiempo, pero no me iré.—Digo sentándome donde anteriormente estaba ella. 
—Pero Santos..., ¿Qué puedes tu ver en este pueblo? Mi amor, vayámonos a la civilización.—Toma asiento en frente de mi mientra habla.
—No. Tomé una decisión. Me quedo aquí. Y si tanto odias este lugar, puedes irte mañana por la mañana.
—Santos, no me quiero ir..., quiero estar contigo.—Sonrió coqueta. Se levantó y se sentó en mis piernas. Me tensé
—Recuerda todas las noches juntos. Mi amor, por favor..., no tienes nada aquí. Solo esta hacienda. Véndela, vayámonos a París.
La levante bruscamente. Y con ella me levanté yo, me encaminé hacia la puerta pero antes dije. 
—Las puertas de mi casa están abiertas. No me iré Luisana, ve diciéndoselo a mi padre.—Y Salí dando un portazo.
Los tres mosqueteros se levantaron mirándome serios. Antes de que empezaran hablar les hice una señal para que esperaran. Luisana salio y chocó conmigo, no me moví, estaba esperando su siguiente movimiento.
—Me quedaré.—Susurró.
—En ese caso, Casilda pondrá a tu disposición una habitación.
Se retiró en busca de Casilda. No pude resistir un gruñido, aunque no me gustara su presencia no la podía sacar a rastra de mi casa, no era tan cabrón. Ahora la peor parte..., esperar la charla de estos tres.
—¿Cuando se lo vas a decir a Bárbara?—Preguntó Felix sin ningún miramiento.
—¿Cuando le vas a decir a Luisana de Bárbara?—Dijo Antonio.
—¿Qué comeremos hoy?—Preguntó Gonzalo. Haciendo que yo soltará una carcajada por el estúpido comentario.
—Haber, para empezar..., ¡Esto es un puto desastre!—Grité.—¿Como creen que reaccionen?—Les pregunté caminando hacia el bar y sirviéndome una copa.
—Bueno, Luisana se va a volver histérica..., y Bárbara, ave maría.—Dijo Gonzalo. 
—Iré hacer las maletas—Dijo Felix caminando nervioso por el sitio.—No quiero estar aquí cuando arda troya.—Dijo sentándose finalmente.
—Pero maldición, Santos, solo a ti se te ocurre dejar que esa mujer se quede aquí...
—Si se lo que es, pero sencillamente yo no puedo sacarla...
—Tu no pero yo si.—Se escuchó decir a Bárbara entrando con cara de pocos amigos. 
Jooder.
¿Qué hace ella aquí? Creía que estaba en el Miedo. Gonzalo, Antonio y Felix la ven impactados, hasta yo la veo con la boca abierta. Trago el nudo que tengo en la garganta. La que se me avecina. 
—Bárbara, amor pasa al despacho.—Le suplico.
—Y una chota el despacho. ¿Cuando me pensabas que dormías con otra? ¿O es que ella era tu novia en la capital y aquí te acostabas conmigo? ¿O cuantas más te acostabas Santos Luzardo?—Gritaba fuera de si. 
¿¡QUÉ!? 
—No te consiento que digas cosas que no son. Pasa al despacho.—Ahora era una orden.
—No voy a entras. Mejor me voy, olvídate de mi.—Y corre hasta la salida. 
No, no joder.
Salgo tras ella y la alcanzo cuando casi se monta en el caballo. 
—No, no te vas.
—¡Suéltame!—Grita y patalea. La ignoro y la cargo, me la monto en el hombro con facilidad y camino hasta el despacho. Ignoro las miradas de todos, hasta la pobre Casilda salio a presenciar el espectáculo. Gracias a Dios ni un rastro de Luisana.
La bajo a llegar a despacho, y quedo viendo estrellas al sentir la mano de Bárbara en mi mejilla. Menudo guantazo el que me ha dado. Me llevo la mano a la mejilla y intento sobarla.

—¡Bárbara!—Le grito.
—Pero serás imbécil. ¿¡Qué te crees!? Santos como no abras la maldita puerta y me dejes ir...
—¿¡Qué!? ¿Qué vas a ser? ¿Me vas a pegar otra vez?—Ojala que no, por que vaya manita la que tiene.
—Si, te mereces más que eso.—Me dice, en sus ojos puedo ver odio, dolor, decepción.
—Bárbara por favor, no es lo que piensas..., déjame explicarte.—Trato de acercarme a ella pero ella se aleja y pone el escritorio entre los dos. 
—Hipócrita, eso es lo que eres, tu poniéndote celoso de Asdrubal y yo no tengo el derecho de enfadarme por que en tu casa duerma una boba niña nice. Hipócrita, creí que eras diferente. 
Escuchar eso me encoleriza más, que ella nombre a el idiota de su ex. 
—Maldita sea mujer déjame explicarte. 
—¿¡Qué me vas a explicar!? Todo esta claro.
Salgo del despacho y paso llave, oigo como aquella fiera grita y patea la puerta pero no me importa, voy por algo...
Cuando tengo lo que fui a buscar entro en el despacho y veo papeles regado por el suelo y Bárbara roja de la ira. 
—¿¡Por qué coño haces eso!?—Grita.


En un rápido movimiento sostengo sus manos y las ato con la soga que busque ante la cara de incredulidad de ella, luego tomo la cinta adhesiva y le tapo la boca, aun así la escucho pero son murmullos, aunque si entiendo algunos insulto como ''Maldito'' ''Infeliz''  ''Púdrete''  Entre otros...
—Quédate quieta, mi fiera.—La siento en mi silla y yo me siento en el escritorio, en parte me parece gracioso verla así.—Luisana, no fue mi novia..., fue más bien un rollito.—Me encojo de hombros.—Mi padre la mando para que me convenciera de regresar a la capital, pero dime tu ¿Como regreso yo, si estoy enamorado de ti?—Le digo mientras veo como su respiración se normaliza.—Jamás sentí por una mujer lo que yo siento por ti, Bárbara. Te amo.—Bárbara me mira con sus ojos cristalinos que atraviesan mi alma, se levanta y engancha sus brazos al rededor de mi cuello, yo con cuidado le quito la cinta de la boca. 
—Eres un imbécil.—Susurro.—Pero así de imbécil te amo.—Me dijo al tiempo que me besaba. 


—Jamás te haría daño, Bárbara. Nunca te engañaría.—La mire tratando de que esas palabras se tatuaran en su mente y nunca las olvidase.
—Desatame.—Dijo enseñándome sus muñecas. Lo hice, le sobe donde anteriormente tenía las cuerdas y bese justo ahí. Cuando me pareció que iba a decir algo la puerta se abrió de un golpe dando paso a Luisana que venía histeria.
—Santos, amor escuche gritos ¿estás bien?—Gritó sin fijarse en Bárbara.
—Si, Luisana estamos bien.—Dije tomando a Bárbara de la cintura que veía aquella pelirroja con odio. Luisana la miraba igual.
—¿Y usted quien es?—Le pregunto Luisana descortés.
—Yo, mi amor pues soy...
—Ella es mi novia.—La corte antes de que dijera algo inapropiado y se armara otra discusión más.
—¿¡Qué!?—Grito está mirándome matadoramente.
Si las miradas matases...



—Reina, si no escuchaste dijo que soy su novia.—Dijo tomándome del brazo posesivamente. 
—Santos, dime que no es verdad..., mi amor tu tienes que estar con alguien como yo..., mírame.
—¿Toda plástico? ¿Con eso debería estar Santos?—Responde tajante la otra.
—Mire señora usted a mi no me habla así. Santos debería estar con una mujer civilizada no como una adaptada como usted.
—¡BASTA YA! ¡Las dos!—Les grito. Ambas me miran sorprendidas, bueno todos lo hacen, ya que ahora están en el despacho.—¿Se quieren comportar como niñas pequeñas? Pues serán tratadas como tal.
Ambas me miran en silencio, no hasta que Bárbara sale por el despacho quitando del camino a Felix que trata de detenerla, otra vez voy tras ella, haciendo caso omiso a los grito de Luisana, me importa más Bárbara. Se monta en el caballo y sale disparada, yo hago lo mismo. Se detiene un rato después en la sabana, yo llegó hasta ella y me interpongo en su caballo.
—Eres peor que un grano en el culo.—Ironiza.
—Amor...
—No estoy enojada, al menos no contigo. Santos, cuando enojada es mejor que me dejes sola, sino quieres salir con una mala respuesta de mi parte.—Me corta. 
Hoy conocí una nueva faceta de Bárbara. Son como cien, si algún día escribo un libro sobre ella lo nombraría. Cien facetas de Bárbara. De Doña Bárbara. Porque vaya fiera la que lleva dentro.
—Vamos al Miedo.—Le ofrezco. Ella asiente.
Media hora después estamos entrando de la mano al Miedo.
—Quiero que conozcas a alguien.—Dice y la mirada se le ilumina. Me lleva hasta la cocina. —Eustaquia, ¿Puedes venir?—Le grito a alguien.
Una mujer menor apareció de la puerta trasera, morena ojos oscuros y pelo largo y negro.

Recuerdo lo que Bárbara me dijo una vez, ella era la mujer que la crió, la que era como una madre para ella. Me pongo nervioso ¿Y si no me aceptaba?
—¿Qué pasa Bárbarita?—Pregunto cariñosamente.
—Quiero que conozcas a Santos Luzardo.—Bárbara me señala. Eustaquia se sorprende y como si me conociera hace años me abraza.
—Al fin tengo el placer de conocerlo Doctor.—Me dice.
—Igualmente, hace tiempo deseaba conocer a la familia de Bárbara.—Y era verdad, pues de personas cercanas a ella solo conozco a Asdrubal...
—Mi muchacha me a contado muchas cosas sobre usted.—Me dice cómplice y yo me quedo asombrado y con curiosidad.
—Buenas espero...
—Excelentes.—Dice sonriendo. 
Yo miro atento a Bárbara que se encoge de hombros y dice.
—Después de tanta insistencia por saber que era lo que yo hacia tanto en Altamira tuve que decirle que aya había un hombre cascarrabias que me traía loca.—Dijo sonriendo, los tres reímos. 
—¿Ya comieron?—Pregunta Casilda. 
—No.—Respondo. 
—Yo no tengo hambre...—Dice Bárbara pero Eustaquia la corta.
—Conociéndote no habrás comido nada, y te recuerdo muchachita que no desayunaste. 
Yo la miro con el ceño fruncido, no me gustaba que Bárbara no comiera. 
—Pero...
—Sin peros. Eustaquia sirvale un buen plato, Bárbara va a desayunar y almorzar.
—¡No puede ser!—Hizo pucheros y a mi me pareció la cosa más tierna.
Eustaquia me sonríe parece que me la he ganado ¡Bien! 
Obligo a Bárbara a comer, le digo que si no lo hace por las buenas le haré el avióncito, ella rápidamente come. 
Es increíble que en menos de un mes esta pequeña mujer me haya revuelto el mundo cambiando todo a su paso, me enamoré perdidamente de ella. 
—Santos...—Me dice Bárbara. Me temo que no fue la primera vez que me llama.
—¿Qué pasa?—Ella se ríe divertida.
—Estabas en otro mundo; Te estaba diciendo que quiero que vengas a mi cuarto—Susurra
Me levanto de un salto, y ella sigue riendo, me toma de la mano y nos encaminamos hasta su cuarto, me gusta lo que veo, es grande decorado con colores neutros, me gusta...


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—No quiero que te vayas.—Me dice recostada a mi pecho. Se perfectamente porque no quiere que me vaya. Luisana.
—Bárbara...
—¿Sabes? En el pueblo hay un hotel...¡Yo lo pago! no hay problema.—Yo me río. 
—Amor, por favor... tienes que comprender que aunque este en Altamira con Luisana mis pensamientos estarán contigo.—Le beso la nariz. 
—No me fío de ella.—Dice.
—Lo sé. Eres mi vida ¿Sabes?—Susurro. 
—Y tu la mía.—Se abraza más fuerte. 
Poco a poco mis ojos se van cerrando hasta que me dejo llevar y finalmente me duermo.



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A la mañana siguiente después de haber desayunado con Bárbara fui al pueblo a comprar unas cosas, estaba distraído hablando con los peones que no sentí que alguien se acercaba por detrás, le termine de dar las ordenes a los muchachos y se fueron. 
—Las malas lenguas dicen que tienes viviendo a otra mujer bajo tu techo.—Se escuchó la odiosa voz de Asdrubal.—¿La engañabas a ella con Bárbara? Y tan  Santo que te veías.—Ríe. Y yo tengo que controlarme para no partirle la cara.
—Por que no mejor te vas.—Le digo con los dientes apretado—¿No tienes nada mejor que hacer?
—No. Y tu porque no mejor la dejas en paz. Bárbara es mía. Siempre lo ha sido, siempre lo será. Amigo, date por vencido.
—Amigo, vete a la mierda.—Le digo apretando los puños. 
—Se cansará de ti, te va utilizar... y luego vendrá conmigo. Acéptalo Santos, es mucha mujer para ti.
Sin pensarlo dos veces estampo mi puño en su cara, que lo hace caer al suelo, pero se recupera rápido y se lanza contra mi, estamos golpeándonos hasta sangrar.
—Bárbara, no es tuya... ahora es mi mujer.—Le golpeo gusto en el centro de la nariz.
—No es tuya, es mía siempre será así.—Grita.—No te ama, te hace creer que es así, pero mientras lo hacen piensa en mi.—Dice burlón. Mi furia ahora es mayor quiero destrozarlo.—Ni siquiera eres capaz de satisfacer sus deseos en la cama. Eres poco hombre.

—¡Santos!—Reconozco la voz de mi hermano. Varios de los peones no vienen a despegar aunque nos resistimos logran separarnos. Tenemos la ropa manchada en sangre y barro, Asdrubal tiene la nariz rota y un pómulo hinchado. Yo estoy igual pero tengo una ceja rota, ya que el imbécil me dio con un anillo.
—Compórtense.—Grito Gonzalo aguantándolo. 
Mi hermano me lleva a rastras con Antonio a la camioneta mientras Gonzalo contenía a Asdrubal. Cuando estábamos los cuatro en la camioneta empezaron a hablar. 
—Eres un caso serio, Santos. ¿Como se te ocurre agarrarte a golpes con ese infeliz?—Dijo Gonzalo. 
—Mira nada más como te dejo.—Dijo Felix mientras conducía.—Aunque no es que el otro quedara mejor. 
—Tu vives chingando una tras de otra. Cuando Bárbara se entere te va a venir a reclamar.—Dijo Antonio.
—Dios, viste como se puso ayer. Doña Bárbara.—Dijo Gonzalo.
—Y razón tenía.—Dijo Felix—Digo yo estando en su lugar hubiera estado peor.
—Nenazas se pueden callar.—Digo entre dientes.
—NO.—Gritaron los tres.




Al llegar a la casa ya estoy cansado de escucharlos, los tres se encierran en sus habitaciones y me dejan solo >Por fin< En la sala. Cuando me siento Luisana que viene bajando las escaleras al verme corre hacia mi preocupada.
—¡Santos!—Grita. ¿Estás bien?—Me mira preocupada.—¿Quien te hizo esto, mi amor?
—Luisana, no me llames mi amor..., y estoy bien gracias por preguntar. Quiero estar solo.
—Deja buscar algo para limpiarte.
—No, estoy bien.—La corto.
Antes que pueda decir algo más Bárbara viene como un ciclón hacía mi. 
—Eres el mayor de los idiotas, por no decir algo peor.—Grita y al ver a Luisana sigue gritando.—¡Fuera!—Ella asustada lo hace.


viernes, 23 de enero de 2015

Capítulo 3.


—¿¡Se puede saber que hacen aquí?—Dije en casi un grito. Los mato, juro que los mato.
—Hola, hermanito.—Me saluda el imbécil de mi hermano, con la mirada le digo todo menos bonito.
—Presentanos.—Dice Gonzalo que se come con la mirada a Bárbara.
—Bárbara, ellos son Felix y Gonzalo.—Al instante de decir Bárbara me arrepentí, le había contado a Gonzalo lo de Bárbara una noche cansado de que no lo escuchara me recrimino y terminé soltando todo, y conociendo lo bocaza que es se lo habrá contado a Felix. A ambos se le iluminó la mirada al reconocer el nombre. Maldita sea, solo falta Antonio y arman la rebambaramba. 
—Un gusto.—Ella estrecha la manos de ambos y sonríe. 
—Así que...—Escucho decir a mi hermano, rayos reconozco ese ''Así que...''—¿Como haces para soportar a mi hermano?
Bárbara ríe.
—Masoquismo puro.—Dice y todos hasta yo reímos.
Pasamos hasta la sala. Ya me escucharan cuando Bárbara no este.
No habíamos llegado a la sala cuando se escuchó una camioneta parar afuera. Más vale no ser quien este pensando. Dios, que no sea...
—¡Buenas!—Se escuchó decir Antonio.
¡Maldición! El que faltaba.
—¡Antonio Sandoval!—Le grita en saludo mi hermano.
—¡Felix Luzardo!—Ambos se abrazaron.
Mi hermano hizo las presentaciones, bueno la de Gonzalo y Antonio. Bárbara me hizo una seña para que la acompañara afuera.
—Bueno, ha sido un gusto conocerlos. Espero volver a verlos, adiós.
Y hay estaba otra vez esa extraña sensación de no querer que se fuera.
—Te acompaño.—Me ofrecí.
—Claro que lo harás.—Susurró Gonzalo.
Omití eso. Una vez afuera la atraje a mis brazos, eran como las cuatro y no tenía la excusa de que estaba oscuro. La besé lento saboreando su dulce boca, no se había ido y ya la extrañaba.
—¿Cuando te veré?—Y hay vamos de nuevo, una ceja primero y luego la otra.
—Mañana estaré con mi padre, necesito arreglar unos papeles con tu primo de la hacienda, creo que no será mañana. 
Mi primo, Lorenzo Barquero, había estado casado con mi tía Cecilia como por 10 años, luego se cansaron y se divorciaron aun mantenían contacto. 
—Bien, pero...—Bárbara me  cortó.
—Que te parece..., si entras disfruta de la compañía de aquellos hombres maravilloso y no los mates al escuchar todas esas bromas que estoy segura que te harán.—Sonrío divertida.
Ella ni siquiera sabia que tipo de bromas me esperaban. 
—Adiós.—Le susurré y no me pude resistir a volver a besarle. 
—Adiós. 




Vi como se alejaba en el caballo, suspiré pesadamente. Entré a la casa.
—Así que...—Empezó Felix.—Santos y Bárbara sentados bajo un árbol dándose besitos...—Empezó a cantar esa ridícula canción.
—Cállate.—Le escupí amargamente.
—Ahora si no entiendo como es que la pobre te aguanta...—Dijo Gonzalo fingidamente consternado.
—Si hubieras visto como me los encontré ayer...—Dijo Antonio. Mierda.
—Santos, el sumiso.—Rió mi hermano.
—Ja, ja... Cambiando de tema, ¿Qué hacen aquí?—Pregunto sin querer perder la calma.
—¿No puedo venir a visitarte, cielo?—Responde Gonzalo haciendo reír a Antonio, ya van haciendo buenas migas. Idiotas. Los tres.
Después de habernos bebido entre los tres como cuatro botellas, ya me dolían los dientes.
—Oigan si algunos de ustedes tres me viola, please que el padre de mi hijita se haga cargo.—Dijo Gonzalo tirado en el suelo.
—¡TE VOY A CAMBIAR EL NOMBRE!—Empezó a cantar mi hermano.—Para guardar el secreto, por que te amo, y me amas y alguien debemos respeto!—Y me señala mientras bailaba. Yo río y aun más al ver a Antonio cantando al igual que el, luego los cuatro estamos encima de: Mesa, sillas y muebles.



Y nos dormimos cantando esa tonada...

¡QUÉ DOLOR!
Me despierta un dolor en todo el cuerpo, y ya veo porque, estoy en medio de la escalera. ¿Como llegué yo aquí? Trato de levantarme pero estoy todo mareado, cuando consigo mantenerme de pie veo el desorden que hay por todos lados, cojines regados, botellas, comida, vasos y platos ¡Por favor solo eramos cuatro! Perecía que aquí ardió Troya. Bueno la va arder en lo que Casilda vea esto. 
Gonzalo está en la encimera, en una pose nada cómoda, Antonio esta espachurrado en el suelo con una botella bajo el brazo y Felix tiene mitad de cuerpo en el mueble y la otra mitad en el suelo. 
Los despertaría o le tiraría una foto pero el dolor me esta matando.
Trato de despertar delicadamente a Gonzalo pero solo consigo gruñidos así que lo empujo y cae al suelo soltando un gran alarido.
—¡Eres un cabrón!
—Bueno días, amorcito.—Me burlo. Lo veo llevarse las manos a la cabeza y cerrar los ojos.

''Bienaventurados Los Borrachos Porque Ellos  Verán A Dios Dos Veces''.
—Ayúdame a despertar a estos dos.
Cuando por fin los despertamos vamos cada uno a sus habitaciones. Dormir, necesito dormir.

Me despierto como a las dos de la tarde desubicado. Aunque el dolor a bajado el levantarme tan rápido hace quejarme un poco. Cuando bajo las escaleras veo todo reluciente, como si nada hubiera pasado ¿Qué coño?
Voy hasta la cocina, y me encuentro con la cara molesta de Casilda.
—Buenos días, niño Santos...,¿Acaso tuvo una fiesta anoche?
—Buenos días, Casilda..., algo así Felix llegó de sorpresa con un amigo y luego Antonio.
—Ah, ¿Quiere algo de comer?
—Ahorita no me acabo de levantar y además tengo una resaca que me va a matar. Pero si te acepto un café.
Ella asiente y se va.
Apoyo la cabeza en la mesa, en la base fría y solida, ¿Como llegué a la escalera? 
Recuerdo haber cantado una mala imitación de Secreto de amor pero hasta ahí. No más alcohol para mi. Pienso en Bárbara ¿Qué estará haciendo? Imagino sus risos al compás de viento cuando está a caballo, su risa, sus ojos..., no tengo cura..., no hay cura para el amor. Casilda llega con el café y me lo pone en frente, se lo agradezco, y conociéndola se que pronto soltará un discurso acerca de la hacienda, la bebida y blah, blah, blah. Dejo que hable lo que sea. Pronto llega Antonio que tiene una cara de mil demonios, pobre...
En un rato estamos los cuatro tomando café, no hablamos, estamos que explotamos por el dolor de cabeza. Hasta que oigo unas llantas frenar y luego pasos adentrarse a la cocina, no alzo la cabeza de la mesa sino hasta que escucho aquella voz.
—Vaya fiesta el que se debieron dar anoche mira esas caras.—Bárbara. Entro en la cocina con su sonrisa hermosa.
—Buenos días.—La saludan aquellos tres con gruñidos.
—¿Están consiente de que son como las tres de la tarde ya?—Rió.—Buenos días—Me saludo y me dio un corto beso que aleteó mi corazón.—Bueno vengo de pasada, un pajarito me contó que tenían una resaca y les traigo esto. De una bolsa saca cuatro botellas llenas de algún liquido extraño. La miro confuso.—Deben beberla, el dolor cesará pronto.—Explicó. Felix se encogió de hombros tomo una de las botellas y se la bebió de un tiro. Nosotros tres les seguimos. Que asco, tiene un sabor amargo y dulce. 
—¿Qué es?—Pregunta Antonio limpiándose la boca. 
—Un remedio que usan los borrachos para no tener resaca.
—¿Como lo sabes?—Preguntó Gonzalo.
—Mi padre es ''El señor del cacique'', sería más que extraño no saberlo.—Explicó divertida. Perece que a la señorita Guaimarán le divierten los resacosos.
Hablamos unos minutos, y mi dolor desaparece. Me levantó para acompañar a Bárbara a la salida, aun tenía cosas por hacer.
—Gracias por eso, literalmente me acabas de quitar un dolor de cabeza.—Reímos y yo la atraje para besarla.

—¿Me acompañas a un lugar? Le pregunté. Vi la duda en sus ojos.
—Claro.—Susurró.
La monté en mi caballo y yo tras ella, la apreté más a mi.
Llegamos a la poza de los suspiro y ella está embobada.
—¿Qué hacemos aquí?—Preguntó ella 
—Tengo que decir algo, no me interrumpas.—Le dije mirándola a los ojos. Ella asintió.—Me estoy enamorando de ti, en el sentido literal de la palabra, lo interesante es que deseo que suceda, quiero formar parte de tu vida, de tu día a día, de tu familia, de ti, quiero quererte, idearte, soñarte, amarte. Se que son muy pocos días, pero sufriré cada segundo, cada minuto, por que para mi es demasiado porque quiero tenerte a cada segundo... y te pido que me dejes amarte.—Bárbara me mira con los ojos encharcados en lagrimas y asiente con la cabeza y se lanza a donde estoy yo para besarme.


Bárbara desabrocha los botones de mi camisa y yo hago lo mismo con la de ella, una vez que estamos sin camisa ella se baja los pantalones y me deja ver sus maravillosas piernas yo hago lo mismo me quito los pantalones y estamos en ropa interior, bueno no por mucho. 



Después de haberlo hecho en la poza y fuera de ella tuvimos que regresar, pero algo había cambiado en mi, mi corazón ya tenía una dueña Bárbara Guaimarán. Vi como se alejaba rumbo ''La Barquereña'' . Al entrar en casa escucho desde la cocina la conversaciones de los tres mosqueteros.
—A mi me gusta Bárbara, digo si puede aguantar a Santos ¡Bienvenida a la familia!—Dijo Gonzalo.
—Si, se nota que es una gran persona...—Dijo Felix—Espero que Santos la valore.
—Esto será como guerra de titanes. Porque se dice en el pueblo que Barbarita tiene su carácter y se convierte en Doña.
—Doña Bárbara.—Dijo Gonzalo en son de burla. Y a mi casi se me sale una carcajada. 
Los dejo hablar sobre Bárbara y sobre mi durante cinco minutos.
—Enserio, Santos debería casarse con ella...—Dijo Antonio—¿Qué espera? ¿Qué el profesor Asdrubal se la quite?—Dijo con desprecio. Casi rompo algo cuando menciono el nombre de ese tipo en mi casa.
—¿Y eso?—Pregunta mi hermano.
—Mira que son cotillas, hablando de mi vida amorosa.—Digo ya apareciendo. 
—Bueno ya que no tenemos, hay que hablar de los que tienen ¿O me equivoco?—Dice Felix.
—Oye, despedir a Bárbara te tomo ¿Dos horas?—Preguntó riendo Gonzalo.
—No sabia que afuera estuviera lloviendo.—Dice de igual manera Antonio
—¿Por qué no mejor se callan?—Dije.
Los tres estallaron en risa.
—Lo de esta noche, se repite.—Dijo Felix.
—Pero sin ''Secreto de Amor'''—Dije riendo.
—Santos, le quitas la diversión.—Grita Antonio riendo.
—Eres secreto de amor ¡SECRETO!—Cantó Gonzalo.
Los cuatro reímos a mandíbula batiente.
Siento una vibración en el teléfono, salgo por la puerta trasera de la cocina, en mi teléfono se ilumina el nombre de mi padre. Contesto.
—¿¡Qué coño has echo, Santos!?—Grita y yo me tengo que despegar el teléfono para evitar quedar sordo.
—Reclamo lo que es mío.—Respondo con calma. Cosa que no estoy en absoluto.
—Santos, últimamente te comportas como un crío.  Tu y tu hermano acabaran con mi vida, y Gonzalo es otro cantar...—Lo comprendo, Gonzalo y yo somos como hermanos inseparables, cuando sus padres murieron vivió con mi familia todo ese tiempo mi padre lo adora.—Que sepan que su madre está muy preocupada por ustedes, una llamada se agradece, ''Mamá estamos muy bien, adiós''.
—Pídele perdón de nuestra parte.—Le digo sintiéndome culpable por no haber llamado.
—De acuerdo.—Gruñe y cuelga.
—Adiós, pá.—Le digo al auricular, aunque soy consciente de que no me escuchará.

Tres horas después y ocho botellas de tequila después...
Estábamos echo mierda, mi visión era borrosa, no sentía mis dientes por tanto alcohol ingerido, esta vez no hubo ''Secreto De Amor'' Peor, fueron muchas canciones de Luis Miguel.
Recuerdo que al sonar la famosa canción de la Bikina, todos la cantamos. Me duele la cabeza y no soy capaz de articular más de tres palabras bien pronunciadas...

Me despierto desubicado y no solo hay una persona en mi cama sino tres. ¡MIERDA!

Gonzalo esta a mi lado izquierdo, solo con unos pantalones, a mi lado derecho está mi hermano solo con sus calzoncillos y a su lado está Antonio con los pantalones. Veo bajo las sabanas y veo que estoy igual que Felix, raro no recuerdo habérmelos quitado. ¿Qué paso anoche? ¿Por que estos están en mi cama? 
Como me duele tanto la cabeza los dejo dormir conmigo, me pongo tenso al sentir como el brazo de mi hermano va subiendo por mi cintura hasta tomarla posesivamente. ¡Ay, Dios!
—Felix.—Susurró con voz ronca por tanto gritar las canciones ayer. Solo consigo que gruña y se de la vuelta y tome a Antonio, me muerdo el labio para no reír, pero la dicha no me dura tanto porque Gonzalo hace lo mismo que Felix había hecho anteriormente pero con la diferencia de que este le incluyó la pierna. Maldición.

Me despiertan unos toques leve en la puerta, estamos cada cual en la mismas posiciones.
La cabeza de Bárbara se asoma por la puerta y rápidamente la saca y luego escucho su risa desde que afuera, me sonrojo. Me levanto de un salto y no me importa estar en ropa interior, salgo y la encuentro en la pared riendo.
—No sabia que era de esos tipos, Luzardo.—Dijo tratando de no volver a reír.
—Olvida lo que vistes.—Se lo suplico.
—Estas loco, serás el objetivo de mis burlas.—Dijo sonriendo arrogante.
—¿Qué haces aquí?—Dije acercándome a ella.
—Casilda me dio pase libre para que subiera aquí arriba a despertarlos. Por cierto ¿Debo estar celosa de Gonzalo?—Preguntó riendo nuevamente. 
—Ja, ja. Graciosa.—La tomé de la cintura y la besé ella me recibió con gusto. Jaló mi cabello, cosa que amaba. Pero joder ¿Qué no amaba de ella? 



—Si, no puedo estar celosa—Murmuró sin aire.
Le doy un azote que la hace brincar, y a mi reír. 
—Oye.—Se queja y se pasa la mano para sobarse pero yo soy más rápido y le aparto la mano para hacerlo yo mismo.
—No tienes que estar celosa, y mucho menos de Gonzalo.—Rió.
—Pero que dices, soy un buen partido.—Dice la voz de Gonzalo a mis espalda, que nos mira divertido. Bárbara ríe y con ella él. Yo los miro con la boca abierta, Dios mío estos serán en dos días lo mejores amigos y acabaran con mi vida. 
—Bueno, tengo que volver.—Dijo Bárbara despidiéndose de Gonzalo. No se me pasa por alto de que voy medio desnudo por la casa, Bárbara estaba caminando hacia la entrada hasta que se detiene y entra en mi despacho, cierra la puerta tras de ella. ¿Qué?
Cuando abro la puerta la veo sentada en mi escritorio con las piernas ligeramente abiertas y la cabeza inclinada. 
—¿Me dices que no debo estar celosa, pero te pasas por toda la casa medio desnudo?—Pregunta desabrochando los botones de su camisa.—Yo soy una persona que cuida lo que es suyo...
—¿Y yo soy tuyo?—Pregunto con la voz ronca, pero de deseo.
—Solo mío.—Susurra y se quita la camisa lanzandola al suelo. Me hace señas para que me acerque con un dedo, no tiene que decirlo dos veces, en menos de dos minutos estoy entre sus piernas.
—Solo tuyo.—Susurro y la beso, tomo su cintura con una mano mientras que con la otra le tomo de su cabello, busco la manera de quitarle el pantalón sin despegar sus labios de los mío cuando lo logro estamos de igual manera, en ropa interior y excitados. Le quito el sujetador y tapo su desnudez con mi cuerpo, entro en ella que me recibe gustoso, amo como nuestros cuerpos encajan.
—Eres mía.—Le digo mientras me muevo dentro de ella.


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Bárbara me obliga a ponerme pantalón y camisa, y yo encantado de complacerla lo hago, vamos juntos al pueblo, tiene que hacer más papeleos de la hacienda, ruego a Dios para no encontrarnos con cierto profesor...

Una hora después salíamos de la jefatura Bárbara ya era la dueña de la Barquereña, el Miedo ahora así se llama. 

La beso delicadamente en una esquina, ella cruza los brazos alrededor de mi cuello. Cuando íbamos a profundizar el beso se escuchó a alguien tosiendo disimuladamente. 
—Bárbara necesito hablar contigo.—La voz de Asdrubal me puso alerta. Esperé a que ella lo rechazara pero en vez de eso, asintió y fue con él sumisa. 
Aprieto los dientes tanto que juro escuchar como rechinan ¿Qué quiere ese tipo con mi mujer? 

Pasan diez minutos y me recuesto en la pared, Bárbara viene caminando hacia mi, con el ceño fruncido, feliz no esta. 
—Nos vamos.—Dice.
Asiento, ahora el sumiso soy yo. 
Cuando estamos en el carro ya no aguanto más y le pregunto.
—¿Qué quería ese tipo?
—Joder.—Masculla.—Quería amablemente recordarme que estuve comprometida con el, y que es poco imposible de que tu cumplas tus deberes como hombre en la cama.—Dijo con la mirada perdida en la ventana.
—¿¡Qué!?—Golpeo el volante y piso el freno cosa que hace que ella de un pequeño brinco del susto.—Ese infeliz como si quiera se atreve a decir semejante estupidez.—Ahora estoy molesto, no eso no lo que sigue. 
—Amor, no hay que hacerle caso, es obvio que esta celoso..., el esperaba que yo estuviera en cama todavía llorando la perdida, pero no es así. Está molesto porque yo encontré el amor antes que él.—Susurró esa última frase.
ME.AMA. 
Retomo el camino, mi enojo se fue y Bárbara esta más relajada con su insistencia la dejé en el Miedo, pero me prometió que iría mañana temprano a Altamira.


Cuando llego a casa me encuentro con la cara de circunstancia de mi hermano, y eso me alerta. Por primera vez aquellos tres están serios. 
—Hay alguien que te espera en el despacho.—Dice con la voz llena de angustia.