martes, 26 de julio de 2016

Capítulo 24.



Beatriz había llegado a eso de las siete de la mañana al pueblo, había tratado de llegar antes que la pareja. En el muelle al bajar del bongo fue recibida por uno de los peones de Altamira que la llevaría hasta a la hacienda.

Al llegar encontró a las terneras junto a Sofía en la sala inflando unos cuantos globos.

—¡BEA!—Gritó Sofi antes de ir a abrazarla fuerte.

—Amor de mi vida.—Bea la abrazó fuertemente, la había extrañado. Un mes sin ver a su loca favorita, y dos sin ver a su otra loca.—¿Donde está mi cuñado?—Preguntó Bea saludando con un beso en la mejilla a las muchachas.

—A penas son las siete y media, Félix ni piensa despertarse.—Rieron.

—Seguro que le has pegado un cogidota que lo dejaste hecho polvo.

—¡Ea!—Gritó asintiendo. 

Las terneras las veían divertidas y sonrojadas. 






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Bárbara y Santos estaban entrando a un restaurante cogidos de mano, Santos recorrió el lugar con la mirada y tiró de Bárbara para caminar directo a la pareja que esperaba en la mesa. 

—Madre, padre.—Saludó Santos con un asentimiento de cabeza.

—¡Santos!—Gritó Asunción sin importar que la escucharan. Se levantó y fue directo a su hijo para abrazarlo.—Bárbara estás hermosa.—La abrazó y besó sus mejillas. 

—Gracias, Asunción. Tu igual, me encanta tu vestido.—Dijo Bárbara admirando a su suegra. 

—Santos, Bárbara.—José se levantó de la silla y estrechó sus manos.—Tomen asiento.—Ordenó y los tres lo hicieron. 





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Gonzalo estaba bajando las escaleras, vestía unos pantalones de pijama negros y su torso estaba descubierto. 
Al llegar a la planta baja se encontró con las terneras inflando globos y colgándolos en la pared. Las saludó y caminó para el comedor, ahí encontró a Sofía tomando un café. 

—Muy bonito... Mientras las niñas están haciendo todo el trabajo tu estás aquí tomando café como la reina.—Se burló. 

—A ver, Lady Di.—Dijo esta siguiendo sus burlas.—Yo estoy desde bien tempranito arreglando todo. Ahora es que me estoy tomando un descanso ¡No como otros dos que son unos vagos!—Dijo haciendo referencia a él y a Félix.

—Bueno, bueno... Que por lo menos yo me levanté antes. 

Beatriz salía de la cocina con su café en mano y su celular en otra, casi escupe el liquido al ver a Gonzalo sentado ahí sin camisa. 

Gonzalo se dio la vuelta para observarla, sabía que estaba ahí. 

Había planeado durante esos días que su reacción sería fría y calculada, pero no pudo evitar tragar en seco al ver lo hermosa que estaba. 

—Señorita Flores.—Dijo en un tono seco. 

—Señor Zuloaga.—Beatriz asintió nerviosa. 

Sofía los observó con una ceja alzada. 




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Los cuatro estaban desayunando en silencio, la tensión en el ambiente era palpable. 

José dejó de golpe los cubiertos en la mesa, sorprendiendo a los presentes. Subió los codos a la mesa y juntó sus manos.

—Quiero disculparme por mi actitud.—Dijo dejando sorprendidos a Bárbara y Santos. Asunción sonrió de orgullo.—Cometí el error de juzgarte, Bárbara.—Dijo suspirando.—Comprenderé si tu no... 

—Acepto sus disculpas, Don José.—Bárbara sonrió.   

—Bárbara y yo nos vamos a casar.—Dijo de forma brusca Santos. 
Bárbara suspiró bajito. 

—¡FELICIDADES!—Gritó Asunción emocionada. La mirada de todos los que estaban ahí cayeron en ella.—¡Mi hijo se va a casar!—Gritó entusiasmada. Todos aplaudieron. 

—Felicidades, muchachos.—Dijo José sorprendiendo a los dos bastante.—Espero que sepan llevar por el bien su relación.—Dijo antes de dedicarse nuevamente a comer.
Asunción estaba en la gloria, estaba feliz por saber que su hijo se casaría. 

—¿Y como te lo propuso?—Preguntó ella. Bárbara miró a Santos con burla antes de decir.

—Yo se lo propuse.


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Beatriz estaba observando como Casilda hacía el almuerzo, Sofía había ido a levantar a Félix para que ayudara a algo, salió al jardín donde estaba ya la mesa sin mantel.
Gonzalo había tratado de acercarse a ella en distintas ocasiones pero ella se alejaba. 

—¿Es costumbre tuya el huir?—Preguntó él sorprendiéndola.

Beatriz, se dio vuelta para observarlo de pies a cabeza, trató de caminar lejos de él pero Gonzalo tomó su brazo y la detuvo. 

—Te he hecho una pregunta.

—No me molestes, Gonzalo.—Gruñó.—Ya cumplí con las 42 horas ¿Ahora que quieres?—Preguntó molesta. 

—Claro, ya cumpliste con tus 42 horas, por eso te fuiste.—Le recriminó.

—¿¡Yo me fui!?—Gritó riendo.—Disculpa, pero no fuiste tu quien despertó en un departamento desconocido a oscuras y sola.—Le dijo con rabia.—Mira, mejor me voy antes de que te de una patada en... Tu sabes donde.

Gonzalo rodó los ojos mientras la observaba irse.




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—¡DESPIERTA!—Gritó Sofía acostada en la espalda de Félix.—¡Félix! Mendigo flojo que no hace nada.—Le dio una nalgada.—Como no te despiertes me pondré el vestido más provocador que tenga e iré a cazar a algún macho.—Félix abrió los ojos como platos.

—Usted no hará nada de eso, señorita.—Gruñó. 
Sofía se bajó de su espalda para quedar en la cama y poder observarlo mejor.

—Pues levántate, porque sino Beatriz encantada me acompañará.


Félix gruñó mientras se estiró

—Te gusta  hacerme rabiar, enana.—La besó ante la risa de esta.





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Bárbara y Santos llegaron de la mano a Altamira, habían pasado un rato agradable con Asunción y José, que aunque no habló nada, se comportó cortés.

—¡Amorchis!—Gritó Sofía con burla al verla entrar. Bárbara gritó emocionada al ver sus amigas ahí.

—¡Ahh!—Gritaron las tres mientras se abrazaban. 

Santos, Felix, Gonzalo, Antonio y todos los presentes las miraron divertidas. 

—¡Ahh!—Imitó un grito femenino Félix mientras iba corriendo hacia su hermano.

Las tres mujeres los miraron divertidas.

—¡Eso es plagio!—Gritó Bea corriendo a los brazos de Bárbara. 

Las tres se abrazaron fuerte, se habían extrañado mucho.

—Maldición me harán llorar.—Dijo Sofía.

Santos fue hasta Gonzalo y Antonio para saludarlos al igual que al resto de la gente que se había reunido en su casa. 

—¡VEN TIENES QUE HABLARNOS ACERCA DE TODO!—Gritó Bea arrastrando a Sofía y a Bárbara. 

—¡Espera tengo que saludar a los demás!—Se burló Bárbara. 

Después de haber saludado a todos y platicar brevemente con alguno de ellos fue hasta donde estaban sus amigas que la miraban impaciente. 

Santos frunció el ceño. 

—¡Oh, tu no la mires así!—Gruñó Sofía.—Acaparador.—Le gruñó, aunque no fue nada en comparación al que Santos le dedicó.

—¡Ni pienses que nos van a intimidar con tus gruñidos!—Se burló Bea.

Bárbara no pudo evitar su risa, Santos disimuló una sonrisa. Su esposa le dedicó un guiño mientras caminaba hasta el jardín con sus dos mejores amigas. 




Bárbara respondió cada una de sus preguntas.


—¿Entonces si conociste parte de Italia o solo sus hoteles?—Se burló Sofía.

—Ambos.—Se rió. 

—¿Y ese tatuaje?—Gritó Beatriz tomando su mano para mirarlo. 

Bárbara se sonrojó mientras sonreía.

Sofía miró a Beatriz mientras esperaban una respuesta. 

—¡Santos y yo nos casamos!—Gritó mordiendo su labio.

—¿¡QUÉ!?

—¡Y yo se lo pedí!—Gritó riendo. 

—¡NO PUEDE SER!—Gritó emocionada Beatriz. 

—¡VOY A MATARTE!—Gritó Sofi. 


***
Santos observaba también desde el jardín a Bárbara y sus amigas, estaba con sus cuatro amigos hablando y riendo. 

—No sabía que tenías un tatuaje.—Dijo Antonio notándolo mientras le tendía una cerveza.

Felix y Gonzalo miraron de inmediato a Santos que alzó su mano para enseñarlo.

—Bárbara y yo nos casamos.—Dijo con tranquilidad mientras bebía.

—¿¡Qué!?—Los tres casi escupen sus bebidas. 

—Si, para mi también fue una sorpresa.—Dijo mientras sonreía.





Santos le contó los detalle de su improvisada boda haciendo que los tres lo escucharan asombrados.

—No puedo creer que el señor Santos Luzardo, el gran doctor Luzardo.—Se burló Gonzalo.—Esté casado.—Dijo con una mezcla de diversión y orgullo. 

—Ya ven, estoy en el paraíso.—Se encogió de hombros sin perder la sonrisa. 

—No puedo creer que ella te lo pidiera.—Dijo Felix. 

—Yo se lo rogué unas mil veces.—Dijo frunciendo el ceño por un momento.

—Pero la de ella es la que cuenta, baboso.—Gonzalo le dio un golpe en la cabeza.


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—¿No vas a perdonarme nunca?—Preguntó Bárbara a Sofía que ahora solo observaba el lugar.

—Bea, dile a tu amiga que hablaré con ella cuando yo sea la madrina de su boda.—Gruñó.

—Bárbara, dice Sofía que te odia.—Ambas rodaron los ojos.

—¡No puedo creer que te hayas casado y no nos hayas dicho nada!—Gritó Sofía.





—Si te sirve de consuelo me ayudarás a planear la oficial.—Dijo Bárbara tratando de hacerla sonreír. 

—Obviamente que te ayudaré, eso ni me lo tienes que preguntar.—Gruñó.—Pero ni creas que te voy a perdonar así como así.

—¡Debes enojarte con Santos, no conmigo!

—¡Oye! ¡Te escuche!—Gritó Santos.

—¡Eres un idiota, Santos!—Le gritó Sofía.—Ya vuelvo, iré hacerlo sufrir.—Sofía se levantó dirigiéndose a donde estaba Santos junto con Felix. 

—¿Y?—Preguntó Bárbara a Bea.—¿Qué ha pasado?—Preguntó.

—No mucho.—Se limitó a contestar.—Ya sabes, atrapando a los villanos.—Se burló. 


—¡Bárbara, Sofía quiere matarme!—Santos gritó asustado. Bárbara observó a su pequeña amiga en frente de su esposo con sus manos agarrando con fuerza el cuello de su camisa y amenazándolo, Felix a su lado reía. 

—Iré a separarlos.—Anunció Bea levantándose para ir hasta ellos. 

Felix se acercó hasta Bárbara con una sonrisa.

—¡Cuñada, bienvenida a la familia!—La abrazó.

Bárbara se rió con él al ver como Sofía le gritaba a Santos reprochándole algo sobre la boda.

—¡No habrán palomas!—Le gritó Santos.—Ni hombres semi desnudos ¡Para cuando te cases con Felix tal vez! 

—¡Ni se le ocurra!—Gritó Felix.

—Está en sus genes eso de ser celosos, eh.—Se burló Bárbara. 

Felix sonrió lentamente. 

—Prefiero que lo llames ''Proteger lo suyo''.



—¿Como han estado las cosas aquí en el pueblo?—Preguntó. Felix captó a que se refería. 

—Luisana no ha dado ningún problema, de hecho pareciera que ni estuviera. Sigue estando en el hotel, no se bien que sigue haciendo aquí.—Bárbara asintió.—Asdrubal por lo que sé no ha hecho tampoco nada de que preocuparse.

—¿Me quieres decir que los dos han estado calmados?

—Obvio, ustedes no estaban aquí.—Se burló.—No tenían con quien meterse.—Bárbara le dio un golpe divertida.

—... Y tú padre.—Bárbara agachó la mirada.—Él está bien. Me lo encontré varias veces en la hacienda cuando íbamos a visitar a Eustaquia.

—Todo tranquilo entonces...—Felix asintió.—¿Y con Sofía como van las cosas?—Preguntó volviéndose seria.



—Van excelente.—Sonrió.—Esa flaquita está loca por mi.—Se encogió de hombros.

—Ajá...—Se burló.

—¿Quien la culpa, no?—Bufó divertido.—Soy todo lo que una mujer quiere.

—Por lo que veo también está en sus genes lo vanidoso y presumido.—Se burló Bárbara. 

—Deje la envidia, cuñada.—Felix se levantó y le guiñó el ojo. 


***

Bárbara y Santos después de unas horas de haber estado en familia, ambos decidieron que era tiempo de ver como andaban las cosas.

Santos se quedó con sus hermanos en Altamira organizando unos papeles mientras Bárbara iba al pueblo con sus amigas para ir a ver como andaban las cosas por el muelle. 

Bárbara se había separado de sus amigas cuando se dirigió al hotel del pueblo para comprar una bebida. 
No fue novedad para ella que al entrar las miradas de todos estuvieran en ella, sin hacerle caso a nadie ordenó de forma brusca un ron y se sentó en una mesa apartada. 

—¿Puedo sentarme doña?—Preguntó Luisana en frente a ella. Bárbara la miró con sorpresa antes de beber de su trago. 

La mujer la observaba con calma y con un poco de miedo. 

—¿Qué se le ofrece a la princesita?—Se burló.

—Me parece que es hora de que usted y yo hablemos.—Dijo Luisana aparentando fortaleza y que no estaba para nada intimidada. 

Bárbara la miró de arriba abajo y asintió permitiendo que ella se sentara.




****

La puerta del despacho sonó con unos toques tímidos. 
Los tres hombres dejaron el alboroto que tenían y guardaron silencio.

—Pase.—Dijo Santos con la sonrisa en la boca.

—Niño Santos.—Casilda entró.—Hay alguien que quiere verlo.—Dijo en un susurro. 

Santos al igual que los otros dos fruncieron el ceño al ver a la mujer en ese estado.

—¿Quien es Casilda?—Preguntó Santos preocupado.

—... Es el señor Antón.—Susurró.—Y quiere verlo a usted.

Toda expresión de diversión o preocupación desapareció del rostro de Santos. 

¿Qué quería ahora ese hombre?

—Hazlo pasar, Casilda.—Dijo él con un tono de voz apagado y frío.




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ANTES DE QUE EMPIECEN CON SUS ''¿Eso fue todo?'' ''¿Y tú no te habías ido?'' ''¿Por qué tan corto?''

Dejen les digo: ¿No han escuchado eso de algo es algo, poco es nada? :v

Escribí este capítulo porque quería, porque a pesar de que alguien me jodió las ganas de seguir escribiendo esta historia... Quise seguir.
Por eso no les prometo que serán seguidos y mucho menos largo. 

Espero que les haya gustado y probablemente me ponga a escribir ya el próximo.












martes, 26 de abril de 2016

Capítulo 23.



Santos suspiró molesto, Bárbara se había dado la vuelta dándole la espalda. Ambos estaban molestos, enfadados con el otro por ser tan cabezotas. 

¿Que no me piensas dar mi beso de buenas noches?—Preguntó Santos con sarcasmo. 

Bárbara no le hizo caso y cerró los ojos tratando de dormir. 

Los minutos siguieron pasando y ninguno de los dos lograron dormirse, a Santos ya se le había pasado más o menos el enojo. Suspiró y se acercó a Bárbara, la observó con los ojos cerrados, sus cabellos cubriendo parte de su cara, sus mejillas sonrojadas por el sol que había tomado unas horas antes. 



Su primera pelea estando casados...

Besó su cuello, sintió cuando Bárbara se tensó y supuso que aún estaba molesta. 

—Tú y yo no nos vamos a dormir enojados, Guaimarán.—Le susurró al oído. 

—Eres un idiota.—Gruñó esta. 

—Solo quiero amarte y que el mundo lo sepa.—Bárbara se dio la vuelta para verlo mejor. 

—Ahora estamos juntos y nadie nos separará ¿Cierto?—Susurró Bárbara con una pequeña sonrisa. 

—Nadie.—La besó.




—Negociemos.—Dijo Santos aparentando seriedad mientras se sentaba en la cama. 

—Uy, tengo las de perder, abogado.—Bárbara también se sentó. 

—Ya sabe que darme de recompensa.—Le guiñó el ojo mientras le robó un rápido beso. 

—Tonto.—Se burló ella. 

—No diremos nada a nuestros padres... Pero tu tienes que ir preparando nuestra boda oficial.

Bárbara subió una ceja, luego la otra mientras pensaba en lo que Santos le decía. 

—Hecho.—Sonrió. 

—Te vendrás a vivir conmigo.—Medio suplicó Santos. 

Bárbara pensó, ya se había acostumbrado a dormir con Santos y separarse sería hacerse daño. 

—Hecho.—Ambos sonrieron. 

—¡Eso fue fácil!—Santos se lanzó a su boca riendo.



  
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—Hola, guapa ¿Como estás?—Preguntó Félix desde el otro lado de la línea. 

—Hola, altote. Estoy bien, excelente ¿Qué tal tú?—Preguntó sonriendo. 

—Mal, no estás tú. ¿Me extrañas?—Preguntó coqueto en su cama. 

—Mucho...

—Eso espero, aquí estoy. Espero que no lo olvides mientras estés en la capital llena de niños mimados. 

—Te prometo que mientras esté aquí no miraré a nadie que no seas tú.—Dijo con burla. 

—Eso es bueno, flaca. ¿Cuando vuelves?

—Mañana.

—¿Y Beatriz?—Preguntó.

—Ella tiene trabajo y no me podrá acompañar.—Dijo apenada. 

—Oh, que mal. Espero que esté aquí para la fiesta sorpresa de los tórtolos.

—Si, me prometió que allá estará.




—Eso espero, y trae a una amiga extra porque Gonzalo ha estado de un humor de perros que ni te imaginas.

—¿Gonzalo?—Se extrañó. 

—Si, ya parece mujer cuando tiene el periodo.—Se burló. 

—¿Por qué será?

—No lo sé, fíjate que ni ha fiesta quiere ir. 

—¡Eso es bueno!


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Gonzalo estaba en su habitación acostado en su cama con los codos inclinados por encima de su cabeza. 

Desde hace un mes que no había sacado a esa petiza de su mente, esa mujer tan divertida como descarada. 

¿Por qué no había contestado sus millones de llamadas? Le había dejado miles, no había parado de llamar en todos esos días, hasta hace poco menos de una semana. 



Pero ya vería Beatriz cuando se la cruzara por el camino, le diría lo mucho que le había dolido lo que había hecho y que era como cualquier mujer. 

Él era Gonzalo Zuloaga, jamás se humillaba ante ninguna mujer, ellas lo hacía para él. 
Molesto nuevamente trató de dormir. 


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Asunción estaba en la sala de su casa, una casa tan grande y tan vacía. Recordó cuando Santos y Félix corrían de arriba a bajo por todas partes, sus risas todas las cosas vividas. 
Miró encima de la chimenea y detalló la foto que colgaba arriba de ella, fue hecha hace muchos años atrás, Santos aún tendría unos diez años, Felix catorce. Los cuatro sonrientes, felices. 

Se pasó una mano por sus brazos, ¿Como había permitido qué su vida cambiara? José no era el mismo, pero ella estaba enamorada de él, a pesar de todo. 

La puerta de la casa se abrió sobresaltándola, José entró de mala manera cerrando fuerte la puerta.

—¿Donde estabas?—Preguntó levantándose. 

—En el trabajo.—Se quitó la chaqueta. 

—Acá me llega el olor a alcohol.—Se cruzó de brazos. 



—Estoy trabajando en un caso que es dolor de cabeza, si lo que te preocupa es que haya estado en un bar puedes dejar de pensar en esas cosas, no lo estaba. 

—¿Es el mismo caso de las violaciones?

—Si, y es muy complicado. 

—Puedes pedirle ayuda a tus hijos.—José rió sin humor. 

—Partida de tontos, ninguno sirve. Están enamorados los dos. 

—José, este es un caso demasiado complicado. Fíjate la policía vino hasta a ti solicitando ayuda. Dile a Santos que te eche una mano. 

—Yo a ese malcriado mocoso no le hablo. De mi puede olvidarse. 

—José... Seguro aceptará encantado.




—No quiero sus narices cerca de mí. 

—¡José es tú hijo!—Gritó Asunción. 

—Como sea. 


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Antón iba saliendo de un hotel, con su semblante serio como siempre. Soltó unos cuantos billetes en el mostrador y salió sin mirar hacia atrás donde había dejado a una mujer en su cama cómodamente dormida. 

Miró en su reloj la hora. 

1:43 am. 

Caminó con seguridad por las oscuras y solitarias calles hasta llegar al río donde sus trabajadores lo esperaban. 

Miró a cada uno de ellos, algunos con más asco que a otros.

—Melendez, Perro de Agua, Chepo, Barreto, Sapo.—Gritó con enojo.—¿Donde carajos están?—Gritó. El sonido del silencio reinó en el lugar.—¡Que alguien me conteste!

—Es... Están en el bar, patrón.—Susurró uno temoroso. 

—Vayan a buscarlos.—Ordenó rodando los ojos. 


Caminó hasta su barco y hasta su despacho. 
Le tendría que empezar hacer caso a su hija, tendrá que empezar a trabajar en la oficina central, ya no estaba para esos dolores de cabeza que le aportaban esos idiotas. 

Su hija... 

Ya empezaba a extrañar a su pequeña, toda la rabia que sentía desapareció dejando un vacío. 




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—¿Donde quieres casarte?—Le preguntó Santos a Bárbara. 

—En la poza.—Le respondió con una sonrisa viendo por el balcón.

—Eso sería increíble, es nuestro lugar.—Dijo comiendo de su desayuno.

—Con decoración blanca, algunas luces colgadas de los árboles.

—Ron.

—Música.

—Ron.—Dijo con burla.

—Hombres bailando sensualmente desnudos...

—Roo... ¿¡Qué!?—Gritó ahogándose con su desayuno. Bárbara rompió en risa.—Muy graciosa... 

—Lo único que sabes decir es ''ron''—Lo besó.




—De la luna de miel me encargo yo.—Dijo sonriendo. 

—¿¡Otra!?—Gritó riendo.—Lo dirás en broma. 

—No, falta la luna de miel oficial.—Ambos rieron.—Esta vez nos falta recorrer Francia. 

—Estás loco.

—Un mes recorriendo las calles de París, tu y yo.—Dijo mientras se acercaba a sus labios para morder el inferior.

—Si, estás loco... 


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Antón había llegado a la Capital a las nueve de la mañana, vestía un pantalón de traje negro junto con una camisa blanca. 
Observó la fabrica que estaba en frente a él y al lado un edificio enorme con su apellido. Rodó los ojos y entró con paso decidido. 
Todos sus trabajadores al verlo le dieron una inclinación de cabeza, señal de respeto.
Al llegar al ultimo piso, bajó del elevador y en frente de su oficina encontró a su asistente.

—Señor Antón.—Medio sonrió. 

—Carmen.—Dijo sin cambiar su semblante serio.




—Es un gusto que haya venido por aquí, señor.—Ambos entraron a la oficina de Antón.—Las ventas han subido un 30 %.—Le colocó en frente varias carpetas.

—¿Las has leído?

—Si.—Dijo sin entender.

—¿Está todo bien?

—Perfecto.

—Entonces, me iré.—Se levantó, Carmen lo miró sin entender.—Confío en ti, y no he venido por trabajo.

—...Está bien.—Dijo confusa. Viendo como su jefe se iba.—Que raro.


***

Antón no pudo ir sin antes fijarse en las piernas de Carmen, le gustaba desde hace mucho tiempo, pero era una buena asistente. 

En el elevador. 

—Voy en camino.—Dijo hablando por teléfono y colgó. 

Se montó en su coche y recorrió las calles de la Capital que conocía muy bien.



Llegó a un restaurante y bajó.

Recorrió el lugar con la vista hasta encontrar a la persona con la que se encontraría.

—Antón.—Se levantó.

—José... Asdrubal.—Los saludó a ambos. 

—Señor.—Le estiró la mano. Antón la miró por mucho tiempo antes de sentarse.



—De acuerdo.—Asdrubal recorrió su mano. José ocultó una sonrisa mientras se sentaba.

—Empieza a hablar, niño.—Ordenó Antón. 

—El camarero ya viene a pedir nuestras ordenes.—Dijo José. 

—Yo no comeré con ustedes por tres simple razón: Primero no quiero, segundo no me da tiempo porque me regreso en una hora al pueblo, tercero me dan asco. Así que te recomiendo que comiences hablar.—Gruñó. 




—Muy bien, señor.—Dijo algo intimidado.—¿Algunos de ustedes sabe cual es la debilidades de sus hijos?

Ambos hombres lo miraron sin expresión esperando a que continuara. 

—...Los celos. Ambos son celosos.


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Un mes después.

Santos y Bárbara llegaron a la capital de madrugada. Bárbara había estado en todo el camino haciendo pucheros y rabietas ya que no quería regresar. Si, extrañaba a su gente pero no quería separarse de Santos. 

Éste también estaba triste por tener que volver. 
Santos cargó nuevamente a Bárbara hasta su departamento y la recostó a su cama de agua, sonrió viéndola dormir. 

Abrió su computador y observó el millón de imágenes que aparecieron, todas de ellos juntos, de Santos distraído, de Bárbara durmiendo y también distraída, imágenes graciosas y otras privadas e intimas. Las observó a todas con una sonrisa, ya tenían que volver. 
En unas cuantas horas volverían al pueblo, a su realidad.




Y eso en parte a él era algo que le preocupaba...