jueves, 25 de febrero de 2016

Capítulo 18.



—¡Felix ahora si hablo en serio!—Dijo Sofía obviando las risas de Felix.—Vete a tu casa que tú madre tiene que estar preocupada.—Cerró los ojos al sentir los besos en el cuello que le daba Felix. 

Llevaban así toda la mañana y ya eran las 10. 

—No, no, no.—Se despegó de él. Felix la miraba con un puchero.—Harás que a esa pobre mujer le de un infarto.—Dijo besando los labio de él. 

—¿Bromeas? Todo el mundo sabe que su ojo derecho es Santos.—Se burló.—Ella no me quiere...—Cerró un ojo y doblo su cabeza.—Dejame hacerle compañía a alguien que si la valora.—Besó su cuello. 

—Por Dios.—Gimió dándose por vencida. —Por lo menos vamos a desayunar.—Sugirió. 

—De acuerdo.—Suspiró.—Pero primero un baño. Olemos a sexo.—Y sin que ella se lo esperara la cargó y se dirigió al baño.

—Mantén tus manos quietas.—Le dijo Sofía. Había perdido la cuenta de cuantos round fueron, pero solo había logrado dormir unas pocas tres horas. 

—¿Como puedes decir eso estando desnuda y restregándome tú culo?—Gruñó pegándola de la pared. 


-

Santos y Bárbara habían visitado varios pueblos, se habían perdido varias veces pero encontraban el camino. 

Un cadillac descapotable de los 60, Elvis Presley y buena compañía hacían de ese viaje el mejor. 

Bárbara fotografiaba todo lo que veía, había echo montones de fotos de ella y Santos, del paisaje y de Santos distraído. 

Había recibido un mensaje de Beatriz diciendo que había llegado a la Capital, pero trató de llamarla un montón de veces y no le caía, al igual que a Sofía. 

—Ya deja ese teléfono.—Santos se lo quitó de las manos y le subió más volumen a la canción mientras la cantaban.



Cuando la canción acabó ambos reían hasta que sonó otra y se miraron a los ojos, Santos desvió la vista al camino pero tomó la mano de Bárbara y cantaba la canción pensando en ella. Solo en ella. 




-

Beatriz estaba acostada en su cama, tenía los ojos hinchados y rojos pero ya no lloraba. Su teléfono sonó una vez más. Sabía que era Bárbara pero no podía dejar que la escuchara así. 
Fue a apagar su teléfono pero se sorprendió al ver que la llamaba su jefe.

—Dime.—Contestó sin saludos. 

—Flores, cambio de planes. Ven ahora a la comisaría.—Y colgó. 

Beatriz suspiró frustrada mientras se iba a cambiar. 



Al llegar encontró a todo el equipo de trabajo sentados en la oficina del jefe. Todos sonrieron al verla y la saludaron con aprecio. 

—De acuerdo esto es todo lo que sé.—Dijo su jefe entrando. Un hombre realmente alto, moreno, cabello negro y un poco largo y ojos color miel y con el cual había tenido una relación hace tres mese.



—Un chivata nos informó que puede que haya un posible atentado esta noche en la fiesta de los cincuenta años del Señor Zuloaga Apontes, el hotelero. La fiesta se realizara en obviamente uno de sus hoteles. Necesitaré a todos ustedes muchachos y ahora que está aquí la señorita Flores.—Le dio una fría mirada.—Déjeme avisarle que usted será una de las que esté adentro. 

—¿Como camarera?—Preguntó apenas viéndolo. 

—No. Como invitada.—Y sonrió divertido al decir.—Con vestido y todo eso.—Beatriz gruñó y arrugó la nariz haciendo que todo sus compañeros rieran. Eran una gran familia.Belén, tú la acompañas. Ahora los quiero a todos fuera de mi oficina.—Y así lo hicieron. 

—Tú no.—Dijo cuando Beatriz iba a salir.

—¿Qué?—Se sentó frente al escritorio. 

—Primeramente lamento haberte llamada así estando tú de vacaciones. Al terminar todo esto puedes volver.—Beatriz asintió.—Ya puedes irte.

—¿Eso es todo, Patricio?—Preguntó sabiendo que no era así. 

—Que más da, ve hacer tú trabajo.—Beatriz asintió saliendo.

-

Sofía y Felix estaban desayunando hablando de cosas sin importancia, Eustaquia se había sorprendido al verlo ahí pero rápidamente lo atendió como a un rey, haciendo que Sofía celosa protestara. 




Después de haber desayunado los dos se dirigieron al jardín donde jugaron como dos niños con la pelota hasta cansarse.

—Felix...—Dijo enrollando sus brazos alrededor del cuello de él.

—Mi Sofi.—Dijo sacando una sonrisa en los labios de Sofía.

—Tienes que estar con tú familia.—Hizo pucheros.—No es descortés que con Santos y Gonzalo afuera tú también desaparezcas, tú tía vino a visitarlos. 

—Tienes razón, amor.—Suspiró dando varios besos en sus labios.—Iré en un rato y vengo en la noche ¿Qué te parece?—Preguntó sonriendo. 

—Es la mejor idea que has tenido.—Dijo riendo.

—Pero ahora, besame.

-

Antón iba de pueblo en pueblo vendiendo su mercancía, no le hacía ni una pizca de gracia que su hija estuviera fuera del país con ese muchacho. Había releído la carta que su hija le dejó como diez veces. 


''Papá, sé que estarás loco de rabia por no haberte dicho con tiempo o en la cara que me iba. Pero así salieron las cosas, estaré de viaje por un tiempo con Santos, un tiempo largo. Sabes que nos hace falta. Tanto a Santos y a mi como pareja, como a ti y a mi como padre e hija. Espero que al volver hayas cambiado tú manera de ver a Santos y hayas entendido de que nosotros no somos ustedes. Sabes que me duele tú actitud hacía mi, que me duele ver lo ignorante que puedes ser. Te he dejado todo los papeles listo, no tienes nada porque preocuparte, estaré bien. 
Te amo. 
Bárbara''

Sintió una rabia infinita al enterarse por Juan Primito lo que había pasado en Altamira, y en parte le dolió que Bárbara no le allá querido contar ella misma. 





José estaba sentado en el despacho que había sido de su padre, luego suyo y ahora de su hijo menor. Tenía la vista pegada al ordenador, tenía trabajo que hacer. 
El estar encerrado ahí no le hacía nada bien y con un hijo de viaje y el otro en donde sabe Dios, estaba realmente aburrido. 



La puerta del despacho se abrió y entro Cecilia.

—¿Se te olvidó como tocar una puerta?—Ni levantó la mirada.

—¿Se te olvidó como tratar a una dama?—Preguntó con rabia.—La has hecho llorar de nuevo.—Cecilia se sentía impotente. José suspiró sintiendo una opresión en el pecho. 

—Se supone que ella no se debía enterar...

—Por favor, no seas cara dura.—Dijo tomando asiento frente a él.—Se nota que esa muchacha es una salvaje, pero tratar de pagarle...—Dijo negando con la cabeza.—¿Y de verdad creías que se lo ibas a ocultar a ella? 

—Cecilia, no te metas en mis asuntos.—Gruñó como buen Luzardo. 

—Se te olvida que es de mi hermana de quien estamos hablando.

—Es mi esposa.—Alzó un poco la voz.

—Espero que dejes de ser un bastardo antes de que sea tarde.—Se levantó y se fue dando un portazo.


José suspiró con pesadez. 
Siguió trabajando sin prestarle atención a nadie. 
Tenía que buscar un modo de irse lo antes posible de ese pueblo, tenía que buscar una manera de llevarse a sus hijos consigo. 

Tocaron la puerta del despacho y una Casilda un poco pálida abrió la puerta.
—Señor, un joven allá afuera pregunta por usted.—Dijo cabizbaja. 
—Hazlo pasar.—Respondió sin humor. 

La puerta se volvió abrir y José levantó la mirada y frunció el ceño, no conocía de nada al joven. 
—Señor, Luzardo. Permitame presentarme, mi nombre es Asdrubal Cayetano, soy el ex novio de Bárbara, y si a usted le viene bien, tengo una idea de como hacer que ellos dos se separen.—Dijo Asdrubal sentándose y sonriendo con suficiencia.




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Bárbara corría por toda la casa, su nivel de adrenalina era alto, gritó cuando llegó al cuarto, no tenía escapatoria, las pisadas rápidas de Santos se escuchaban cada vez más cerca, se montó en la cama y empezó a saltar como niña chiquita. Santos abrió la puerta del cuarto de un golpe, su pecho subía y bajaba rápidamente una capa de sudor cubría su pecho desnudo, vio a Bárbara con diversión saltando en la cama con ropa interior. 

—Eres una niña muy traviesa.—Dijo riendo tratando de tomar aire. 
—¿Me darás unos buenos azotes?—Preguntó coqueta meneando su cuerpo. 
—Te los mereces.—Dijo mordiendo su labio.

Bárbara bajó de un salto de la cama cayendo sentada, abrió el cajón que estaba pegada a la cama y sacó un paquete de mentas y sonrió con diversión. 
—Pervertida.—Dijo Santos riendo caminando hacia ella. Dejó un pequeño beso en sus labios y quitó el paquete de sus manos. Se metió uno en su boca y la besó esta vez con ferocidad como a ella le gustaba.




—Este es mío.—Dijo Bárbara con el caramelo ahora en su boca.
Santos sorprendiéndola rompió sus bragas. 
—Ya eres un experto.—Le dio una menta. Bárbara lo empujó en la cama y Santos se acomodó mejor. Bárbara jugaba con la menta en su boca, quemaba. Bajó el calzoncillo de Santos y lo tiró lejos. 
—¿69?—Preguntó Santos sonriendo. 
—69, cariño.—Bárbara besó sus labios antes de acomodarse arriba de él. 
Bárbara bajó su boca hasta la erección de Santos, la menta hizo que le ardiera y sintiera frío, Santos dio un respingo mientras que su lengua recorría toda la feminidad de Bárbara, pasaba la menta haciendo que Bárbara se estremeciera. Ambos se daban placer, Santos recorrió con un dedo el sexo de Bárbara y ésta acariciaba de arriba abajo su pene. 
Ambos llegaron al orgasmo al mismo tiempo dejándolos temblorosos y con una ligera capa de sudor.
Bárbara se volteó para ver a Santos que le mostraba una ahora diminuto menta con la lengua afuera y sonriendo. Bárbara se lanzó a quitársela.





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Felix venía entrando a su casa tarareando una canción, estaba feliz y no iba a ocultarlo. En la sala se encontró con su madre y su tía quienes se hallaban una leyendo un libro y la otra tejiendo. 

—Vaya, vuelve el hijo ausente.—Dijo su madre sonriendo al ver la cara de felicidad de su hijo mayor. 

—La conocí una mañana para una fiesta de enero nos ennoviamos en marzo el compromiso iba enserio el matrimonio fue en mayo con ceremonia y festejo y no han pasado los años como si fuera el primero—Cantó y bailó. 

Asunción y Cecilia veían a Felix riendo. 

—Hermosas damas, creo que estoy enamorado.—Dijo haciendo que ambas gritaran emocionadas. 

—¿¡SOFÍA!?—Preguntó en un grito su madre. 

—Si, señora.—Dijo riendo junto con ellas.

—¡Ay, amor!—Se levantó y lo abrazó.—Pensé que no iba a estar para cuando pasara esto.—Se burló el él.

—Espero conocer pronto a esa muchacha, sobrino.—Dijo Cecilia sonriendo con afecto. 

—Tía, a esa trigrita lo único que tengo que hacer es convencerla.—Dijo riendo. 

—¿Si recuerdas como tratar a una dama, no es así?—Le preguntó su madre.—Tú tía y yo te educamos lo mejor que pudimos. Ni se te ocurra faltarle el respeto.—Le dijo en reproche.


—Si, señora.—Hizo una pose de militar. 

—¿Has hablado con tú hermano?—Preguntó pensando en su loco hijo menor.

—En la mañana, dijo que estaba bien. Y extrañándome.—Hizo pose de diva. 

—Seguro.—Su madre se burló de él.

—A veces siento que no soy tomado en serio en esta casa, madre.—Dijo haciendo pucheros. 

Cecilia y Asunción solo rieron. Felix era todo un caso.

—¿Y el viejo?—Preguntó tomando asiento.

—Pues hace rato que no sale del despacho.—Contestó Cecilia extrañada. 


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Sofía se encontraba hablando con Eustaquia, esta estaba gritando como loca mientras le contaba como le trató Felix, como le hizo sentir una princesa.

—Pero bueno mi niña ¿Estás enamorada, si o no?—Preguntó riendo.

—No, bueno si, no, no sé.—Dijo confundida, Eustaquia la miro con burla. 

—Tiempo al tiempo, pues.

—Si, aunque no creo que falte mucho para yo ir hasta sus brazos y decirle ¡Te amo, idiota!—Dijo riendo.—Voy a llamar a Bárbara y a Bea, vienes?—Preguntó levantándose.

—Dale mis saludos, estaré aquí afuera limpiando unas cosas.—Sonrió a la vez que Sofía se iba.


  

Eustaquia estaba acomodando las cosas de sitio cuando escuchó las ruedas de un carro parar frente la casa, luego unos pasos, cuando se volteó se llevó una gran sorpresa. 

—Eustaquia.—Susurró.

—¡José, hijo!—Sus ojos se humedecieron y sin importar nada fue abrazarlo. José la abrazó con ese cariño que aún sentía por ella.

—Mamá Eustaquia.—Dijo sonriendo por primera vez en mucho tiempo. 

—Mira como has crecido-—José limpió sus lagrimas. 

—Perdón por no haberte prestado atención la vez pasada cuando tuvimos esa cena, fueron muchas emociones.—Dijo avergonzado. 

—No pasa nada, cariño. Ven, siéntate.—Ambos tomaron asiento. —Antón no está.—Dijo en un susurro.

—Lo sé, por eso estoy aquí.—Dijo suspirando.

—Y dime hijo ¿Qué ha sido de tú vida?—Preguntó.





 —Al irme de aquí: Estuve en un psicólogo, hay fue donde conocí a mi difunto suegro que era el que me trataba, su hija Asunción estaba en el mismo colegio que yo, nos hicimos amigos, novios y ahora estamos casados con dos hijos.—Contó.—Ella no sabe nada de..., lo que pasó.—Susurró.—Nadie en mi familia lo sabe. Estudié, me esforcé y soy un abogado reconocido.—Suspiró.

—¿Y eso te hace feliz?—Preguntó ella mirando en sus ojos que no era así.

—Hace mucho que no siento nada, soy un hombre vacío.



—No digas eso, muchacho.—Dijo sonriendo.—Tienes a una mujer preciosa y dos hijos que son dos hombres de bien.—Tomó su mano y la acarició.—Tienes que abrir los ojos antes que sea tarde.—José no dijo nada, solo suspiró.—Me enteré de lo pasado con Bárbara.—Le reprochó. José rodó los ojos como niño chiquito.

—Me parece que es una buena muchacha, siempre lo he dicho. No tiene la culpa de ser hija de quien es, pero no la quiero cerca de Santos.—Dijo serio.

—Pero Santos es feliz con ella.—Trató de meterle eso en la cabeza. 

—¿Y cuanto durará eso?—Preguntó.

—Lo que tenga que durar. 

—Imagina que tengan un hijo, vieja.—Dijo sin perder el control.—¿Cuando pregunte porque sus abuelos se ven de esa manera? ¿Por qué mama es infeliz con papá?—Preguntó.—Es una relación sin futuro.—Eustaquia no podía creer los ciego que estaban sus dos hijos. Ciegos de odio.

—No puedo creerlo. Los dos están tan huecos que no se dan ni de cuenta del daño que están causando.—Dijo molesta.

—Eustaquia, Santos me está desobedeciendo. Y eso es algo que no permito debido a lo pasado con...—Se cayó. No podía decirlo.

—Tercos, Antón y tú son unos tercos. Y se van arrepentir por esto que le están haciendo a sus hijos.





-

Antonio estaba con Felix en la habitación de este último, ambos hablaron sobre sus cosas y demás.

—Así que—Subió las cejas una y otra vez causándole risa a Felix.—Tú y Sofia...Ya...

—Si. Y fue más que perfecto, nunca me había sentido así.—Dijo sonriendo. 

—Se te nota que está feliz.—Dijo Antonio con una sonrisa sincera.—Me voy enamorando ouou.—Cantó mientras bailaba. 

—Cierra la boca, Sandoval.—Se rieron.

**
Antonio iba bajando de las escaleras para irse cuando vio a Cecilia en la puerta.
—Antonio.—Dijo sonriendo.
—Cecilia.—Murmuro este con una pequeña sonrisa. 
—¿Como estás?—Se acercó y plantó un beso en su mejilla.
—Muy bien. ¿Qué tal tú?—Preguntó sonrojado. 



—Estoy muy bien, ¿Quieres un café?—Preguntó caminando hasta la cocina.

—De acuerdo.

Cecilia estaba preparando el café mientras Antonio le hablaba sobre su vida, sobre su familia y demás.

Salieron al jardín para seguir su platica. 
—Parece que el amor está en el aire.—Señaló con su cabeza hasta la casa grande.

—Si, eso parece.—Cecilia bebió de su taza.—¿Como es esa mujer, Antonio?—Preguntó.

—Pues, Bárbara..., no es ni santa ni diabla. Es parcial.—Explicó.—Es dulce, cariñosa pero a la vez es una fiera incontrolable, pero es una excelente persona. A pesar de lo que diga la gente.—Dijo quedando embobado viendo sus ojos. 

—Es que la forman en la que trató a Luisana y las cosas que ella me dice de esa mujer...—Dijo frunciendo el ceño. 

—Entiendo, pero no debes juzgar sin conocerla.



—Es increíble lo mucho que has cambiado.—Dijo asombrada al escuchar a Antonio hablar así.

—Tú también estás muy cambiada, Cecilia. ¿Te digo un secreto?—Preguntó indeciso.

—Adelante.—Le animó. 

Yo estaba enamorado de ti cuando era nada más que un niño.

-

Con un vestido negro pegado en algunas parte de su cuerpo muy sensual, Beatriz y varios de sus compañeros cubrían el operativo policial.
Estaba apoyada en la barra con una copa en la mano, hablaba con Belén y dos de sus compañeros mientras vigilaba con disimulo a su alrededor  No le gustaba nada aquel tipo de operativo. Demasiada gente desconocida en una sala con varias plantas. Pero allí estaba ella, su castaño pelo recogido en un moño alto y unos taconazos que la estaban matando.




—Ese vestido te sienta de maravilla. Estás fantástica con él, es más, creo que a quien vigila el jefe hoy es a ti —afirmó Belén.

—Uf, paso de él.—Se volteó en dirección de Patricio y en efecto el la estaba viendo.

—Lo malo es que él no de ti.

—Hoy me considero un tío con suerte —sonrió Luis, el compañero subinspector—. ¿Quién me iba a decir que iba a estar acompañado por semejantes bellezas?


—No te emociones —aclaró Belén con el gesto torcido—, es trabajo.

Beatriz rodó los ojos ante el comentario de Luis.

—Umm... ¡qué rico! —susurró Belén mientras cogía otro canapé de la bandeja que el guapo camarero ofrecía.


—¿A qué te refieres? —sonrió su amiga con disimulo—, ¿al canapé o al camarero? 
Ambas se rieron.

—Mi Dios.—Luis le guiñó el ojo a una rubia que iba con un vestido rojo más arriba de las rodillas (Mucho más arriba) Obviamente operada.—Que suertudo es ese tipo.

Beatriz y Belén miraron hacia la dirección donde estaba la rubia, y un hombre alto, de hombros anchos y cabello oscuro. Beatriz entrecerró los ojos examinándolo.

—Madre mía que hombrón.—Dijo Belén viéndolo.—¿A qué no Bea?

—Tiene buen culo y obviamente un excelente revolcón.—Dijo viendo a la rubia piernas largas y culo operado. 

Una hora y media después, tras muchos canapés y alguna copa de más...

—Calcetín blanco, zapato oscuro, paleto seguro —se burló Belén.

—Crueles como ustedes solas —se guaseó Luis.

—Disculpadme un segundo, necesito ir al baño —masculló Beatriz con malas pulgas.

Sin esperar respuesta y con una mala leche descomunal, se encaminó hacia los aseos. Como siempre, había cola para entrar.

«Dios... cómo odio esto», pensó colocándose en la fila como una buena chica.

La paciencia no era lo suyo, y menos cuando el puñetero sujetador sin tirantes le cortaba la circulación, los tacones la mataban y la jodida liga donde llevaba la pistola amenazaba con rodar a sus pies.


Desesperada porque la fila no avanzaba, miró a su alrededor para intentar olvidar su desesperación por vaciar la vejiga y se sorprendió al ver a Gonzalo a pocos metros de ella. Apoyado en la pared, su postura indicaba tranquilidad, algo que no parecía tener la rubia del minivestido rojo que frente a él movía los brazos.

Con disimulo se movió hacia su derecha. Eso le permitió oír la voz chillona de la señorita Glamour.

—Pero yo quería asistir a la fiesta —protestó la rubia—. De no ser por Ariadna y su acompañante no me hubieran dejado entrar. Eso no me ha gustado nada.

—Te dije que yo no pasaría a buscarte, Tina. Siempre he sido claro contigo —respondió él sin alterarse, pero cansado del acoso de aquella rubia tonta—. Las cosas entre tú y yo acabaron antes de comenzar, por lo tanto, ni yo tengo nada que ver contigo, ni tú conmigo.


Pero pichoncito...

Sin poder evitarlo, a Beatriz se le escapó una carcajada al oírla, y aunque rápidamente disimuló, ya era tarde. Aquella risotada había atraído la mirada de él, que ahora la observaba con curiosidad y asombro mientras la rubia proseguía con sus protestas.

Cinco minutos después y tras varios intentos de la rubia por besar y abrazar al Gonzalo, él comenzó a echar humo. Se estaba poniendo muy pesada aquella rubia tonta que conocía de dos noches locas.


«Madre mía, qué tía más cansina», pensó Beatriz, a quien solo le quedaban tres mujeres por delante para pasar al baño. Comenzaba a compadecer al Pichoncito.

—Tina, por favor. ¡Basta ya! —gruñó molesto—. Tú y yo salimos un par de veces, lo pasamos bien juntos y punto, ¿de acuerdo?

Pero la rubia era cabezota como ella sola y volvió al ataque justo en el momento en que comenzó a sonar la canción Something stupid.


—Pues no entiendo por qué no quieres estar conmigo...

Beatriz no pudo más. Aquella petarda era insufrible, y Gonzalo comenzaba a darle pena. Así que le pidió a la chica de la fila que le guardara un segundo el lugar, se acercó hasta ellos y ante la mirada incrédula de él, Bea gritó bien alto para ser oída.


—Cariñito... suena nuestra canción... llevo buscándote un buen rato...

Y antes de que la rubia se moviera, Beatriz se acercó a él con descaro y le plantó un rápido beso en los labios. Aunque Gonzalo la miró sorprendido, al verla gesticular, sonrió y sin perder un segundo, la agarró por la cintura y la apretó contra él.


—Es cierto, cariño, nuestra canción —respondió él tan cerca que Beatriz apenas podía apartar su boca de la de él—. ¿Por qué has tardado tanto?

Miss Silicona con su minivestido rojo se quedó petrificada ante el descaro de aquellos dos. Quiso decir algo, pero al ver cómo él bajaba sus manos posesivamente hacia el trasero de aquella, sin decir ni una sola palabra, levantó la barbilla y se marchó.

Por el rabillo del ojo y mientras él continuaba besándola, Beatriz vio que aquella, con su bamboleante movimiento de caderas, se alejaba. Se apartó unos milímetros de aquel que tan fascinado parecía y le indicó:


—Ya puede soltarme, Zuloaga. La pesada se ha pirado y yo tengo la vejiga a punto de reventar.



Gonzalo la oyó, pero se negaba a soltarla. ¿De dónde había salido aquella preciosa mujer? Incrédulo, la observó mientras la música continuaba. Era castaña, alta, aunque no tanto como él, y con unos preciosos ojos marrones. Vestía un ajustado vestido que dejaba entrever un cuerpo fuerte y redondeado, y eso le gustó. Aunque no tanto como su desparpajo y su manera de hablar.

—Eh... ¡Tú! —dijo Beatriz para espabilarle—. O apartas tus manos de mi culo en este instante o te juro que lo vas a lamentar.

Al oír aquello, Gonzalo soltó una carcajada y la soltó. A sus casi treinta y seis años, y acostumbrado a ser él quien se quitara las mujeres de encima, se sorprendió de que una le hablara así.

—Bonita canción de Sinatra, ¿no crees? —dijo él, divertido.

—No está mal. Pero yo soy más actual y prefiero la versión de Robbie Williams y Nicole Kidman.

En ese momento, Beatriz miró hacia el baño. Era la siguiente para entrar y no estaba dispuesta a perder su turno. Se volvió hacia él, que aún la miraba con gesto extraño, y mientras se alejaba le dijo:

—Me debes una, Casanova, y ten más cuidado con quién te lías. El mercado está lleno de petardas y yo no andaré cerca para quitártelas de encima otra vez.


La puerta del baño de señoras se abrió y Beatriz, deseosa de vaciar su vejiga, entró, dejándole confundido y con la boca abierta.

Gonzalo silbó de asombro. 

-

Felix entraba en el Miedo con Sofia riendo y besándose, éste la pegaba de cada pared que encontraba mientras la hacía gemir.

—Te extrañé.—Dijo entre beso y beso. 

—Yo más.—Sofia tiraba del cabello de él. 

Entraron al cuarto donde los gemidos y jadeos no se hicieron de esperar.




—¿Y si hacemos videollamada con Santos y Bárbara?—Preguntó Sofi con la camisa de Felix puesta. 


—Bien.—Sacó su teléfono y llamó. 

A los minutos la imagen de Santos y Bárbara apareció en la pantalla. 

—¡Oh Dios mío!—Gritó Bárbara al ver a Sofía y a Felix en la cama.

—¡SORPRESA!—Gritó Sofi riendo. 

Bárbara estaba igual que ella, con la camisa de Santos y Felix mientras aquellos dos estaban desnudos tapados nada más con la sabana. 

—Cuñada.—Saludó Felix sonriendo.—Adefesio.
—Cuñado.—Bárbara lo miró divertida. 
—Subnormal.—Saludó Santos. 

—¿Qué pasa, acaban de follar?—Se burló Felix haciendo que Sofía riera y los otros dos rodaran los ojos. 

—Te dije, pareja perfecta.—Ironizó Santos besando la mejilla de su novia. 

-

A las tres de la madrugada Beatriz y Belén, destrozadas por los tacones, tenían un humor de perros. El operativo que habían montado tenía pinta de no servir para nada. Allí la gente solo se divertía, comía y bailaba.


—¡Por Dios! Pero ¿es que esta gente no se cansa? —se quejó Bea, a quien le picaba la cabeza por los kilos de laca que llevaba—. Te juro que estoy por quitarme el puto sujetador y ponerme la liga como diadema.

—Te entiendo —gruñó Belén—. Estoy tan cansada que hasta veo feos a los camareros más guapos.

Luis y Bea sonrieron. 

—¿Qué sabes de Bárbara y Sofi?—Preguntó al cabo de un rato. Beatriz sonrió al pensar en sus dos locas amigas. 

—Están atrapadas en el amor.—Dijo riendo. Belén no entendió y Beatriz le contó algo sobre lo que pasaba. 

En ese momento, Miller, el comisario, les hizo una seña y los tres se pusieron alerta. Al parecer, el señor Zuloaga Aponte se marchaba. Para ellos eso significaba que el operativo podía acabar en pocos minutos. Pero no... el buen señor parecía no arrancar.

—¡Joder, qué plasta el abuelo! —exclamó Clara—. Al final voy a tener que ir yo y meterle en el coche para que todos podamos irnos a casa.

Bea sonrió, pero la sonrisa se le heló al encontrarse con los ojos de Miller. Esos ojos duros que ella conocía de verdad. Durante unos segundos se miraron, hasta que ella, incómoda, desvió la mirada.

—¿Quién dio el chivatazo de que atentarían contra el abuelo? —preguntó Bea, enfadada por lo que Miller le había sugerido con la mirada.


—El Costras —respondió Belén

—Puto sea.—Se quejó. 

—Tranquilas inspectoras.—Dijo Luis.

—Creo que esta vez se ha reído de todos nosotros —se quejó Beatriz, a quien la liga con la pistola la traía por la calle de la amargura; incluso le había salido un sarpullido que le picaba horrorosamente.

—Les juro que a pesar del dolor de pies que tengo —susurró Belén—, cuando salga de aquí voy a meter una patada en el culo al Costras.

—Te acompañaré encantada a buscarle —asintió Bea.


Relájense. Ese sinvergüenza nunca nos ha fallado —animó Luis, que se adelantó unos metros para hablar con López, otro de los compañeros.

El patriarca de los Zuloaga parecía despedirse de algunos invitados. A sus cincuenta años era un hombre alto, con una espesa cabellera negra y una excelente salud. A su alrededor, Bea observó a sus dos guardaespaldas, que en ese momento ayudaban a levantarse a una invitada que había caído a sus pies.


—Venga... venga, abuelo —susurró Belén mientras miraba al anciano—. No te pares... sigue... sigue... venga... venga... ¡Oh... no, mierda! —soltó al ver que él se paraba a hablar con la mujer que había tropezado.

De pronto, Bea observó un movimiento extraño cerca de la puerta. Miró rápidamente a Luis; él también lo había visto. Miller ya corría. Belén vio a López y Dani correr hacia el señor Zuloaga y supo que debía actuar. Con decisión, Beatriz se abrió la abertura lateral del vestido y tiró de su liga para coger la pistola. En ese momento se oyeron varios tiros y el caos se apoderó del lugar.

Los invitados corrían despavoridos pisándose unos a otros. El glamour y las buenas formas habían desaparecido en menos que canta un gallo y parecía que todos pensaban: «Sálvese quien pueda».

Beatriz y Belén corrían zigzagueando contracorriente pistola en mano. Al llegar junto al viejo Zuloaga, Beatriz vio sangre en el brazo del anciano y rápidamente le atendió.

—¿Está usted bien? —preguntó tirándose encima de él mientras se oían chillidos y disparos.

El hombre sonrió con dulzura al ver que ella de un tirón se quitaba una especie de fular del cuello y con fuerza le rompía la manga de la chaqueta.


—Solo me ha rozado la bala, señorita —habló en un perfecto castellano, aunque se denotaba un profundo acento escocés que hizo sonreír a Beatriz—. ¿Mi familia está bien?

—No se preocupe por nada, estoy convencida de que sí —Beatriz tiró de él hasta ponerle tras el parapeto de una mesa que ella se encargó de volcar—; pronto le atenderán en un hospital.

—Señorita, siento decirle que acabo de manchar su vestido y su precioso brazo con mi sangre —informó el anciano.

Beatriz miró la mancha en la cintura de su vestido y sonrió.
—Esto en el tinte lo quitan fenomenal, no se preocupe —Dijo para relajar la tensión del hombre.

Miller corría escaleras arriba con Dani. Luis esposaba a la barra a las dos mujeres que habían comenzado aquello, y Belén hacía un torniquete en la pierna a uno de los guardaespaldas de Zuloaga, que se revolvía de dolor. 


Como si de un vendaval se tratase, de pronto Beatriz se vio arrastrada hacia un lateral cuando un hombre se agachó ante el anciano. Beatriz iba a protestar, pero Belén con un silbido atrajo su atención y le indicó que, desde la primera planta, López hacía señas para que subieran.

—¿Estás bien, abuelo? —preguntó el hombre que, como todos, vestía esmoquin.

—Gonzalo ¿dónde están las mujeres?

—Tranquilo, abuelo. Están bien, con Jack y Raúl.


Al oír aquella voz, Beatriz miró de nuevo a Belén, quien con un seco gesto sonrió. ¡Aquel que había llamado abuelo a el señor Zuloaga era nada más y nada menos que Gonzalo ZULOAGA! Y lo peor de todo era que ahora se dirigía a ella.

—¿Estás bien? —le preguntó al ver sangre en su vestido.


—Perfectamente —asintió Bea. Cayendo en cuenta de lo lenta que había sido.

En ese momento sonaron varios disparos, y al levantar la cara Bea, vio a López contraer el gesto. Había sido alcanzado.

—Pide refuerzos y que vengan rápidamente varias ambulancias —gritó Bea a Belén, mientras corría tras Luis hacia las escaleras.

Pero de pronto sintió que alguien le agarraba el brazo y tiraba de ella. Al volverse se encontró con la cara desencajada de Gonzalo

—¿Dónde vas, mujer? ¿Quieres que te maten?

—¿Quieres soltarme, tonto? —bramó enfadada.


López estaba herido y ella estaba perdiendo el tiempo.

—¡Pero estás loca! —exclamó él sin soltarla, incapaz de entender que una mujer tan bonita como aquella se expusiera a ese peligro.

En ese momento llegó Belén hasta ellos.
—¿Qué ocurre? —preguntó al ver cómo se retaban con la mirada. 

—O haces que el imbécil me suelte el brazo —siseó Beatriz muy enfadada— o te juro que me lo cargo.
Belén iba a abrir la boca, pero la voz de Luis la interrumpió.
—Inspectora —gritó—, López está herido, pero por señas me dice que está bien, que no nos preocupemos.


—¿Inspectora? —susurró incrédulo Gonzalo—. ¿Eres inspectora de policía?

—¿A ti que te parece, idiota? —gritó a punto de golpearle—. ¿Quieres hacer el favor de soltarme?


—Iré contigo.

—No. No vendrás conmigo o no me quedará más remedio que detenerte, ¿has entendido? —respondió Beatriz con seriedad.

—Pero...

—Maldita sea, ¡aquí mando yo! —gruñó Beatriz desesperada mientras se soltaba de un tirón—, y te ordeno que muevas tu culito escocés y te alejes de aquí.

Agazapado al final de la escalera, Luis gritó:


—¡Flores, joder! Necesito que me cubras para llegar hasta López



Bea sintió que la adrenalina le bombeaba con fuerza el corazón y antes de correr escaleras arriba le dijo a Belén, que se había interpuesto entre ella y aquel individuo:

—Llévate de aquí al doctor Iluminado antes de que le ocurra algo o se manche su precioso traje.

Y con una agilidad increíble, Bea subió los escalones de dos en dos a pesar de sus taconazos. En cuanto se acercó a Luis, este se levantó y, mientras ella le cubría, llegó hasta López.

—Será mejor que te apartes y nos dejes trabajar —indicó Belénal ver que aquel hombre no se achantaba ante la mala leche de su compañera—. Por favor, doctor. Espere allí con ellos hasta que controlemos la situación.

Sin mucho convencimiento, Gonzalo volvió junto a su abuelo. Desde allí oyó el fuerte tiroteo y las voces procedentes del piso de arriba. Sintió que el vello de cuerpo se le erizaba.