domingo, 27 de marzo de 2016

Capítulo 21.




Beatriz estaba en la cocina del apartamento de Gonzalo, llevaba puesto nada más que su camisa. 
Habían tenido la mejor de las noches. Beatriz se dio cuenta de lo payaso que podía ser Gonzalo, habían hablado y reído, pero sobre todo habían pasado toda la noche demostrando el deseo que se tenían el uno por el otro. 

Beatriz estaba haciendo el desayuno cuando sintió unas manos grandes apoderándose de su cintura, Gonzalo besaba su cuello repetidamente haciendo que ella se estremeciera. 

—¿Qué cocinas?—Preguntó separándose de ella. 

—Huevos revueltos.—Contestó moviéndose con facilidad por la cocina. Gonzalo la veía maravillado, observaba sus largas piernas, su culo respingón, sus pechos y su hermosa cara con esos ojos que desde la noche pasada le habían encantado. 




—Tienes una gracia al moverte por esta cocina que haces que se viera facil lo que haces.—Le halagó Gonzalo tomando asiento en un taburete al otro lado de la isla. 

—Es fácil cocinar, ven aquí y ayúdame a picar algunos tomates y pimentones.—Le ánimo ella sonriendo. Gonzalo indeciso se levantó y fue hasta ella que estaba poniendo la tabla de picar.—Ten.—Le dio un cuchillo.—Esto es lo que harás.—Primero le enseñó como picar el pimentón.—¿Entiendes?—Preguntó sonriendo.

—Pff, por supuesto.—Dijo Gonzalo haciendo lo que ella antes había echo pero con una lentitud de tortuga. 

Beatriz siguió haciendo lo suyo. Se movía con sensualidad por toda la cocina, pasaba por el lado de Gonzalo y lo tocaba con el brazo, trasero, codo; Pero sin querer, o esa era su excusa. Le daba mucha gracia que con cada toque de ella, él parara y respirara profundo y seguía haciendo lo suyo. Beatriz se paró a su lado y se estiró para buscar un cuchillo, Gonzalo vio parte de su trasero desnudo y tuvo que respirar profundo varias veces. 



Beatriz se agachó para buscar cebollas, Gonzalo dejó de un tiro en la mesa el cuchillo. Beatriz desde su posición sonrió. Gonzalo apagó la cocina y al tiempo que Beatriz se levantaba la cargó y la sentó en el mesón de la cocina. 

—Provocadora.—Gruñó mientras se bajaba el pantalón y se hundía en ella. Beatriz sonreía mientras gritaba. Gonzalo quitaba algunos botones, otros simplemente los jalaba y los rompía, chupó sus pechos, primero un pezón y luego el otro.




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Santos estaba sentado en la cama con Bárbara encima, él leía el periódico y ella solo besaba su cuello. 

Santos terminó de leer y dejó a un lado el periódico, despegó de su cuerpo a Bárbara para besarla. 

—Sabes... Estuve pensando.

—Uy, usted pensando señor Luzardo, que problema.—Se burló Bárbara. 

—No deberías burlarte cuando estás desnuda y arriba de mi, esposa.—Le advirtió besando la punta de su nariz.—Estaba pensando que quizás debamos quedarnos otro mes recorriendo Italia, ya sabes por nuestra luna de miel.—Dijo sonriendo. 

—Sí.—Respondió. Santos la miró con los ojos abiertos como platos.

—¿Qué?—Preguntó aún desorientado. Pensó que iba hacer una guerra con Bárbara, que ella se iba a negar y que el tendría que pelear, patalear y hacer pucheros. 

—Que está bien que nos quedemos por aquí otro mes.—Dijo divertida al ver su expresión. Rodó los ojos al ver que Santos no salía de la impresión.—No sé de qué te sorprendes que haya dicho que sí sin darte pelea.—Murmuró haciendo reír a carcajadas a Santos. Entre cerró los ojos.

—Creo que el matrimonio te está haciendo más mansa.—Se burlo Santos. 


  
Bárbara empezó a besar su cuello y el lóbulo de su oído, Santos gimió. Bárbara dejó un reguero de besos y saliva mientras bajaba a sus clavículas. 

—Ah, Bárbara.—Gimió Santos.

Bárbara bajó y se entretuvo en sus pezones, Santos estiró hacia atrás el cuello disfrutando de las caricias de Bárbara.

Su esposa bajó y besó su ombligo llegó hasta donde quería, la erección de Santos y sonrió con maldad.

—Ni se te ocurra dejarme a medias.—Gruñó.—No te atrevas a joderme.—Advirtió.

—Yo soy una buena chica.—Sonrió. Y se la metió entera en la boca. La sacó y nuevamente adentro, lamió la punta y luego más abajo, siempre sin dejar de mirarle, de tentarle. Pero le mató cuando hizo círculos en la punta, desprendiendo sensualidad en cada movimiento. Haciéndole sentir un placer demasiado intenso.

Bárbara se separó de él y mirándolo a los ojos dijo.

—Puedo ser una persona muy sumisa cuando quiero, esposo.—Y se levantó de la cama dejándolo a medias. 

Santos dio un grito ahogado, se levantó enojado y fue tras ella. Bárbara estaba en el mueble sonriendo. Santos, no. Estaba realmente enojado.

Se acercó a ella. Bárbara masajeo la virilidad de Santos provocandolo con movimientos lentos y sensuales

—¿Qué quieres que haga?—Preguntó sonriendo mientras movía la mano más de prisa.

Sin esperar la reacción de Santos la tumbó de cara al suelo y se posicionó detrás de ella. Su tentador trasero rozando con su pene hambriento de él. Su gritito de sorpresa fue lo que más le gustó. Por una vez, la sorprendía él.

—No juegues conmigo, Luzardo. Sabes como me pones cuando estás así de exigente.

Cogió sus manos y las entrelazó con las suyas hacia arriba. Dejándola sin
control. A su merced.
—Ni tú sabes lo que haces cuando eres tan obediente —gruñó abriéndome
paso entre sus piernas—. Aún sigo furioso.

—Y a mí me encanta ese estado tuyo en el sexo —y seguía con el
maldito juego—. No pienses, entra.


—No seré suave —avisó besándole la nuca, como respuesta se arqueó—. ¿Quieres igual?

—Por favor —suplicó débilmente y luego bufó—.Somos Santos y Bárbara, pocas son las veces que son suaves.

Contenido, le mordió el lóbulo de la oreja, haciendo que se retorciese y eso fue su perdición, también la suya porque agonizando, la embistió hasta entrar completamente por detrás. Santos gruño hasta la locura al sentirse tan envuelto y apretado. Una vez más le esperó ansiosa.


—Maldita sea —protestó mordiéndole el hombro—. Me matas tan
estrecha.

Bárbara no respondió, apoyó la frente en el suelo y levantó más las nalgas. Ya
Santos no pudo aunque quiso ser suave, apretó sus manos con fuerza y me movió al compás de su locura y rabia en ese momento. Duro, seco, rápido.
—Cuidado —avisó metiendo una mano debajo de su cuerpo para tocar y
acariciar ese botón tan íntimo, tan de él—. Quieta.

Preparada como siempre cuando apenas la rozó con un dedo; mojada y receptiva para él. Lo introdujo sin pensarlo, se arqueó gimiendo enloquecida. Metió otro dedo y continuó
moviéndose consumido por ella, por su entrega de siempre. Se retorcía entre

jadeos, queriendo pararlo, pero Santos con su mano la tenía sujeta a las suyas, no
dejando que me parara. 

Necesitaba verla extasiada de tanto placer, agotada hasta decir basta. Así quedaría después de este asalto.

—Santos —suplicó—, no tan... rápido.

¿Te duele?

—N-no... Me gusta demasiado

Le gustaba... Sexo salvaje, sin
pudor.

A menos que te duela sigo, y silencio —con la frente golpeó el suelo. Asustado, Santos frenó—. ¿Qué pasa?

—No ordenes... Me excita demasiado.

Riendo, volvió a embestirla por detrás, gruñendo cada vez que se introducía en ella de esa forma tan profunda y rápida. Con estocadas fuertes y duras, dejándome llevar por todos
esos sentimientos oscuros que necesitaban ser liberados... 
Que se revolcara de esa forma sobre el suelo le mataba, Santos podía sentir cuánto le
gustaba a pesar de ser brusco, de ser loco en cada gesto. Moría de placer
sobre todo cuando salía para luego entrar, ese instante era tan intenso, que
les podía.

—Santos...—Le llamó casi sin respiración—Deja de tocarme... ese
dedo es demasiado

No sólo ignoró su petición, por el contrario, introdujo otro, luego otro. Los
sacó y empezó a acariciar ese botón tan sensible en círculos. Gritó como nunca
antes, gritando su nombre, suplicando que parara.

—No levantes... ese culo —Peor lo hizo, lo levantó de golpe haciendo que
la tomara como un animal hambriento— Chica mala.

Pellizcó su intimidad, mordió su hombro. Ya estaba sentía completamente fuera de sí, necesitaba vaciarse. llenarla de él y volver a marcarla como lo que siempre sería: Suya.

—Vente, contráete —ordenó tirándole del cabello para que le mirara por encima del hombro. Cuando lo hizo, mordió sus labios sediento de ellos. Buscando la fricción de sus lenguas, bebiéndose cada suspiro y gemido estrangulado que salía de esa boca tan 
desafiante



—Bárbara, vamos

—No tengo... fuerzas —susurró soltándose de sus manos para acariciarle la cara—. Sigue... suelta esa rabia

Volvió con estocadas más frenéticas al sentirse maravillado por esa mujer
que tenía al lado. No se quejaba, disfrutaba cada vez que la invadía sin
control, sin miramientos. Le dejaba descargar esa furia que no podía de otra forma que él tanto necesitaba. Por eso aunque no lo pretendía, le dio duro, muy duro. Agonizando cada vez que jugaba con la punta en la entrada para luego al dar la estocada sentirse pleno,

satisfecho, al sentir tanto placer, tanto morbo. En medio del suelo

—No puedo —Se quejó. Y lo envolvió por completo, aprisionándole tan fuerte que sin
esperarlo apenas, Santos explotó. Tiró de su cabello dejándose llevar por ese
huracán que arrastraba consigo, con ella. Un huracán intenso e inmenso.
Poderoso como su perfecto y frágil cuerpo

—Santos, Santos...

Se rompió en mil pedazos, jadeando, quedando como una muñeca
de trapo bajo su cuerpo. Agotado a más no poder, y sin furia, sin rabia. Su mujer
le entendía como nadie, no podría amar más a esa criatura tan loca y atrevida.

—Dios, mío —murmuró asfixiada.


Jadeantes, agotados.

—¿Bárbara? —susurró con la cabeza apoyada en la suya—. ¿Bien?

—No puedo moverme —rio mirándole por encima del hombro—. No sé cómo voy a salir de esta. Entre mis frases, el pequeño morado del cuello y ahora que andaré coja; pensarán lo peor de mí.

—Lo haces conmigo, con tu esposo, por tanto nada importa —Respondió levantándome, arrodillándose para ayudarla—. ¿Puedes?

—No —dijo riendo a carcajadas —Luzardo, me has dado pero bien.
Santos alzó la mano, golpeó fuerte en ese trasero tan perfecto y algo colorado por la fricción de momentos atrás. Bárbara gritó. Santos alzó la ceja.

—Esa boca, señora Luzardo— Con cuidado, la levantó del suelo y la besó mientras la llevaba al cuarto en brazos.



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Sofía estaba con Felix en el cuarto del Miedo. Este estaba tirado en el suelo gimiendo como perrito y quejándose. 

—¡Me dejan! ¡Todos me dejan!—Gritaba. 

—Cierra la boca, Felix.—Rodó los ojos Sofía.—Solo serán dos días.

—¿¡Dos días!?—Gritó.—Son muchos, son demasiados. 

—Luzardo, no te morirás, además Gonzalo viene mañana.—Rodó los ojos.

—Que esperanza.—Felix bufó.—Gonzalo no me da lo que tú si.—Sonrió perverso. 

—Mantén tus manos alejadas de mi.—Quitó las manos de Felix de su trasero. 

—Aburrida.—Hizo puchero.

—Vendré con Beatriz, tú como buen perrito faldero te quedarás aquí vistiendo santos con Gonzalo.—Lo besó.

—¿Ahora me sales posesiva? ¿Ahora?—Felix rodó los ojos.—¿Por qué no puedo ir?—Sofía se tensó.

—Está toda tú familia aquí, Felix.—Contestó nerviosa. 

—Mhm...—Felix cabeceó.—Está noche me quedo aquí, no es negociable. 

—Bien, como quieras.—Lo besó con más ganas.




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Beatriz se despertó sobresaltada, todo estaba oscuro a su alrededor. Había tenido otra pesadilla, asustada buscó el interruptor de la lampara, todo el cuarto estaba vacío. Se levantó extrañada y buscó a Gonzalo y no lo encontró, miró la hora en el reloj y suspiró. Ya habían pasado las 42 horas, Gonzalo había cumplido su parte, gruñó y se fue a vestir. Salió del apartamento de Gonzalo sintiendo algo raro dentro suyo. 

Se montó en su moto y se fue de ahí como alma que lleva el diablo. 





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Bárbara estaba con Santos paseando por todo el lugar, Santos observó a varios niños jugar y correr y sonrió.
Bárbara lo observó con miedo, embarazo... Niños, llantos, vómitos, mareos, pies hinchados, juguetes regados, más llantos. Se estremeció. 

Lo abrazó por detrás y sonrió.
—Algún día, nosotros estaremos así.—Besó su espalda. Santos sonrió. 

Pero igual el se sintió inseguro, tenía miedo de perderla y sabía que con un hijo siempre tendría algo de ella con él. Que nunca la perdería del todo.

—Eres mi todo ¿Lo sabes, no?—Preguntó Bárbara mirando sus ojos oscuros. 

—Tienes que repetírmelo muchas veces.

—¿Muchas?—Preguntó sonriendo.

—Demasiadas. 

—Tenemos una vida juntos para repetírtelo hasta el cansancio.

—Nunca, nunca, Bárbara. Me voy a cansar de escuchar esas palabras.—La besó lentamente.





—¿Cual será nuestro próximo destino, esposo?—Preguntó sonriendo aún cerca de él.

—Roma.—Le susurró.—Luego Florencia, Milán, Nápoles, Verona, Pisa, Palermo, Pompeya...

—¡Santos!—Rió asombrada. Santos la cargó y la besó.

—Y ahora es que falta, mi amor... Lago de Como, Lago de Garda, Isla de Capri, donde no es por presumir pero te haré nuevamente mi esposa.—Bárbara lo besó.

—Estas loco.

—Y Costa Amalfitana. Amalfi y Siena.—La abrazó más a él.—Luego, vendremos con nuestros ocho hijos a visitar el resto de Italia.—Bárbara rió mientras se dejaba besar por su esposo.

—No tienes remedio, Luzardo.—Besó su cuello.

—Tú me hiciste así, ahora no te quejes.




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Gonzalo había llegado a su departamento con comida y una enorme sonrisa, pensaba pedirle a Beatriz que se quedara un poco más, pero su sonrisa se borró cuando observó el lugar a oscuro y a solas, buscó a Beatriz por todos lados pero no la encontró, intentó llamarla pero lo mandaba al buzón. 
Golpeó la pared de enfrente, lo había abandonado, ella había cumplido su parte. Gonzalo sintió un malestar, ninguna mujer le había echo eso, y por primera vez quería que una se quedara, esta lo dejaba. Suspiró y se revolvió el pelo inquieto. 




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A la mañana siguiente: 

Sofía había llegado a las ocho de la mañana al hospital de la capital, le había mentido a Bárbara y a su madre, pero tenía que hacer eso sola, tenía la segunda cita y quería estar sola. Ya para la tercera le diría a quien quisiese que la acompañara. Se hicieron las diez de la mañana hasta que por fin le habían dado en sus manos los resultados, el doctor le había hablado claro, los resultados estaban bien pero necesitaba que fuera en unos días para saber con más precisión lo que estaba pasando. Sofía se arrastró por la pared cayendo en el suelo mientras ponía su rostro en sus manos y lloraba. 

Sintió como unos brazos la atrajeron y la abrazaban, Sofía alzó la vista y observó a Beatriz ahí, ambas sonrieron.

—No soy estúpida, Sofi.—Le dijo mientras le secaba las lagrimas.—¿To-Todo bien?—Preguntó con miedo.

—Si.—Ambas no pudieron aguantar las lagrimas y lloraron en medio del pasillo del hospital. 



—Bárbara va a matarme.—Susurró mientras se levantaba del piso.

—Seguramente.—Beatriz se abrazó con un brazo a su cintura mientra Sofía a sus hombros. 

—¿Como sabías que hoy me tocaba consulta?—Preguntó saliendo del hospital.

—Soy tú mejor amiga, Sofía.—Rodó los ojos.—¿Cuando es la próxima? Y quiero la verdad.

—En tres semanas.—Dijo en un susurró.

—Aquí estaré.—Le dijo.

—¿Vendrás conmigo al Progreso?—Preguntó montándose en la moto de Bea.

—No, hablé con Miller y me he decidido a suplantar a Lopez mientras se recupera.  Ya luego vuelvo.—Dijo con parte de verdad. 

—Está bien.—Bea arrancó.—Igual no será lo mismo sin ti.—La abrazó más.

—Obvio.—Bea se burló. 

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Los días fueron pasando con rapidez, todo estaba muy cambiado. José y Asunción se fueron del pueblo y regresaron a la capital, su matrimonio iba en picada. Cecilia se había liado con Antonio y mantenían una relación en secreto, Luisana y Asdrubal seguían en lo suyo, como amantes. Felix y Sofía estaban felices juntos, no eran novios aún pero ambos se respetaban y se celaban bastante. Gonzalo estaba cada vez más furioso, no lograba sacarse de la mente a Beatriz, Beatriz trataba de pensar en su trabajo nada más. Antón seguía como siempre, trabajando y malhumorado como siempre. 

Bárbara y Santos se amaban cada día más, ambos estaban muy felices en esas vacaciones, habían prohibido los teléfonos y aparatos que los conectaran con el pueblo.  Los dos estaban recorriendo Italia entre besos y acurrumacos, entre peleas y reconciliaciones, ya había pasado un mes y ninguno tenía ganas de volver.




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Capitulo corto ¿no? 
Pues aquí va mi propuesta: Los subiré ahora más o menos corto (Aunque para mi no lo son) Pero más seguidos. Gracias por leer. 

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¡Y mi otra historia de wattpad que también es un fanfic de Doña Bárbara!

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PD: ¡GRACIAS FLOPPI POR LA FOTO DE PORTADA! 

jueves, 10 de marzo de 2016

Capítulo 20.




Santos:

—Increíble.—Susurro viendo sus ojos azules.

—Si, lo fue.—Dice en un susurro.—Pero fracasamos, se supone que no debíamos acostarnos en nuestra primera cita.—Bárbara me mira divertida a la vez que se quita la peluca.



—No fue una primera cita. Fue un encuentro casual entre dos desconocidos.—Le recuerdo. Se levanta de la cama y camina desnuda por todo el cuarto tomando sus cosa y luego entrando al baño. 

Sin invitarme. 

Recuerdo nuestra ''cita'' Habíamos planeado eso ya que como nos conocimos fue un tanto extraño, la cosa era que no nos debíamos acostarnos. Lo de la peluca fue idea suya, admito que se veía excelente de rubia, pero sus risos castaños cayendo en cascada son mi delirio.

Me levanto de la cama gruñendo por ser tan descortés conmigo, entro con el ceño fruncido al baño y veo que está abriendo el grifo de la bañera. 
La pulsera del infinito llama mi atención, no nos las hemos quitado. Y así será por siempre.

Bárbara camina de regreso a donde yo estoy y se sienta en el lavado y abre sus piernas dejando que vea su sexo al descubierto. Me acerco a ella sin pensarlo, ella rodea mi cadera con sus piernas. La beso con devoción, introduzco mi lengua en su boca y recorro todo el lugar con posesión, chupo su saliva haciendo que gima. Mi mujer es deliciosa ¿Qué puedo decir? 




Juego con su paciencia al poner mi pene en su entrada y no meterlo, no. Lo muevo de arriba a bajo haciendo que gruña desesperada. Beso su cuello y sus clavículas. 

—No hagas lo que no te gustaría que te hagan, Luzardo.—Muerde el lóbulo de mi oreja, me estremezco. 
Me introduzco en ella de una estocada dura, grita y enrolla sus brazos alrededor de mi cuello. Tomo su cadera con mis manos, la aprieto más a mi. 
Continuo mis embestidas rápidas y precisas.
Bárbara se estremece y se corre; Luego de unas embestidas me corro en su interior. 

Fue justo a tiempo porque la bañera se iba a desbordar.

La ayudo a meterse, el agua está tibia, entro después de ella. Pero esta vez quedamos frente a frente.

Moja su cuerpo mientras me ve con esos ojos azules que hacen mi mundo volverse loco. 
Me ve con esos ojos llenos de tristeza y nostalgia como lo lleva haciendo desde hace unos días.

Perché così triste, il mio amore? (Por qué tan triste, amor mío?)—Pregunto en un susurro. 

Va tutto bene, tesoro.(No pasa nada, cielo.)—Sonríe pero esa mirada triste no se va. Sé que algo le preocupa. Sé que ese algo tiene que ver con su padre, o sus amigas. 

Puoi dirmi qualcosa, il mio amore (Puedes contarme lo que sea, mi amor)—Susurro mientras toco sus mejillas. Bárbara besa mi mano y una lagrima cae rodando por su mejilla. 

—No digas nada y abrázame.—Me salta encima y se aferra a mi. Acaricio su pelo con cariño.



Esta es otra crisis. Sé que los recuerdos la atormentan, la abrazo con fuerza. Con Bárbara nunca hay intermedio. Pasa de ser un conejito feliz a una fiera enojada o a un becerrito degollado.

Beso su cabello. Empiezo a cantar una canción que nos gusta a ambos haciendo que se relaje. Bárbara suspira y besa mi cuello.



—A veces siento que no te merezco.—Susurra. 

Gruño y ruedo los ojos. Odio que digas cosas como esas. 

—Yo a veces siento que mereces a alguien mejor.—Confieso. 

—Tú eres mi alguien mejor.—Besa mis labios.

—Nos complementamos el uno al otro, Bárbara. —Le digo en un susurro. Aparto el pelo de su cara y dos ojos azules ahora más tranquilos y felices me ven con devoción. 

Dios quiera que así sea siempre. 

Bárbara se acomoda en mi pecho y se que esta a punto de quedarse dormida. 
Acomodo su cabello como ella siempre lo hace para que no se moje y acaricio su espalda dibujando cosas sin sentidos. 

Siento que la respiración de Bárbara es lenta, ya se durmió. Con cuidado me levanto con ella en brazos para ir a la cama. 

Medio la seco antes de depositarla en la cama;Me acuesto a su lado y la abrazo como en todas las noches desde que estamos aquí, respiro inundándome de su olor. Perfecto.
La observo, su rostro relajado, sus largas pestañas, ese sonrojo, sus labios perfectos y rosados. Parece un ángel. Y es mi ángel. 





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Bárbara:

—Buon giorno, principessa—Susurra Santos en mi oído. Abro los ojos lentamente acostumbrándome a la luz y me espanto al ver la imagen que tengo delante a mis ojos.

—¡Ah!—Grito mientras Santos se ríe.

—¿No te gusta mi cambio de look?—Pregunta haciéndose el ofendido mientras se toca los risos rubio de la peluca.

—Payaso.—Ruedo los ojos.  Santos me besa y yo le quito la peluca mientras me abrazo más a su cuello. 

—Hola.—Digo separándome de sus dulces labios. 




—¿Quieres que hagamos algo de desayuno o quieres recorrer las calles de Venecia antes?—Preguntó besando mi cuello. 

—¿Y no hay una tercera opción?—Pregunto provocandolo. Santos sonríe travieso.

—Para usted, doña. Siempre.—Besa mis labios y se acomoda entre mis piernas con facilidad. 

Se introduce en mi con lentitud, beso su cuello y lo chupo. Santos gime mientras se mueve en mi interior. 

Dios, este hombre sabe moverse. 

Me trae loca, Santos se mueve con lentitud mientras esconde su cara en mi cuello.


***

Recorremos Venecia de la mano, vemos las tiendas y paramos en una. 

—Ya le has comprado suficientes recuerdos a las chicas.—Santos rueda los ojos. Beso sus labios y jalo de él para la tienda. 

—Mira esto.— Santos tiene en la mano un pequeño traje amarillo que dice ''Mamá me ama más que a papá'' 

Me pongo tensa al ver su mirada. Tiene un puchero muy tierno y ridículo que quiero besar y morder. 

—¿A poco no es tierno?—Pregunta sonriendo. 

—Lo es.—Digo besándolo.



Se que Santos quiere tener un hijo, sé que quiere casarse ¡Y yo también quiero! Pero es son tantas cosas. Su padre, el mío, Asdrubal, Luisana, y ahora Cecilia. Son tantas cosas que el pensar en una boda no creo que sería lo mejor justo ahora. Y mucho menos un niño, con este ambiente tener un hijo sería una locura. 
Quiero tener hijos con Santos, pero cuando las aguas se calmen. 


***

Llegamos otra vez a la casa que alquilamos, mi teléfono suena en mi bolso, voy hasta él mientras escucho como Santos se mueve en la cocina.

Asdrubal.

Aprieto los dientes al leer el nombre y creo que soy masoquista porque contesto. 

—Qué.

Perdón. Te lo suplico, sé que me pasé de la raya el otro día. Amor, perdón.

—Ahórrate las disculpas.—Ruedo los ojos. Este tipo no se cansa.

—Bárbara...

—Voy a colgar.—Digo molesta. 

—Sé que estás de viaje.—Dice en un murmullo. 

—Que novedad.

—Con ese sujeto.—Ruedo los ojos. 

—Si, estoy aquí con él.

—Nuestra luna de mil hubiese sido ahí...—Susurra. Maldita sea.

—Si, pero lo arruinaste ¿No es así? Ahora no me vengas a joder, Asdrubal.—Estoy muy molesta. 

—Te extraño. Te necesito... 

—Jódete porque yo no.—Y cuelgo. 



No hace falta darme la vuelta para saber que Santos está ahí, puedo sentir su respiración agitada atrás de mi. 
Respiro profundo, saco la tarjeta de memoria y tiro el celular al suelo; con mi bota le doy un golpe y el teléfono se rompe. 

—¿Qué hay de almorzar?—Pregunto dándome la vuelta cuando iba a pasar por el lado de Santos el me detiene tomándome del codo. Cuando creo que me va a reclamar me sorprende un montón al ver que me besa con pasión, mis manos van directamente a los botones de su camisa y tiro de ellos llevándome por el medio algunos, Santos me quita el vestido en un rápido movimiento. En un abrir y cerrar de ojos estamos desnudos en el suelo devorándonos como la primera vez. Me remuevo con cada estocada que me llevan al cielo. Santos entre duro y rápido, su ceño está fruncido y su vista clavada en la mía. Beso sus labios y responde mordiendo mi labio.

—Mía.—Gruñe.    

Dos embestidas más y llegamos al orgasmo.

Estamos un rato en silencio tratando de recuperar la respiración, Santos deja un reguero de besos por mi pecho, mi cuello y mi cara. 

—Hay pasta, pero no de la sosa, si no en forma de anillos y no es por presumir.—Sonríe contento. Ruedo los ojos. Se levanta y se pone su ropa interior. Al ver que me iba a poner el vestido me lo quita de la mano y me ve con la ceja alzada e indignado se va a la cocina. Es una diva. 



Lo sigo y veo como hace la pasta, si es circular tomo una y me pongo a jugar con ella. Mi mente empieza a trabajar pensando en todos los problemas que nos esperan cuando lleguemos.

¿Y si eso no cambia? Estoy esperando a que ellos se acostumbren o acepten mi felicidad. ¿Pero y si no lo aceptan nunca? ¿Podremos Santos y yo con esa carga? Son nuestras familia de las cual me preocupo, de Asdrubal y Luisana, no. Ellos no me importan. Pero está mi padre y el suyo. Y ahora su tía. 

¿Pero por qué tengo yo que esperar? ¿Por qué tengo que postergar mi felicidad con Santos? 

Se acabó, hasta aquí llegó el esperar a que todos nos den su bendición. 



—¿Sabes que eres el amor de mi vida, verdad?—Digo con seguridad. Santos se voltea y me ve con una sonrisa.—¿Qué eres la persona más importante en mi vida? ¿Si lo sabes verdad?—No lo dejo contestar. Me levanto del banco y cruzo la barra de la cocina que me separa de Santos. Tomo su mano y me ve con confusión.—Que te amo tanto que hasta duele...

—¿Bárbara, no estás dejándome o si?—Veo como sus facciones reflejan preocupación mientras me seca una lagrima que ni siquiera sabía que corría en mi mejilla. 

—Si, ya no quiero ser tú novia, Santos—Niego con la cabeza y más lagrimas corren en mi mejilla.

—Bárb... —Coloco una rodilla en el suelo (Y sé que debo verme ridícula) y con una sonrisa pregunto. 

—¿Quieres ser mi esposo, Santos Luzardo?—Pregunto y más lagrimas corren en mis mejillas. Santos me ve con confusión y una sonrisa, sus ojos se llenan de lagrimas, Santos se arrodilla frente a mi. 

—¿Hablas en serio?—Pregunta con la voz rota. 

—¿Jugaría con algo así?—Pregunto sonriendo.—Hasta te tengo un anillo.—Le muestro la pasta con forma redonda y ambos reímos. Santos me abraza y cae en su espalda conmigo en su pecho.—¿Eso es un sí?—Pregunto riendo. 

—Es un mega sí.—Besa mis labios y pongo el anillo en su dedo—Creo que me voy a morir.—Grita riendo. 



—No te mueras porque me dejas viuda.—Digo con burla. —Te amo.—Beso sus labios.—Te amo, te amo, te amo.—Beso constantemente sus labios y su cara.

Santos se levanta conmigo en brazos y me deja sobre mis pies para terminar de hacer la pasta. 
Comemos entre risa y besos, estamos felices. 
Me levanto para dejar nuestros platos en el fregadero y al darme la vuelta para preguntarle algo doy un salto al verlo detrás de mí. Sin dejarme decir nada me carga en brazos con delicadeza y me lleva a la cama mientras lo beso. 

Me quita mi sujetador y rompe mis bragas y se quita el calzoncillo rápido, está dentro de mí haciéndonos gemir, Santos no lo hace ni rápido ni lento, ni suave y duro. Y es perfecto.
Es mi prometido.




Santos está acurrucado a mi lado acariciando mi cabello.
—Oye...



—¿Hmm?—Pregunto mientras me llevó el lóbulo de su oído a la boca y lo muerdo. 

—Trato de decirte algo, compórtate.—Sonríe mientras se estremece. 

—Dime.—Beso su cuello y su pecho provocandolo. 

—Tan descarada.—Rueda los ojos.—Arriba.—Dice y se levanta.—Vamos, Bárbara.—Se encamina al baño.

Confundida me levanto y lo sigo. 
Santos abre la ducha ¿Vamos a ducharnos? Levanto una ceja.

Se mete bajo el chorro del agua y me ve sonriendo.
—No tenemos todo el día, cielo.



Entro en la ducha y me acerco a él para abrazarme a su pecho, Santos me abraza mientras el agua cae sobre nosotros. 

Salimos en cinco minutos, yo lo miraba con una ceja alzada. Santos hace que me siente en la cama y lo espere mientras él me busca la ropa. 

Aparece con una camisa blanca y mi pantalón de cuero los deja en la cama y abre mi gaveta, saca un conjunto de ropa interior negra, me ve con una sonrisa juguetona. Se arrodilla en frente de mi y me ayuda a vestirme. Me pone la chaqueta de cuerdo y los zapatos y se va corriendo a vestirse él, antes de salir hace que tome mi bolso de manos.

Salimos de la mano, Santos aún no me ha dicho para donde vamos, paseamos en góndola hasta llegar al Palacio Cavalli. 

—Cásate conmigo.—Sonrió al escuchar eso.

—Lo haré, no tienes escapatoria, ya aceptaste.—Me burlo. Lo veo de arriba abajo, pantalones de cuero, camisa blanca y una chaqueta, vamos iguales.

—No, hablo de ahora.—Me sorprende.—Casémonos.—Señala el palacio.Abro la boca sorprendida, no encuentro las palabras.

—Esto es una locura.—Sonrió. 

—Si, pero es nuestra locura. Atrévete a cometerla, amor. ¿Qué dices?—Pregunta. 

Acepto.—Murmuro riendo. 

Llegamos hasta unas de las habitaciones que tiene una maravillosa vista del canal.
Lo que había en mi bolso eran nuestros papeles, el muy listo ya tenía todo preparado. 

A las tres y veinte le di el sí a Santos.  Ambos estábamos nerviosos, nos casó un juez que hizo las cosas más fáciles. 

Ora vi dichiaro marito e moglie. Si può baciare ala sposa.(Yo los declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia.) —Santos y yo sonreímos como bobos y nos besamos.



Al salir del palacio doy un grito de emoción llamando la atención de varias personas, Santos ríe muy alto y me abraza cargándome en el aire y dando vueltas.



—Estoy feliz de que por fin seas la señora Luzardo.—Dice riendo.

—Te amo, esposo.—Nadie podría estropear esta felicidad.

—Te amo más, esposa.

Caminamos un rato, me detengo al ver una tienda de tatuajes. 

—Oye, Santos...—Canturreó. El se detiene y se voltea a verme.—¿Nunca has pensado en hacerte un tatuaje?—Pregunto con una sonrisa.

—¿Qué?—Pregunta abriendo los ojos rió y niego con la cabeza y lo jalo adentro de la tienda.


***

Llegamos nuevamente a casa, al abrir la puerta un grito de sorpresa sale de mi garganta el ser levantada del suelo.

—¿Qué haces, loco?—Pregunto aún sorprendida.

—Te llevo en brazo, no porque no hayamos tenido una boda tradicional no signifique que no tenga que llevarte cargada hasta la cama, donde por cierto vamos a consumar nuestro matrimonio desde ya.—Dice riendo y dejándome en la cama.

—¿Ya te dije que esto es una locura?

—Si.—Se quita la chaqueta.—Pero ya no hay vuelta atrás, señora Luzardo.—Me quito la chaqueta al tiempo que me besa y me acuesta en la cama. 

Santos me quita los zapatos de tacón negro y los tira lejos al igual que mi pantalón. 

—Estas son las primeras de muchas bragas que te voy a arrancar desde ahora como mi esposa.—Y antes de que pudiera decir algo las arranca, sonríe orgulloso de sí. 
Me abre de piernas y me observa, por más tiempo de lo que pensé.

—¿Se puede saber que haces?—Pregunto sonrojada.

—Shh, observo mi propiedad. Y tú no estás invitada a la fiesta.—Me mira con una ceja arriba.

Niñato. 

Me sobresalto cuando siento su lengua moverse en mi intimidad, grito y me aferro a su cabello con una mano y la otra a las sabanas, Santos tiene bien sujetas mis piernas a cada lado de su cabeza. ¡Qué me mata!
Introduce un dedo en mi interior y yo grito aún más, luego otro y otro. Estoy sudada, la camisa se me pegó como una segunda piel. Levanto las caderas y me corro en su boca.
Santos se levanta con una sonrisa en la boca, camina con seguridad por todo el cuarto hasta que llega al mando del estéreo y lo prende. Maldición amo esa canción.



Me quito la camisa blanca y el sujetador y Santos me ve como una pantera a punto de cazar, se quita la camisa y la tira lejos dejándome ver su torso, se baja los pantalones de una con sus bóxer. Se acerca a mi con lentitud, Dios este hombre va a matarme. 

La cama se hunde al sentir su peso y me besa antes de hundirse en mí. Es nuestra primera vez como un matrimonio.



Santos me besa y se mueve en mi con lentitud, estamos haciendo el amor. 
—Te amo.—Susurra en mi oído mientras se lo lleva a la boca.

—Yo lo hago más.—Beso su cuello.—Hasta el infinito y más allá.

—De ida.—Me da una estocada fuerte.—Y de vuelta.

—A pasito de tortuga.—Respondemos al mismo tiempo.



Estamos ya descansando después de la maratón de sexo que dimos. Santos está abrazado a mi dormido, veo mi mano izquierda en mi dedo anular donde un plástico protege mi tatuaje. Un infinito, al igual que el de Santos. Esos son nuestros anillos. 

¡Oh Dios mío estoy casada con Santos!