jueves, 21 de abril de 2016

Capítulo 22.


A las ocho y media de la mañana Sofía iba en el coche con su hermano, con su padre y su madre. Los cuatro, como una familia unida, se dirigían hacia la clínica donde a Sofía le tenían que dar los resultados de unas pruebas. 

Había llegado el momento: el tan temido momento.

La tensión en el coche era latente, aunque ella intentaba bromear y hacerles reír. Como siempre en esos casos Rachel, la madre de Sofía, a pesar de su imponente estatura, parecía pequeñita, era como si el miedo la encogiera, la atenazaba, de hecho. Aparcaron, y en el momento en que caminaban hacia la entrada principal, Sofía notó que le costaba respirar, le faltaba el aire; su padre la agarró del brazo y le susurró al oído:

—¿Estás bien, pitufa?

—Sí, gran jefe —respondió recuperando la sonrisa y el resuello.


Aquella broma entre su padre y ella surgió cuando su hermano le compró una peluca azul y siempre, siempre, les hacía sonreír.

Fueron hasta la consulta de Oncología. Sofía había acudido tantas veces en los últimos años que algunas enfermeras eran prácticamente amigas.Tras despedirse con un beso de sus padres y de su hermano, se marchó acompañada de una enfermera. Su familia la esperaría en una sala privada.

Rachel vio alejarse a su hija y se hundió, no pudo más y comenzó a llorar. Su cabeza se negaba a aceptar que todo comenzara otra vez. Su preciosa hija luchaba contra el miedo a volver a tener cáncer de mama. Un maldito tumor que se le había reproducido ya en varias ocasiones. Sofía llevaba dos operaciones, muchas sesiones de quimio y radioterapia y, sobre todo, mucho sufrimiento, pero Sofía era fuerte, una luchadora, una
guerrera y nunca se quejaba, aunque cada seis meses había que repetir todo y tocaba despejar miedos.

Sofía, con la frialdad que la caracterizaba en esas ocasiones, se desnudó y se dejó hacer. Lo más doloroso lo había hecho tres semanas antes, cuando fue sola a la clínica. Aquel día la doctora solo iba a hacerle una exploración rutinaria pero no podía evitar sentir pánico por si algo volvía a ir mal.

Veinte minutos después, regresó donde estaba su familia, que la recibió con los brazos abiertos. Antes de que la vieran, Sofía trató de recomponerse, intentó volver a ser la chica chispeante de siempre. Pero el miedo invadía todo su cuerpo y se reflejaba en sus ojos. Unos ojos que su familia, y sobre todo su padre, conocían muy bien y que sabían que estaban sufriendo a pesar de su sonrisa.



El oncólogo, acompañado de otra doctora les pidió que pasasen a la consulta. Sofía tomó la mano de su madre, expectante. Rachel se la apretó dándole fuerzas. En silencio, durante unos minutos que se hicieron eternos, los médicos cotejaron las pruebas anteriores con las actuales y, tras valorarlas, anunciaron:

—Todo está bien, Sofía. Los marcadores tumorales son favorables. Tienes que seguir con la medicación, una única toma al día de Tamoxifeno.

—De acuerdo —asintió la joven con el corazón a mil.

—Dentro seis meses nos volvemos a ver.

Rachel, al escuchar los resultados, se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar, aliviada, mientras el padre se levantaba para abrazar a su hija. 

Sofía, en ese momento, soltó una risotada y su hermano aplaudió feliz. Una vez se marcharon los doctores, cuando la familia se quedó a solas, abrazados los cuatro, acabaron llorando de alivio. Todo estaba bien y era lo que importaba.


***
—¿Y en donde está Sofía?—Preguntó Gonzalo por enésima vez.

—Salió ayer para la capital.—Respondió Felix mientras veía unos papeles en el despacho de Santos. 

—¿Y qué hace en la capital?

—Pues... No sé.—Se encogió de hombros sin querer prestar atención.

—¿Como qué no sabes? ¿No te dijo o qué?—Preguntó nuevamente mientras daba vuelta en su silla. 

—Me dijo que iría con Beatriz...—Felix alzó la mirada mientras analizaba lo que estaba pasando.

—Ah, con esa...—Dijo Gonzalo. 

En lo que había pasado de tiempo no se le había ido el mal sabor de boca que le dejó Beatriz, aún sentía rabia y se sentía impotente. 




—¿Por qué le dices así? ''Esa''

—No inventes, no lo digo de ninguna forma.—Dijo incomodo. 

—Ajá... 


***

Bárbara y Santos estaban en la playa, en ese mes que había pasado se unieron más como pareja, como amigos, Santos la sorprendía con pequeños detalles que para Bárbara eran los mejores. 

Se habían vuelto a casar, esa vez había sido en jeans y camisas blancas. 

En el primer aniversario de un mes de matrimonio Santos la llevó a un restaurante donde le cantó junto a los mariachis. 

El catorce de febrero ninguno de los dos quiso salir de la casa que habían rentado. 

Y ahí estaban, relajados tomando sol. Santos no despegaba el ojo de Bárbara, odiaba que las miradas masculinas estuvieran encima de ella.
Bárbara consiente de eso no paraba de besarlo y demostrarle que solamente era de él.


Ya no había mucha gente pues era Miércoles y no era época de vacaciones. Como mucho habían unas cinco personas que estaban dispersas y lejos de ellos. 




Bárbara se sentó en las piernas de su marido y lo besó, Santos se dejó besar mientras pasaba sus manos por las descubiertas piernas de su esposa. 

—Si estuviéramos en la piscina de la casa, te desnudaría y te hiciera mía.—Le susurró. 

—Vamos a nadar, ven.—Dijo Bárbara tomando la mano de Santos y levantándose.

—Ve tú.—Dijo sin mucho entusiasmo.

—Para lo que quiero hacer créeme que te voy a necesitar. A menos que quieras que le pida ayuda a otro...—Dijo de forma coqueta caminando hacia el mar. Santos corrió hasta ella y la cargó. 

—Solo yo, señora Luzardo.—Dijo mientras le comía la boca y caminaba hacia lo más profundo. 



  
Bárbara enrolló sus piernas alrededor de la cintura de Santos. 

—Alguien nos puede ver.—Dijo este un poco temeroso. Bárbara bufó riendo. 

—Si, los millones de turista que hay...—Besó a Santos.

Santos apretó su erección a ella, mientras le quitaba el pedazo de tela que cubría su intimidad. 
Bárbara besó sus labios perdiéndose en el sabor ahora salado de los labios de Santos por el agua de la playa, soltó un pequeño grito cuando lo sintió adentro. 
Santos se movió con lentitud, disfrutando del cuerpo de su mujer. Por encima del traje de baño chupó sus pezones. 




—Me vas a terminar de volver loco.—Le susurró mientras se movía en su interior. 

—Así te quiero ¡Loco!—Le gritó feliz. 



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Beatriz estaba junto a Sofía en su departamento, ambas estaban en la terraza sentadas en el muro de concreto y con las piernas colgando. 

—¿Está todo bien?—Le preguntó Bea. 

—Me quedan cinco meses de aventura y buenas vibras.—Dijo feliz.

—Me alegra tanto, Sofía.—Suspiró.—¿Y Félix? 

—Las cosas con él van perfectas, es todo un caballero, si hay veces en la que me saca de quicios pero es... Perfecto. 

—¿Estás enamorada?—Preguntó Bea mientras sacaba un cigarrillo. 

—No lo sé, sabes como es mi vida... No sé si sea una persona estable. No sé si pueda llegar a ser la mujer que él necesita.—Agachó la cabeza. 

—¿Se lo dirás?—Preguntó al tiempo que con la mano libre sujetaba la de Sofía. 

—Tengo miedo, Beatríz. Estoy cagada de miedo por perderle...

—Sofi... Félix no sería capaz de eso, el es un buen hombre. 

—Estoy hablando de cáncer, Beatriz.—Los ojos de Sofía se llenaron de lagrimas.—No sé si en seis meses esté viva o muerta.—Se bajó del muro.

—¡Sofía!—Gritó ésta empezando a romper su coraza de dura.—No vuelvas a decir eso, tu estás sana, maldición.—Se bajó y la abrazó.—Sabes lo que pensamos del que hables así... 

—Beatriz, déjame hablar ahora a mi. Sé que Belén, Bárbara y tú lo odian pero deja que sea yo la que ahora exprese lo que siento.—Dijo secando sus lagrimas. 

—Adelante.—Beatriz aspiró. 

—Tengo miedo, sabes por lo que he pasado. Y a Dios gracia por haberlas tenido a ustedes tres conmigo, pero ¡Me estoy enamorando!—Gritó con las lagrimas corriendo por sus mejillas.—Y este es un hombre maravilloso, Félix no es como los demás, Felix es el indicado, joder. 

—Sofía...—Dijo Beatriz con un nudo en la garganta. 

—No sé como decirle, no tengo ni la más mínima idea...


   



---

—Esto es el paraíso.—Susurró Bárbara acostada en la cama junto a Santos.—Lastima que ya pronto se acabará.

—No tiene nada que ver, mi vida. Contigo siempre estoy en el paraíso.—Santos sonrió mientras acariciaba el cuerpo desnudo de su mujer. 

—Te amo.—Lo besó.

—Yo te amo, mi fiera.—Se acomodó más a gusto y mirando con seriedad a Bárbara dijo lo siguiente.—Cuando regresemos al Arauca vamos a contarles a todos que nos hemos casado...


Bárbara se tensó.

—No.—Le dijo separándose de él. 

—Si.—Santos apretó los dientes. 

—No, no vamos a decirlo.

—¿Y qué haremos, eh? ¿Casados viviendo separados? ¿Estando casados a escondidos?

—Santos dame...

—Tiempo.—La cortó mientras se levantó de la cama.—¡NO TENEMOS CATORCE AÑOS! 

—Lo sé.

—¿Entonces porque escondernos como si fuéramos niños? 

—Sabes como son las cosas allá... 

—¿Y por eso hay que escondernos? ¿Como si lo nuestro estuviera mal?—Gritó caminando por toda la habitación molesto.



—Si. ¡Digo no!—Dijo tratando de no alterarse.

—¿Y si te explicas, mi amor?—Preguntó Santos. 

—Es que ¡Ahs!

—¿Ahora no me saldrás con eso de que estás arrepentida o si? 

—¿Puedes venir aquí?—Señaló la cama. Santos suspiró mientras lo pensaba. Se pasó una mano por sus cabellos y fue hasta ella. 

—¿Y ahora qué?—Gruñó sin abrasarla. 

—¡No te pongas así!—Gritó desesperada. 

—¿¡Y como quieres que me ponga!? ¡ERES MI ESPOSA!

—Mejor duermete ¿Si? Estás insoportable. 





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