martes, 26 de abril de 2016

Capítulo 23.



Santos suspiró molesto, Bárbara se había dado la vuelta dándole la espalda. Ambos estaban molestos, enfadados con el otro por ser tan cabezotas. 

¿Que no me piensas dar mi beso de buenas noches?—Preguntó Santos con sarcasmo. 

Bárbara no le hizo caso y cerró los ojos tratando de dormir. 

Los minutos siguieron pasando y ninguno de los dos lograron dormirse, a Santos ya se le había pasado más o menos el enojo. Suspiró y se acercó a Bárbara, la observó con los ojos cerrados, sus cabellos cubriendo parte de su cara, sus mejillas sonrojadas por el sol que había tomado unas horas antes. 



Su primera pelea estando casados...

Besó su cuello, sintió cuando Bárbara se tensó y supuso que aún estaba molesta. 

—Tú y yo no nos vamos a dormir enojados, Guaimarán.—Le susurró al oído. 

—Eres un idiota.—Gruñó esta. 

—Solo quiero amarte y que el mundo lo sepa.—Bárbara se dio la vuelta para verlo mejor. 

—Ahora estamos juntos y nadie nos separará ¿Cierto?—Susurró Bárbara con una pequeña sonrisa. 

—Nadie.—La besó.




—Negociemos.—Dijo Santos aparentando seriedad mientras se sentaba en la cama. 

—Uy, tengo las de perder, abogado.—Bárbara también se sentó. 

—Ya sabe que darme de recompensa.—Le guiñó el ojo mientras le robó un rápido beso. 

—Tonto.—Se burló ella. 

—No diremos nada a nuestros padres... Pero tu tienes que ir preparando nuestra boda oficial.

Bárbara subió una ceja, luego la otra mientras pensaba en lo que Santos le decía. 

—Hecho.—Sonrió. 

—Te vendrás a vivir conmigo.—Medio suplicó Santos. 

Bárbara pensó, ya se había acostumbrado a dormir con Santos y separarse sería hacerse daño. 

—Hecho.—Ambos sonrieron. 

—¡Eso fue fácil!—Santos se lanzó a su boca riendo.



  
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—Hola, guapa ¿Como estás?—Preguntó Félix desde el otro lado de la línea. 

—Hola, altote. Estoy bien, excelente ¿Qué tal tú?—Preguntó sonriendo. 

—Mal, no estás tú. ¿Me extrañas?—Preguntó coqueto en su cama. 

—Mucho...

—Eso espero, aquí estoy. Espero que no lo olvides mientras estés en la capital llena de niños mimados. 

—Te prometo que mientras esté aquí no miraré a nadie que no seas tú.—Dijo con burla. 

—Eso es bueno, flaca. ¿Cuando vuelves?

—Mañana.

—¿Y Beatriz?—Preguntó.

—Ella tiene trabajo y no me podrá acompañar.—Dijo apenada. 

—Oh, que mal. Espero que esté aquí para la fiesta sorpresa de los tórtolos.

—Si, me prometió que allá estará.




—Eso espero, y trae a una amiga extra porque Gonzalo ha estado de un humor de perros que ni te imaginas.

—¿Gonzalo?—Se extrañó. 

—Si, ya parece mujer cuando tiene el periodo.—Se burló. 

—¿Por qué será?

—No lo sé, fíjate que ni ha fiesta quiere ir. 

—¡Eso es bueno!


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Gonzalo estaba en su habitación acostado en su cama con los codos inclinados por encima de su cabeza. 

Desde hace un mes que no había sacado a esa petiza de su mente, esa mujer tan divertida como descarada. 

¿Por qué no había contestado sus millones de llamadas? Le había dejado miles, no había parado de llamar en todos esos días, hasta hace poco menos de una semana. 



Pero ya vería Beatriz cuando se la cruzara por el camino, le diría lo mucho que le había dolido lo que había hecho y que era como cualquier mujer. 

Él era Gonzalo Zuloaga, jamás se humillaba ante ninguna mujer, ellas lo hacía para él. 
Molesto nuevamente trató de dormir. 


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Asunción estaba en la sala de su casa, una casa tan grande y tan vacía. Recordó cuando Santos y Félix corrían de arriba a bajo por todas partes, sus risas todas las cosas vividas. 
Miró encima de la chimenea y detalló la foto que colgaba arriba de ella, fue hecha hace muchos años atrás, Santos aún tendría unos diez años, Felix catorce. Los cuatro sonrientes, felices. 

Se pasó una mano por sus brazos, ¿Como había permitido qué su vida cambiara? José no era el mismo, pero ella estaba enamorada de él, a pesar de todo. 

La puerta de la casa se abrió sobresaltándola, José entró de mala manera cerrando fuerte la puerta.

—¿Donde estabas?—Preguntó levantándose. 

—En el trabajo.—Se quitó la chaqueta. 

—Acá me llega el olor a alcohol.—Se cruzó de brazos. 



—Estoy trabajando en un caso que es dolor de cabeza, si lo que te preocupa es que haya estado en un bar puedes dejar de pensar en esas cosas, no lo estaba. 

—¿Es el mismo caso de las violaciones?

—Si, y es muy complicado. 

—Puedes pedirle ayuda a tus hijos.—José rió sin humor. 

—Partida de tontos, ninguno sirve. Están enamorados los dos. 

—José, este es un caso demasiado complicado. Fíjate la policía vino hasta a ti solicitando ayuda. Dile a Santos que te eche una mano. 

—Yo a ese malcriado mocoso no le hablo. De mi puede olvidarse. 

—José... Seguro aceptará encantado.




—No quiero sus narices cerca de mí. 

—¡José es tú hijo!—Gritó Asunción. 

—Como sea. 


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Antón iba saliendo de un hotel, con su semblante serio como siempre. Soltó unos cuantos billetes en el mostrador y salió sin mirar hacia atrás donde había dejado a una mujer en su cama cómodamente dormida. 

Miró en su reloj la hora. 

1:43 am. 

Caminó con seguridad por las oscuras y solitarias calles hasta llegar al río donde sus trabajadores lo esperaban. 

Miró a cada uno de ellos, algunos con más asco que a otros.

—Melendez, Perro de Agua, Chepo, Barreto, Sapo.—Gritó con enojo.—¿Donde carajos están?—Gritó. El sonido del silencio reinó en el lugar.—¡Que alguien me conteste!

—Es... Están en el bar, patrón.—Susurró uno temoroso. 

—Vayan a buscarlos.—Ordenó rodando los ojos. 


Caminó hasta su barco y hasta su despacho. 
Le tendría que empezar hacer caso a su hija, tendrá que empezar a trabajar en la oficina central, ya no estaba para esos dolores de cabeza que le aportaban esos idiotas. 

Su hija... 

Ya empezaba a extrañar a su pequeña, toda la rabia que sentía desapareció dejando un vacío. 




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—¿Donde quieres casarte?—Le preguntó Santos a Bárbara. 

—En la poza.—Le respondió con una sonrisa viendo por el balcón.

—Eso sería increíble, es nuestro lugar.—Dijo comiendo de su desayuno.

—Con decoración blanca, algunas luces colgadas de los árboles.

—Ron.

—Música.

—Ron.—Dijo con burla.

—Hombres bailando sensualmente desnudos...

—Roo... ¿¡Qué!?—Gritó ahogándose con su desayuno. Bárbara rompió en risa.—Muy graciosa... 

—Lo único que sabes decir es ''ron''—Lo besó.




—De la luna de miel me encargo yo.—Dijo sonriendo. 

—¿¡Otra!?—Gritó riendo.—Lo dirás en broma. 

—No, falta la luna de miel oficial.—Ambos rieron.—Esta vez nos falta recorrer Francia. 

—Estás loco.

—Un mes recorriendo las calles de París, tu y yo.—Dijo mientras se acercaba a sus labios para morder el inferior.

—Si, estás loco... 


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Antón había llegado a la Capital a las nueve de la mañana, vestía un pantalón de traje negro junto con una camisa blanca. 
Observó la fabrica que estaba en frente a él y al lado un edificio enorme con su apellido. Rodó los ojos y entró con paso decidido. 
Todos sus trabajadores al verlo le dieron una inclinación de cabeza, señal de respeto.
Al llegar al ultimo piso, bajó del elevador y en frente de su oficina encontró a su asistente.

—Señor Antón.—Medio sonrió. 

—Carmen.—Dijo sin cambiar su semblante serio.




—Es un gusto que haya venido por aquí, señor.—Ambos entraron a la oficina de Antón.—Las ventas han subido un 30 %.—Le colocó en frente varias carpetas.

—¿Las has leído?

—Si.—Dijo sin entender.

—¿Está todo bien?

—Perfecto.

—Entonces, me iré.—Se levantó, Carmen lo miró sin entender.—Confío en ti, y no he venido por trabajo.

—...Está bien.—Dijo confusa. Viendo como su jefe se iba.—Que raro.


***

Antón no pudo ir sin antes fijarse en las piernas de Carmen, le gustaba desde hace mucho tiempo, pero era una buena asistente. 

En el elevador. 

—Voy en camino.—Dijo hablando por teléfono y colgó. 

Se montó en su coche y recorrió las calles de la Capital que conocía muy bien.



Llegó a un restaurante y bajó.

Recorrió el lugar con la vista hasta encontrar a la persona con la que se encontraría.

—Antón.—Se levantó.

—José... Asdrubal.—Los saludó a ambos. 

—Señor.—Le estiró la mano. Antón la miró por mucho tiempo antes de sentarse.



—De acuerdo.—Asdrubal recorrió su mano. José ocultó una sonrisa mientras se sentaba.

—Empieza a hablar, niño.—Ordenó Antón. 

—El camarero ya viene a pedir nuestras ordenes.—Dijo José. 

—Yo no comeré con ustedes por tres simple razón: Primero no quiero, segundo no me da tiempo porque me regreso en una hora al pueblo, tercero me dan asco. Así que te recomiendo que comiences hablar.—Gruñó. 




—Muy bien, señor.—Dijo algo intimidado.—¿Algunos de ustedes sabe cual es la debilidades de sus hijos?

Ambos hombres lo miraron sin expresión esperando a que continuara. 

—...Los celos. Ambos son celosos.


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Un mes después.

Santos y Bárbara llegaron a la capital de madrugada. Bárbara había estado en todo el camino haciendo pucheros y rabietas ya que no quería regresar. Si, extrañaba a su gente pero no quería separarse de Santos. 

Éste también estaba triste por tener que volver. 
Santos cargó nuevamente a Bárbara hasta su departamento y la recostó a su cama de agua, sonrió viéndola dormir. 

Abrió su computador y observó el millón de imágenes que aparecieron, todas de ellos juntos, de Santos distraído, de Bárbara durmiendo y también distraída, imágenes graciosas y otras privadas e intimas. Las observó a todas con una sonrisa, ya tenían que volver. 
En unas cuantas horas volverían al pueblo, a su realidad.




Y eso en parte a él era algo que le preocupaba...




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