viernes, 4 de marzo de 2016

Capítulo 19.



Quince minutos después, la pesadilla y el tiroteo habían acabado. El comisario Miller y su equipo dieron caza al médico convicto y en las ambulancias aparcadas en la calle atendían a los heridos en un orden que dependía de su gravedad.

—No te preocupes, López. —Belén animó a su compañero mientras le subían a la ambulancia—. En menos que canta un gallo ya estarás de nuevo con nosotros.



—¡Joder! —protestó él, dolorido en la camilla—. Marisa me va a matar. Este fin de semana se casa su hermana y le voy a joder la boda.

—Iré yo en tu lugar —se mofó Luis, haciéndoles sonreír.

—O yo... Marisa es un bombón. —Dani suspiró con comicidad.

—No te preocupes —interrumpió Beatriz—. Creo que Marisa preferirá que estés en el hospital el sábado a que hubieras estado en el cementerio.

—No sé yo —bromeó López a pesar de su dolor.

—Anda... anda —señaló Belén—, si Marisa está loca por ti. Solo hay que ver cómo te mira, pedazo de burro.

Todos sonrieron y Miller, que acompañaba a López en la ambulancia, clavó sus ojos verdes en Beatriz. Ella no le miró.



—Beatriz, ¿puedes llamar a Marisa y explicarle lo que ha pasado? —pidió López.

—Por supuesto —asintió ella—. No te preocupes.

Cuando el conductor de la ambulancia cerró el portón, Beatriz le preguntó:

—¿A qué hospital le llevan?


—Tenemos orden de llevarle al Hospital central—señaló el muchacho.

—Pueden irse a casa —dijo Beatriz a sus compañeros—. Es una tontería que todos vayamos al hospital. Avisaré a Marisa y pasaré a recogerla.

—Ni lo pienses, guapetona —señaló Belén—. Yo me voy contigo.

—Y yo —asintió Dani.

—Pues yo no voy a ser menos —protestó Luis y, tras cruzar una mirada con Dani, dijo—: Llama a Marisa, como te pidió López, y cuéntale lo ocurrido. Nosotros pasaremos a recogerla mientras ustedes van a casa y se cambian de ropa.

—Sí. Creo que será lo mejor —asintió Beatriz al ver su vestido destrozado.

—La verdad —suspiró Belén al ver las manchas en sus vestidos— Es que así vestidas parecemos recién salidas de una orgía satánica.

Se rieron a carcajadas y enseguida Beatriz llamó a la mujer de López, Marisa, le dio la noticia y la tranquilizó. Luego se montó en el coche de Belén para ir a sus casas a cambiarse de ropa mientras los compañeros se marchaban a buscar a Marisa. 

A las cinco de la madrugada y vestidas con vaqueros aparcaron el Ford Mondeo de Belén en el parking subterráneo privado del hospital. Mientras caminaban hacia la salida observaron los coches de alta gama que estaban aparcados allí.


—¡Madre mía! —murmuró Beatriz—. ¿Has visto aquel Jaguar XK?


—Bueno... bueno... bueno... ¿ese de ahí es un Lotus Evora? 

—Guauuuuu —asintió Bea con los ojos como platos—. ¡Qué maravilla de juguete! Lo que daría yo por darme una vueltecita con él. 

—¡Oh por Dios es el auto de Batman!—Gritó Belén.

Beatriz se dio la vuelta y las dos se quedaron sin palabras ante un Lamborghini Murciélago LP640 Versace color negro. 

—Doce cilindros, cambio de caja automático, seiscientos cuarenta caballos de potencia, de 0 a 100 en 1,6 segundos, suspensión independiente, asientos de cuero, articulación de acero y amortiguadores hidráulicos —suspiró Bea


—Uf... —susurró Belén—. Qué orgasmo. 

De pronto un ruido las sacó de sus sueños y las dos giraron la cabeza para fijarse en un Porsche 911 amarillo que se bamboleaba y tenía los cristales empañados.

—¡Joder, qué ímpetu! —sonrió Bea—. ¿Piensas lo mismo que yo?

—Sí, chica. Los ricos también tienen apretones.

Con una sonrisa se encaminaron hacia el ascensor sin poder dejar de sorprenderse por los coches allí aparcados y en especial sin poder dejar de oír los gemidos que salían del Porsche.

—Uf... eso mismo necesito yo con urgencia —dijo Bea mientras llamaba el ascensor.


—Pídeselo al abogado. Estoy segura de que no te dirá que no.—Dijo Belén recordando al hombre del buen culo y que puso de malhumor a su amiga. 

—Cierra la boca.—Rodó los ojos al pensar en Gonzalo. Y en su forma de besar... Si sus besos.



Preguntaron en recepción y les indicaron que pasaran a la sala de espera donde estaban Marisa, Dani, Luis y Miller. Marisa se levantó y las abrazó. Miller cruzó una mirada con Bea y también se levantó para ir hasta la máquina de café.

Una hora después, las puertas del quirófano se abrieron y tres médicos vestidos de verde salieron de allí. Solo uno se dirigió a ellos para informarles que la operación había ido bien y que en unas semanas López estaría de nuevo en su casa. Alegres por la noticia, fueron hasta la habitación que ocuparía López. Más tarde comprobaron que este despertaba y mientras Marisa se lo comía a besos, Luis y Dani se marcharon. A Belén le sonó el móvil y salió al pasillo. Dos minutos después Beatriz, emocionada por cómo se miraban Marisa y López, se despidió y Miller la siguió.

—Tenemos que hablar.

—Disculpa, Patricio, pero yo no tengo que hablar contigo —respondió molesta mientras veía a Belén hablar por teléfono.

Incapaz de continuar donde estaba, Beatriz se encaminó hacia la máquina de café.


—Maldita sea, Bea —gruñó Miller tomándola por el brazo para que se parara—. Creo que nosotros teníamos algo bonito, algo que merece la pena retomar.



—Ni lo sueñes —espetó incrédula ante semejante morro—. Mira, siempre he sido clara contigo, y creo que te dije que si alguna vez me engañabas, lo nuestro se acababa. Si no recuerdo mal, me engañaste y tú sólito la cagaste.

—Fue un error —dijo acorralándola entre él y la máquina de café—. Por Dios, Bea, dame una oportunidad para poder demostrarte cuánto siento lo que hice.

—No.

—Bea... —insistió acercando sus labios a los de ella—, me deseas. Lo sé. Te conozco y lo veo en tus ojos.

Su olor, aquel olor que tanto había añorado, la inundó de sensaciones y recuerdos,pero no estaba dispuesta a volver a caer en el mismo error. Si la había engañado una vez, lo haría dos.

—Por favor, suéltame —susurró a punto de desfallecer.

—Escúchame, gatita— murmuró cerca de su oído. Eso la hizo reaccionar.

Con un fuerte empujón consiguió apartarlo de ella sin ser consciente de que varios médicos que pasaban por allí se volvían a mirarlos.

—No vuelvas a llamarme así —se revolvió indignada. Comenzó a andar por el pasillo.

—Por favor, Bea, dame un segundo para que...

De pronto un hombre vestido con un traje adelantó a Miller haciéndole frenar en seco y, tomando la mano de Beatriz, gritó para que esta le escuchara:

—Cariñito... llevo buscándote un buen rato.


Al sentir que la tomaban de la mano, Bea se paró y al darse la vuelta se encontró con Gonzalo, le guiñó un ojo, la tomó por la cintura y atraiéndola hacia él, la besó.



Al principio, Bea pensó gritar o darle un puñetazo. Pero rápidamente entendió que aquel le estaba devolviendo el favor, y sin oponer ninguna resistencia se dejó besar. Esta vez comprobó lo dulces que eran los labios de aquel idiota, y sobre todo lo bien que besaba.

Miller, al ver aquello, apretó los puños dispuesto a liarse a mamporros con aquel tipo, pero una mano le tocó en el hombro. Al volverse se encontró con la sonrisa de otro hombre vestido con un uniforme verde y un gorrito. 
—Uf que envidia.—Suspiró aquel.—
Cómo me gustaría encontrar una mujer tan maravillosa y apetecible como la de Gonzalo. Pero, claro... Gonzalo Zuloaga no tiene rival.

Miller se volvió hacia Bea y aquel extraño, que continuaban pegados como lapas mientras se besaban. Finalmente, lanzó una furiosa mirada al hombre que estaba junto a él y se marchó.

Atontada, Bea continuó besando a Gonzalo hasta que él de pronto la soltó. Durante un momento ella mantuvo los ojos cerrados para intentar retener unos segundos más aquella dulce y maravillosa sensación.

«Madre mía... cómo besa este hombre», pensó excitada.


Nunca la habían besado así y eso le gustó. Aunque lo que no le gustó fue la cara de guasa con que la miraban aquellos dos tipos cuando abrió los ojos.

—¿Estás bien? —preguntó Gonzalo al verla tan desconcertada mientras cogía del suelo una cazadora vaquera que se le cayó.

Apenas podía dejar de mirarla. Estaba preciosa a pesar de su cara de agotamiento y su desastrosa apariencia.

—Sí... perfectamente —y cambiando el tono le recriminó—: ¿Por qué has hecho eso? ¿Quién te ha dado permiso para besarme de esa forma?

Él sonrió y eso la desarmó a pesar de llevar la pistola en el bolso.

—Ejem... —tosió el hombre que estaba junto a ellos—. Sigo aquí.

—Jack, te presento a la inspectora Beatriz Flores que también es cuñada de Santos y ahora de Felix.—Dijo girándose hasta su primo. 




—Encantado de conocerte Jack Zuloaga.—Estrecharon sus manos. 

—Tu abuelo, el señor Zuloaga... ¿está bien?


—Perfecto. Solo era una herida superficial —sonrió Gonzalo al ver que le recordaba. 

—Ejem...—Dijo su primo atrás de ellos.—¿Inspectora de sanidad?—Preguntó.

—No, del Cuerpo Nacional de Policía —aclaró ella con una sonrisa, y al ver la cara de sorpresa de él, preguntó—: ¿Algún problema por ello, señor Zuloaga?

—Prefiero que me llames Jack —y acercándose a ella, añadió—: Ningún problema. Siempre he imaginado a los inspectores de policías grandes y gordos, y con un puro en la boca.

—Los tiempos cambian —replicó Beatriz

—Para suerte de todos —sonrió Gonzalo mirándola.




—Sí... sí, por supuesto —asintió Jack, y con una mirada divertida dijo—: Y déjame confesarte que siempre he fantaseado con que una mujer con uniforme, pistola y esposas me salvara la vida.


Aquel comentario le hubiera molestado en cualquier otro momento, pero curiosamente, al ver los ojos chispeantes de aquel médico, sonrió.

—¿Sabes, Jack? Hay muchas maneras de salvar la vida. Unos utilizamos pistola y otros, pijamitas verdes con gorritos de aviones.

Gonzalo y Jack se miraron.

—Pues a mí el gorro de aviones me gusta —sonrió Gonzalo con picardía.


—¡Lo del pijamita verde me ha matado! —Con una carcajada, Jack se quitó el gorro y añadió—: Y en cuanto a los gorritos de aviones, tengo que decir que hemos comenzado a utilizarlos con dibujo desde que se ve la serie Anatomía de Grey.

—¿Y tú quién eres? ¿El doctor macizo o el doctor caliente? —preguntó Belén que en ese momento llegó hasta ellos luciendo unos vaqueros y una camiseta negra.




Al ver aparecer a aquella mujer de pelo claro, Jack la miró de arriba abajo y dijo: 
—Para ti yo soy quien tú quieras

—Pues me encantaría que fueras Mark Sloan, el doctor caliente —respondió Belén—. Pero si te miro con detenimiento, me parece que a ti ese apodo te queda grande. 

Sorprendida por aquella contestación, Beatriz miró a su compañera. ¿Qué le pasaba? No entendía nada. En cualquier otro momento le hubiera gustado un tipo alto, con pinta de chuleras y guapetón. 

—Eso lo podemos discutir —respondió Jack después de guiñar un ojo a una joven enfermera que pasaba por allí—. Y te aseguro que no serías la primera que tras cenar conmigo cambia de opinión. 

—Lo dudo —susurró Belén sin apenas mirarle—. Te faltan demasiadas cosas, entre ellas un poco de cerebro, elegancia y sus preciosos ojos azules. 



Los hombres se miraron sorprendidos y tras una sonrisa, Gonzalo dijo: 

—Pues a mí tus ojos me parecen bonitos, doctor Zuloaga. 

—Gracias, abogado Zuloaga. Siempre creí que eran parte de mi atractivo 
Bea reprimió una sonrisa, pero Belén no parecía estar de humor. Con voz cargada de tensión dijo: 

—Inspectora Flores, ¿qué te parece si nos vamos antes de que tire de placa y me lleve por delante a algún payaso en pijama y gorrito de aviones? 

—De acuerdo, inspectora Viñuelas. —Bea sonrió y volviéndose hacia Gonzalo, añadió—: Muchas gracias por todo. Ahora estamos en paz. 

—Oye, me gustaría que... —comenzó a decir Gonzalo, pero Beatriz con gesto serio le interrumpió. 

—No —negó con firmeza—. Esto ha sido muy divertido. Ambos nos hemos salvado el culo en un momento dado, pero hasta aquí llegó la tontería. A partir de este instante usted pasa a ser de nuevo el señor Gonzalo Zuloaga, amigo de Santos y Felix.. Encantada y adiós. 

Sin mirar atrás, las mujeres se encaminaron hacia el ascensor y desaparecieron al cerrarse las puertas. 

—Demasiado lindos, Bea —resopló Belén ver el gesto de aquella—. Recuerda lo que siempre nos dice Eustaquia: «Échense un novio feo para que nadie se los quite». 

Ambas sonrieron. 

**

Gonzalo y Jack, considerados los dos solteros más sexys y atractivos de la Capital, se quedaron como dos pasmarotes mirando hacia el ascensor. El efecto ocasionado en aquellas dos mujeres no era el que habitualmente percibían. Jack fue el primero en hablar. 

—¿Crees que lo de payaso en pijama iba por mí? 

—No me cabe la menor duda —asintió Gonzalo, quien de pronto se percató de que aún tenía en la mano la cazadora vaquera de Beatriz

—¡Madre mía! Cómo está el cuerpo de policía, ¿no? 


Y riendo suavemente, se encaminaron a la cafetería del personal del hospital y por primera vez en su vida, a Gonzalo Zuloaga se le aceleró el corazón al pensar en una mujer.  





-
Santos y Bárbara estaban llegando a Venecia, pues no habían planeado quedarse en un solo sitio, Bárbara estaba recostada en su pecho ambos estaban de pies.
Llegaron a una casa más pequeña que la anterior pero igual de asombrosa, tenían una espectacular vista del canal de Venecia cosa que hacía suspirar a Bárbara cada vez que lo veía. Santos la abrazó por detrás sorprendiéndola, besó su cuello y contemplo la vista junto a ella. Esto era un sueño. 
Santos puso en el estéreo Moon River, Bárbara lo miró divertida, el abogado meneaba sus caderas y le tendió una mano invitandola a bailar. Ambos bailaron la canción pegados, Santos hacia girar a Bárbara y esta reía, Santos le cantó en el oído en susurro, el vello del cuerpo de Bárbara se erizó y ella se estremeció. 
—¿Te he echo el amor con esta canción?—Preguntó Santos cuando acabó. 



—No, pero para todo hay una primera vez.—Contestó ella quitándose la camisa con sensualidad. Santos puso la canción y le dio para que se repitiera. 

Abrazó a Bárbara y la besó, la chimenea que tenían en la casa calentaba sus cuerpos. Santos quitó su camisa y desabrochó el botón del sujetador de Bárbara, lo lanzó lejos. Observó sus pechos y sus ojos brillaron de deseo. Bajó su cabeza y chupó uno de sus pezones erectos, Bárbara gimió y acarició el cabello de Santos, este la cargó y la llevó a la cama. Bárbara besó el cuello de Santos a la vez que él la sentaba en la cama, Santos besó las manos de Bárbara, chupó cada uno de sus dedos y sonrió con afecto mientras su mirada no abandonaba los ojos azul cielo de su mujer. 




—Te amo, mi amor.—Susurró. 

—Yo te amo más.—Ambos se besaron con dulzura. 



Santos se levantó y Bárbara quedó a la altura de su erección, le quitó el pantalón  Santos se sacudió para sacarlo y lanzarlo lejos al igual que sus zapatos. Bárbara acarició su erección por encima de la tela del bóxer y sonrió con dulzura. Quitó la última prenda de Santos con una lentitud que lo mataba. Se llevó el pene de Santos a su boca y poco a poco fue chupando, Santos jadeaba, su pecho se movía de arriba a bajo frenético, acariciaba la cabeza de Bárbara mientras gemía. 

—No juegues conmigo.—Dijo en apenas un murmullo. 
Bárbara paró sus caricias y se levantó Santos quitó su pantalón y lo tiró lejos. 
—Ahora la mejor parte.—Sonrió mientras arrancaba sus bragas sin ninguna delicadeza.—Quiero escuchar ese sonido toda mi vida.

—Lo harás, pero solo de las mías.—Besó sus labios con posesión. 

—Mía.—La empujó con suavidad a la cama. Le quitó sus zapatos y besó su torso.
Se introdujo en ella lentamente, Bárbara se arqueó recibiéndolo gustosa. Santos unió sus bocas y mordió su labio, Bárbara clavó sus uñas en la espalda de Santos aferrándose, marcandole como suyo. 




Santos se movía lentamente en ella, una lentitud exacta como para matarlos de placer a ambos.
Bárbara gemía en cada estocada, gritaba cuando Santos rodaba la cadera dentro de ella. Iba a morir. Santos incremento un poco el ritmo, sólo un poco. 
—¡Santos!—Gritó Bárbara al llegar al orgasmo. 
Santos se corrió dentro de ella y soltó en un gemido su nombre.

Escondió la cara en cuello de Bárbara, aspiraba su olor, chupaba el sudor que brotaba de ella. Su mujer era una delicia. 

Bárbara tomó el teléfono de Santos y paró la canción y puso una que le encantaba. 





—Hay muchas canciones aquí con las que no hemos echo el amor ¿Qué haremos al respecto?—Preguntó Bárbara dejando el teléfono sobre la mesa. Santos rió en su cuello mientras de una estocada dura entró en ella. Bárbara gritó sorprendida. 


—¿Te casas conmigo?—Preguntó Santos mientras seguía sus duras estocadas. 
Bárbara se abrazó más a él sin darle ninguna respuesta. 

-

Sofía salía del baño tarareando una canción, Felix ya se había ido pues tenía algunas cosas que hacer con su padre. Se miró en el espejo y su mundo decayó un poco. Buscó su crema y se untó de ella.

Se tomó la pastilla justo cuando su teléfono sonaba. 

—¡Hola, mamá!—Saludó alegre tenía días sin hablar con ella. 

—¡Hola, cariño! ¿Donde estás? ¿Aún en el pueblo?

—Si.—Contestó mientras caminaba de arriba a bajo por toda la habitación buscando que ponerse.

—Bueno a lo que voy, que para eso te he llamado ¿Cuando vas a ir...?

—Mamá.—La cortó en seco.—Hasta después de Febrero no tengo que ir.
que ir.

—Pero…

—Mami, por favorrr —murmuró mimosa—. Tengo cita el siete de febrero. Hasta entonces no debes martirizarte, ¿vale?

—¿Ese día te hacen las pruebas, cariño?

—Sí, mamá —mintió. No quería que nadie la acompañara.


—De acuerdooo.

—De acuerdooo.

Estuvieron hablando durante diez minutos hasta que Sofía decidió
acabar la conversación. Una vez hubo colgado, se tumbó en el sofá y cerró

los ojos.

Tenía que hacerlo, y tenía que hacerlo hoy. 

Salió de la hacienda y tomó rumbo al consultorio del doctor Arias.
Retorcía sus dedos nerviosa mientras esperaba los resultados de los análisis. 




-

Bárbara tomó su teléfono mientras le marcaba a Sofía.

—¡Hey, Barbie!—Contestó Sofía aparentando un tono de felicidad. 

—Hola, cielo.—Bárbara caminó hasta ubicarse en la ventana, contemplaba la hermosa vista. Santos estaba revisando unas cosas en el ordenador a unos metros de ella. 

—¿Como estás?—La cortó ella preguntando rápidamente. 

—Pues bastante bien.—Bárbara rodó los ojos.—¿Tú como estás, cariño?—Preguntó con dulzura. 

Santos gruñó tras de ella, Bárbara se dio vuelta y se encontró con la miraba penetrante de Santos quien sentado con el portátil en su regazo escuchaba la conversación de su mujer con celos.

Bárbara rodó los ojos y puso el teléfono en altavoz. 

—Sofi, Santos cree que estoy hablando con un hombre, sácale de la duda.—Bárbara habló alto y claro. 

—¿Qué hubo cuñado?—Dijo del otro lado Sofía. Santos sonrío. 

—Sofi.—Y dirigió su mirada al portátil. 

—¿Y... entonces todo bajo control?—Preguntó Bárbara preocupada volviendo a poner su teléfono en su oído. 

—Bárbara, sabes como son estas cosas. En tres semanas me darán los resultados...

—Oh, cielo... Me encantaría... 

—Ni se te ocurra.—Cortó ella en seco.—Ni se te ocurra dañar tus vacaciones por mi, Bárbara Guaimarán o te mataré.—La amenazó. 


—Pero...

—Pero nada.—La volvió a cortar.—Iré a la capital y ahí estaré bien. 

—Le diré a Bea que vaya contigo.—Le dijo en un susurro. 

—Ay, Bárbara...—Gruñó.—Dejame hacer esto sola.—Pidió en un susurro. 


—No, Sofía. No estás sola.—Dijo tratando que sus lagrimas no salieran.—Si no voy yo por lo menos Bea que vaya.

—Ahs...—Suspiró Sofía.—De acuerdo, se lo diré.—Rodó los ojos.—De echo pensaba llamarle para preguntarle sobre la misión que tuvo ayer.—Dijo caminando por el pueblo. 

Llámala. Y dile que la estuve llamando en la noche pero que no contestó. 

—De acuerdo, dale besos a Santos de mi parte ¡Y dame ya un sobrino, joder!—Dijo riendo. Bárbara rodó los ojos a la vez que cortaba. 



—¿Estabas celoso?—Preguntó dándose la vuelta para ver a Santos que ya había alzado la vista de su computador. Se lo quitó de encima y se dio unos leves toques en las piernas invitando a Bárbara a sentarse.

—Al principio. Escuchar a mi mujer diciendo ''Cielo y Cariño''—Imitó la voz de Bárbara haciendo a esta reír.—A otra persona que no sea yo, digamos que me desagrada... Pero solo un poco.—Dijo rodando los ojos. 

—¿Solo un poco?—Preguntó divertida besando sus labios. 

—Si, solo un poco.—Santos fue quitando su bata lentamente. 


 -

Beatriz se despertó gruñendo al escuchar unos toques en la puerta. Iba maldiciendo a todo el mundo mientras caminaba rumbo a la puerta. 
La abrió sin delicadeza y se sorprendió al ver quien tocaba. 

—¿Pero bueno que haces tú aquí y a esta hora?—Gonzalo la miró de arriba a bajo, tenía un pantaloncillo corto que apenas tapaba su trasero y una camisa de tiros, ambos de seda y negro.—¿Quien te dijo donde vivo?—Preguntó de repente molesta. 

—Ahs.. Yo.—Tartamudeo.—Dejaste esto en el hospital.—Alzó su chaqueta.—De ahí supe donde era tú casa y pues tú teléfono no ha parado de sonar.—Dijo sonriendo nervioso. 




—Es muy lindo de tu parte haberlo traído hasta, Zuloaga.—Agradeció.—¿No podías esperar a que fuera más tarde?—Preguntó malhumorada. 

—Beatriz, son las dos de la tarde.—Dijo con una ceja alzada. 

—Da igual, más tarde.—Dijo con fastidio.—Gracias por traerla, ahora... Tengo mucho sueño y necesito dormir.—Pidió con los dientas apretado. 

—Ssi mme yo... eh.—Gonzalo miraba sus pechos embobados. 

—¿Puedes dejar de tartamudear y decir algo en concreto?—Pidió en burla. 

—Yyoo..., es que... ¡Joder Beatriz! ¿Como quieres que hable bien si estás así vestida!—Dijo rodando los ojos.

—¿¡Y yo tengo la culpa!?—Preguntó espabilándose. —Si mal no recuerdo esta es mí casa.

—Sabes perfectamente lo que estás provocando.—Gruñó perdiendo la paciencia. 

—Eh, guapo yo no se nada.—Dijo divertida. 

—Si, si. Nada.—Rodó los ojos con fastidio.—Como sea, adiós.—Dijo sin mucho ánimo.

—Hasta luego, doctor Zuloaga.—Dijo con burla a la vez que cerraba la puerta. 

Su teléfono sonó y vio en la pantalla el nombre de Sofía. 




-

Sofía había cortado la llamada con Beatriz y ahora se encontraba caminando por el pueblo. Sentía muchas de las miradas en ella, más que todas las masculinas. 
Caminando sin apuros paró en seco al ver a Felix y a una mujer hablando cómodamente y animados. Ésta sonreía coqueta, tocaba su cabello con su mano mientras reía de cualquier cosa que decía Felix, Sofía empezó a hervir de celos y más cuando vio como aquella le tocaba el brazo a Félix y este se dejaba. 



Sofía rodó los ojos y bufó audiblemente ¿Por qué ella se iba a poner a celar a ese idiota si no eran nada? 
Con paso decidido fue hasta la camioneta y se fue. 



-
Antón había llegado hace unas horas al pueblo, como siempre todos agachaban la mirada cuando lo veían pasar, le tenían respeto. Y miedo. 
Había estado caminando por todo el lugar haciendo su trabajo. Tenía una empresa de licor en la capital que era muy famosa, pero prefería trabajar en ese pueblo en especial. Tenía una historia ahí, y no estaba dispuesto a abandonarla. 

Hoy tenía que hacer algo importante, fue y compro las mismas flores de siempre, margaritas. 

Caminaba hacia donde se encontraba su caballo y se fue. 

Llegó al cementerio, y vio con tristeza una tumba en especial. En una tabla gris, ya vieja estaba escrito el nombre de ''Lucy Ramos'' Antón sintió su corazón apretarse. Limpió las ramas que tapaban el nombre y quitó las margaritas viejas y puso las nuevas. Estaba de rodillas ante aquella tumba, recordando los viejos tiempos. Hasta que sintió a alguien tras él. 



—¿Con qué cara vienes aquí?—Preguntó sin darse la vuelta, pero si se levantó. 

—Con la misma que tú.—Respondió.  Antón se dio la vuelta y sus ojos se engancharon a los de José.—Que tal, hermanito.—Dijo con la voz rota. 

—¿Se puede saber qué carajos haces tú aquí?—Preguntó apretando su puño. 

—Hoy se cumple otro año más.—Dijo viendo la tumba.

—Que lindo.—Ironizó.—El asesino viene a visitar.—Dijo sonriendo sin humor. 

—¿De verdad seguirás con eso?—Preguntó molesto.—¿Piensas que eres el único que ha sufrido?

—No, eso sería egoísta. Pienso que por tú culpa, por tú desobediencia una familia perdió a su hija, por tú culpa mi vida y la de ella se fue al carajo.—Le gritó. José bajó la mirada. 

—¿Y te estás desquitando ahora, no?—Antón lo miró sin entender.—Tú hija, planea hacerle daño a mi hijo. ¿Lo planeaste tú?

—Si. Bárbara le va a romper el corazón a Santos. Está destinada a ello. Yo la mandé a eso.




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Sofía llegó al Miedo botando chispas. La imagen de Félix y esa mujer la atormentaban. Estaba muerta de rabia, pero era con ella misma ¿Por qué tenía que celar ella a ese cabeza de chorlito? 
Se desesperaba así que tomó su carpeta de dibujos y empezó a diseñar. Estaba distraída dibujando un vestido que serviría para la colección de primavera que no sintió la presencia de Félix sino hasta que el tocio llamando su atención. Sofía suspiró. 

—Estoy ocupada.—Dijo sin alzar la vista. Félix frunció el ceño confundido. 

—¿Estás bien?—Preguntó preocupado. 

—Ocupada, ya lo dije.—Sofía rodó los ojos.

—¿Estás enfadada?—Preguntó tomando asiento. Al ver que no contestaba volvió a preguntar.—¿Conmigo?

—Félix ya te dije que estoy ocupada.—Alzó la vista molesta.



—¿Te molesto si me quedo aquí?—Preguntó con un puchero. 

—La verdad, si.—Dijo sin ánimo. 

Félix no entendía su actitud, en la mañana la había dejado bien, contenta... Satisfecha. ¿Qué le pasaba ahora?

Prefirió callar por un momento. Sofía continuó con su boceto sin prestarle atención. Así pasaron diez minutos, Sofía con la vista fija en la hoja y Félix en ella. 

—¿Piensas hablarme en algún momento?—Preguntó enfadado por su actitud. 

—Te dije que estaba ocupada.—Respondió ella sosteniendo su lápiz con más fuerza de la necesaria.

—¿Qué tal tú día?—Preguntó Félix.—¿Qué hiciste hoy? No me mires así, puedes contestar mientras dibujas.—Dijo rodando los ojos. 

—Bueno, hoy fui al pueblo un rato, di un paseo, te vi hablando muy animado con una mujer, hablé con Bea, regresé y nada más.—Se encogió de hombros mientras sonreía sin humor. 

Félix entendió lo que pasaba. 

—¿Estás celosa?—Preguntó sonriendo divertido. 

—Pff, para nada.—Sofía volvió la mirada al dibujo.



—Vamos, Sofi. Admite que estás celosa.—Dijo riendo cosa que molestó más a Sofía. 

—¿Por qué debería de estarlo? Al fin y al cabo no somos nada, sólo un rollito.—Dejó el papel con brusquedad en la mesa. 

Félix apretó la mandíbula se levantó cabeceando.

—¿Un rollito, eh?—Preguntó acercándose a ella.—Yo te voy a enseñar lo que es un rollito.
Se le lanzó encima besando sus labios con pasión, chupaba y mordía y Sofía gustosa se dejaba hacer. Félix la cargó hasta llegar a su habitación. 



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—Por el amor a Cristo madura ya, José.—Dijo Antón rodando los ojos.—¿De verdad me crees capaz de hacerte daño a través de algunos de tus hijos?—Preguntó riendo sin humor.—¿En vez de darte un tiro en la cabeza, que sabes perfectamente que mereces?—Sacó su pistola y se la enseñó. José lo miró con odio. Pero no temió. 

—¿Y de verdad me toca creer que nuestros hijos están enamorados perdidamente?—Preguntó José viendo a Antón con odio. 

—Pues fíjate que no me importa. Quiero a mi hija lejos de ti, de tú familia, de todo lo que represente estar cerca de ti. Porque eres veneno.—Dijo con seriedad. A José por primera vez en mucho tiempo le dolieron unas palabras. 



—¿Entonces nos toca ser consuegro?—Preguntó sin humor.—¿Qué planeas, Antón?—Preguntó. Antón sonrió mientras guardaba su pistola. 

—Toma asiento.


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La noche se presentaba complicada, y más cuando comenzó a llover. La subasta se realizaba en un chalet de alto standing en Pozuelo, pero parecía retrasarse y eso les desesperó.

El Ruso era uno de los casos en el cual Beatriz había trabajado tanto. Un Proxeneta detestable que hoy subastaría la virginidad de una menor de quince años
Con los nervios a flor piel, Beatriz esperaba en una casa cercana junto a varios integrantes de la policía secreta. Curiosamente era del primo de Domínguez, uno de los policías. Para matar su ansiedad comía una bolsa de patatas fritas y encendía un cigarro tras otro. Debían detener al Ruso. Beatriz necesitaba encarcelar a ese tipo.

—¿Qué haces? —preguntó Belén a través del intercomunicador que llevaba en la oreja.

—Poniéndome morada a Cheetos y patatas fritas.



—¡Joder, qué suerte! —se quejó Belén—. A mí ya se me acabaron los suministros que compré. Aquí mis primos —dijo mirando a Luis y Dani— no veas cómo comen los angelitos. Se lo han devorado todo.


—Mentira —gritó Dani—. Ella se ha comido todas las patatas con sabor a jamón.

—Pero qué buena está esta mujer, qué sonrisa... qué... —dijo de pronto Luis.

—¿De quién hablan? —preguntó Bea.


—De Elsa Pataky —respondió Belén—. Aquí los ligones están ojeando la revista Hola que me dejó el otro día tu abuela.

En ese momento se oyó la voz de Miller por el intercomunicador.

—¡Atención! Se acaban de encender las luces de una de las habitaciones del segundo piso a la derecha.

Beatriz cogió sus prismáticos y con discreción miró por la ventana. En ese momento vio llegar una furgoneta en la que llegaba el cáterin. Se bajaron unos diez muchachos, entre ellos dos policías infiltrados.

—Pérez, Fernández, ¿me oyen? —preguntó Miller.

Los agentes se agacharon y se tocaron la rodilla derecha en señal de que así era. Le oían.

—Comisario, comienzan a llegar coches —advirtió Luis.

Y así era. De pronto, el movimiento de automóviles ante aquel chalet se convirtió en continuo. Las luces de la casa se fueron encendiendo una a una, mientras Beatriz sentía que el corazón le latía a mil.

—¡Atención! Llega una furgoneta oscura seguida por un coche. Creo que es el de Ruso—señaló Miller—. Sí, es el coche de Miller.




Con las manos sudorosas, Beatriz vio durante unos vagos segundos que dos de los matones de la entrada sacaban de la furgoneta a ocho jovencitas. Eso le revolvió el estómago, y más cuando vio cómo el Ruso saludaba a uno de aquellos hombres con una sádica sonrisa.

—Ríe... ríe... Ruso, porque cuando te pillemos, no vas a volver a sonreír en tu vida —murmuró Beatriz y todos los policías desde sus distintos puestos asintieron.


En ese momento, el Ruso se volvió y dijo algo a su chófer. Este asintió. Se montó en el auto, pero en vez de dejarlo calle arriba como el resto, dio marcha atrás y se metió por una calle lateral. Bea corrió por encima de los sillones hasta que llegó a la ventana de la cocina. A través de los prismáticos vio que el chófer del Ruso se metía por un callejón lateral e iba hasta una vieja moto roja con una maleta trasera. Se acercó a ella, abrió la maleta, metió algo y la cerró. Luego encendió un cigarrillo, se montó de nuevo en su coche y lo aparcó donde todos los demás. Sin pensárselo, Beatriz abrió la puerta de la cocina que daba a un pequeño jardín.

—Flores, ¿qué haces? —preguntó un compañero.
—Voy a mirar una cosa. Tranquilo, vuelvo antes de que cuentes hasta diez.

De pronto, el jaleo que se organizó en los alrededores de la casa fue bestial. Al ver aparecer los coches de la policía, unos guardaespaldas del Ruso dispararon contra ellos mientras otros entraban para alertar a sus jefes.

Miller y sus hombres abatieron a los dos tiradores de la entrada y a otros que disparaban desde las ventanas del piso superior; luego entraron en el salón. A Miller se le revolvió el estómago cuando comprobó quiénes estaban allí. Acaudalados y poderosos hombres le devolvían una mirada incrédula. Aquello sería un escándalo para sus carreras y sus familias. Había jueces, abogados, políticos, gente influyente en el mundo de la prensa y de la televisión.

—Vaya... vaya... ¿a quién tenemos aquí? —murmuró Dani.


—¿Ves al Ruso? —preguntó Beatriz por el intercomunicador.



—No. Pero tiene que estar —susurró Belén que miró a un hombre de ojos oscuros con un mechón blanco en el centro de la cabeza.

Beatriz aceleró el paso.

—¡Joder, Belen! ¿Está o no? —gritó parándose en la calle.

Belén se fijó en los hombres, pero no distinguía al Ruso. Nerviosa, observó a los detenidos mientras Miller y Luis desataban las niñas.

—¡Respóndeme, joder...!, ¿cogieron al Ruso?

En silencio, Belén corrió hasta la entrada para mirar en el furgón donde estaban metiendo a los detenidos, los alumbró con una linterna uno por uno y respondió:

—¡Mierda..., no está!

Beatriz  cerró los ojos unos segundos y cambió su rumbo.

—Ve hacia el lateral derecho de la casa. Tengo el palpito de que allí estará. Voy hacia allí.


Miller las oyó y miró a su alrededor. Beatriz, sin aire, llegó hasta el callejón donde el chófer del Ruso había estado. En la oscuridad comprobó que un tipo se ponía con rapidez una chaqueta y una gorra roja de pizzero. No conseguía ver con claridad si era el Ruso o no.

—¡Alto! ¡Policía! Aléjate de la moto y pon las manos en alto donde yo las vea —gritó Beatriz con la pistola en la mano.




—Ni lo sueñes, inspectora Flores.

Beatriz reconoció aquella voz. El Ruso.

—No te muevas, hijo de puta, o te juro que te meto un tiro.

En medio de la oscuridad que la rodeaba, Beatriz disparó a la rueda de la moto y acertó. El Ruso maldijo, arrancó la moto e intentó atropellarla. Con una sangre fría pasmosa, Bea esperó a que se acercara lo suficiente, se abalanzó sobre él y ambos rodaron por el suelo.

 Belén oyó el tiro y se imaginó lo peor. Sin mirar se lanzó desde lo alto de la valla con la mala suerte de que cayó encima de Beatriz y ambas se golpearon la cabeza.



Durante unos segundos las dos quedaron fuera de combate; El Ruso se levantó y empezó a correr, pero dos metros más adelante, Miller, Dani y otros policías ya le encañonaban.

Una hora después, los paramedicos atendía a las dos muchachas de sus respectivos golpes en la cabeza.

—Menos mal que no te han tenido que dar puntos —suspiró Belén.


Beatriz tenía horror a las agujas. Enfermaba sólo de pensar en ellas.

—Pero el ojo te lo he puesto de diseño —susurró Belén.

—No te preocupes —sonrió su amiga—. El otro día Sofi dijo que este año se lleva mucho el morado y los tonos oscuros en los ojos.

Las dos reían cuando Miller se acercó hasta ellas.

—¿Están bien las dos? —preguntó el comisario.

—Sí —contestaron al unísono.


—Muy bien —asintió Miller—. Ustedes dos vayan a casa. Nosotros nos ocuparemos del papeleo en comisaría —luego miró a Beatriz—. ¿Quieres que te acerque a tu casa?

—No, gracias, comisario. Tengo mi propio medio —respondió ella—. Pero no pienso marcharme a casa hasta que mis ojos no vean al Ruso entre rejas

—Yo tampoco —asintió Belén.


Miller las observó unos segundos, se dio la vuelta y se marchó con Luis. Era imposible discutir con ellas.

—¡Qué simpático Miller! Yo... como si fuera invisible, ¿no? —se mofó Belén al sentirse excluida de la invitación de llevarla a su casa.

—Ojalá la invisible para él fuera yo —respondió Belén; su reloj indicaba las cuatro de la madrugada; agarró a su amiga del brazo y tiró de ella—. Vayamos a recoger nuestro Batimóvil y enseñemos a todos estos machitos de qué pasta estamos hechas las mujeres.
Doloridas, pero con una sonrisa, se marcharon a la comisaría.


Horas después, Bea llegó a su casa con un terrible dolor de cabeza, un ojo morado y un pómulo hinchado.

***

A las seis de la tarde y con el pase del primer día, Bea y Belén entraron de nuevo en el garaje del privadísimo hospital central. Allí volvieron a suspirar ante aquellos increíbles automóviles. La recuperación de López se alargó más de lo que esperaban por unas complicaciones.


—No te quites las gafas de sol ni la gorra. Si no, se escandalizaran en el hospital —rió Bea mirando a su amiga.

Un par de horas después, tras haber pasado la tarde con López y Marisa decidieron marcharse. Estaban agotadas.

—Y no se peleen con nadie —bromeó López antes de que ellas cerraran la puerta de la habitación.

Con las gorras y las gafas de nuevo puestas, antes de montar en el ascensor que había junto a la puerta principal, se pararon ante la máquina de los aperitivos. Tenían hambre y unas patatas fritas las calmarían hasta llegar a casa.

—Yo quiero patatas al punto de jamón.

—Que no. Mejor pipas —se quejó Belén.


—Pues no —arremetió Beatriz dándole un empujón—. Mejor patatas.



 Como dos crías divertidas discutían sobre qué sacar de la máquina, cuando una voz les llamó la atención.

—¡Pero qué ven mis ojos! ¿La teniente O’Neill y MacGyver en persona?

Beatriz y Belén se volvieron y encontraron las miradas chistosas del doctor Jack junto Gonzalo y el  viejo Zuloaga Apontes sentado en una silla de ruedas.



«Los que faltaban», pensó Beatriz, calándose más la gorra.

—Joder —protestó Belén volviéndose hacia la máquina—. En este puñetero hospital no hay nadie normal que sea capaz de no fijarse en nosotras.

—Muchachitas —se adelantó el anciano para saludarlas—. ¡Qué alegría verlas! Precisamente me dirigía a la habitación de su compañero para visitarle. ¿Cómo están?

Beatriz se volvió para saludarle, mientras Belén sacaba finalmente una bolsa de pipas y sonreía victoriosa.

—Hola, señor Zuloaga —sonrió tendiéndole la mano—, me alegro mucho de verle tan recuperado.

—¡María Magdalena y todos los santos del perpetuo socorro! ¿Qué les ha pasado a ustedes, señoritas? —musitó el anciano al fijarse en ellas. Desde su posición las veía mejor—. Están magulladas como dos boxeadores

Bea vio que Gonzalo y Jack torcían las cabezas para intentar distinguir algo bajo las gafas y las gorras.

—Oh, no se preocupe —dijo Belén con una sonrisa—. Es un golpecillo de nada.

—Gajes del oficio —quitó importancia Beatriz

Jack cruzó una mirada con Gonzalo y dijo:

—Eso suele pasar cuando las superhéroes intentan salvar ellas sólitas el mundo.

«Este es tonto», pensó Belén y respondió:

—Unas salvamos el mundo mientras otros van en pijamita todo el santo día.

Con guasa, el aludido le propuso:


—Si tanto te molesta mi pijamita, me ofrezco a que me lo quites cuando quieras.


Beatriz suspiró y Gonzalo se acercó hasta ellas y sin preguntar ni pedir permiso tiró de las dos gorras, ganándose una mirada dura tras las gafas de Beatriz y Belén.

—¿Golpecillo de nada? —preguntó este al ver los chichones de ambas—. Pero ¡por Dios! ¿Las ha visto eso algún médico?

—Pues mira, sí —respondió Beatriz—. Ahora mismo creo que lo están mirando uno.

—Dos. —corrigió el anciano divertido.

—¿Pueden quitarse las gafas? —preguntó Jack cambiando el gesto.

—No. —Respondieron al unísono las dos.

—¿Por qué? —preguntó Alex.

—Quítate tú lo pendejo—dijo Beatriz sorprendiéndoles a todos mientras le quitaba la gorra de malos modos y se la volvía a poner. Eso sí, con gesto de dolor.


Walter, el anciano Zuloaga, estaba disfrutando de lo lindo. Por fin era testigo de cómo dos mujeres no caían rendidas a los pies de sus nietos, ambos muy bien considerados por toda fémina del hospital y fuera de él. 




—Lo dicho. ¡Cómo está el cuerpo! —susurró Jack e hizo reír a Gonzalo y a su abuelo.

Belén, que no se amilanaba ante nada ni nadie, soltó:
—Así va la sanidad, Bea, como el mismísimo culo —de pronto los tres dejaron de reír mientras ellas soltaban una carcajada.

—Muchachitas... —sonrió el anciano—. Las invito a un café.

—Se lo agradecemos, pero tenemos trabajo —mintió Bea


—De acuerdo, iré a ver a su compañero.—Y sin más dio la vuelta con su silla de ruedas. 

Los tres se quedaron en silencio viendo al anciano partir. 

—De acuerdo, doctores payasos fue un desagrado verlos.—Se despidió Belén tirando del brazo de Beatriz. La jaló hasta el ascensor.—¡Joder, mi bolso!—El ascensor llegó.—Puedes irte, yo tomaré el taxi.—Dijo corriendo hasta la habitación de Lopez a buscar su bolso. 

Las puertas del ascensor se iban a cerrar cuando una mano con fuerza las detuvo. Beatriz miró sorprendida a Gonzalo que sin darle tiempo la besó dejándola sin aire.




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Santos iba entrando a un local con el ceño fruncido, caminaba con seguridad, las miradas de las femeninas se quedaron pegadas en él. Observó una rubia que estaba sentada en la barra y sonrió mientras observaba lo bien que se veía con ese vestido negro ajustado. 

Se acercó a ella con lentitud. 

—Hola.—Sonrió egocéntrico.

—Hola.—Tenía unos ojos azules que lo cautivaron. 

—¿Puedo sentarme?—Preguntó sonriendo. 

—Adelante.—Lo invitó la rubia sonriendo. 




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—Como vuelvas hacer eso yo...—Beatriz no pudo continuar porque Gonzalo la volvió a besar dejándola sin aire. Le dio un golpe a un botón del ascensor que hizo que parara su trayecto. 

Gonzalo jadeo y pegó su frente de la de ella. 

—No sé que carajos me pasa, Beatriz. Hace unos días atrás yo no sabía lo que quería, no quería nada, no tenía ánimos de nada. Y luego vienes tú y me besas... Tú... Yo.—Estaba confundido.—Necesito 42 horas.—Pidió en un gemido. 

Beatriz estaba sin habla, confundida por su petición ¿42 horas? 

—¿A qué te refieres, Gonzalo?—Preguntó desesperada. 

—Contigo, 42 horas contigo. Sólo sexo.—Susurró.—Estás en mi cabeza y no sales.—Gimió frustrado. 

¿¡42 HORAS CON ESE SUJETO!? ¿¡Solo sexo!? ... La idea le atraía. 

—Gonzalo...

—Por favor.—Besó su cuello.—Luego si quieres volveremos hacer señor Zuloaga y tú la inspectora Flores.

—Maldita sea.—Gruñó.—Está bien...—Asintió sabiendo que se metería en problemas.—Acepto.—Gonzalo sonrió mientras besaba sus labios y pulsaba el botón nuevamente para dar marcha en el ascensor. 

Al llegar al estacionamiento, Gonzalo se dirigió al Lamborghini que tanto le había gustado a Bea. 

—¿Eres el dueño del batimovil?—Preguntó sonriendo con asombro. 

—Ajá.—Gonzalo sonrió orgulloso. 

—¿Me dejas conducirlo?—Preguntó ilusionada.

—No.—Beatriz lo miró con un puchero.—Ni loco expondré a sexo.—Acarició el coche. Beatriz se partió en risa al escuchar el nombre del auto. 

—¿¡Sexo!?—Preguntó entre risa.—¿Por qué?

—Me gusta el sexo. Y este auto es mi bebé, es mi favorito.—Se encogió de hombros. 

—Muévete, si no me dejas conducirlo te vendrás conmigo en la moto.

—¿Qué?—Confundido la siguió.

—Si, mi moto.—Se pararon frente a una Harley Davidson iron 883 quarter mile.

—Pf.—Bufó el.—A mi ninguna mujer me lleva. Dame las llaves.

—Mira guapo, hagamos que esta es sexo 2.0 Nadie la conduce.—Le guiñó el ojo. 

Gonzalo supo que sería inútil pelear con ella así que se montó.

—Lo más irónico es que nunca he tenido sexo en ese auto.—Beatriz rio viendo su cara de desaprobación. Gonzalo se estiró para prender el pequeño estéreo y saltó una canción que conocía rio al imaginar a Bea escuchando eso.—¿ De verdad, Van Halen?—Los dos rieron al tiempo que Beatriz arrancaba. 




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Santos abrió la puerta de la casa de un fuerte golpe, llevaba a la rubia en brazos mientras la besaba. Fue hasta la habitación que compartía con Bárbara y la depositó en la cama. 
Le quitó el vestido y besó su cuerpo, besó sus pechos y quitó su sujetador. Arrancó sus bragas y besó su sexo haciéndola gritar de placer.

No se pudo contener y se quitó sus ropas rápidamente y se introdujo en ella.
Sus uñas se clavaron en su espalda, Santos se movía en ella duro y rápido. Los dos llegaron al orgasmo y cayeron sudados a la cama. 




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¡Hola! No saben lo que me encantó escribir este capítulo, sobre todo las escenas de acción :3

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¡Y mi otra historia de wattpad que también es un fanfic de Doña Bárbara!

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